Tebeos 'for ever'
«Seguir fieles a los tebeos es según muchos una muestra de incurable ingenuidad. Nada que objetar, sólo recordarles que ingenuo significa ‘nacido libre’»
Las mejores adicciones son las que adquirimos en la infancia y nos acompañan hasta la mortaja. Por ejemplo, los tebeos (perdonen que no les llame «cómics»: es por lo mismo que no me refiero a los caballos como «corceles»). He indagado un poco y descubierto que hay más enganchados a los tebeos de lo que parece o de lo que ellos mismos creen. Lo que pasa es que según nos vamos haciendo viejos aunque sin llegar nunca a ser adultos, como nos enseñó Georges Moustaki, los tebeófilos buscamos a veces tebeos de aire más respetable (biografías ilustres, crítica social, porno, etc…) para poder hablar de ellos en público sin sonrojarnos.
Aunque los buenos de verdad son los de toda la vida, sin más pretensiones que entretener, emocionar o hacer reír. Si yo pudiera recuperar aquellas tiras primigenias de Hopalong Cassidy, La Zorra y el Cuervo o La pequeña Lulú, prescindiría alegremente de Milo Manara o Hugo Pratt. En los quioscos ya no venden tebeos de aquellos de aparición semanal, que aún busco vanamente cada vez que me acerco a comprar el periódico (pronto tampoco veremos periódicos, descuiden). Ahora los tebeos supervivientes llevan pantalón largo y se venden en librerías: todo se hace más solemne pero casi nada mejora.
Sin embargo, algunos tebeos resisten la prueba devastadora del tiempo: quienes los leyeron siendo niños continúan fieles a ellos de mayores y blasonan de su afición sin vergüenza ni recato. El caso paradigmático es Tintín, un personaje dispuesto a acompañar a sus amigos toda la vida. Cuando hace muchos años conocí en París al filósofo Luc Ferry, que poco después sería nombrado ministro de la Juventud y la Educación Nacional, quería hablar con él del posestructuralismo y de los situacionistas, o de Kant, pero al poco rato descubrimos nuestra común afición a Tintín y ya no salimos de ese tema en el resto de la velada.
Recientemente, me he enterado de que el escritor marroquí Abdelfattah Kilito, reciente laureado con el gran Premio de la Francofonía de la Academia Francesa, se considera ante todo un tintinólogo. Dice que a sus 79 años relee casi todas las noches uno de los álbumes de Hergé. Otros autores, como el hoy injustamente aborrecido Gabriel Matzneff, citan a Tintín como a cualquier otro clásico venerado y hasta ha titulado uno de sus libros con referencia a un personaje de sus aventuras (Le sabre de Didi).
Sin duda Tintín, el capitán Haddock o el profesor Tornasol dan muestra de una resiliencia (la palabreja de moda) envidiable, hablan ya todas las lenguas imaginables y están asentados en la cultura del último siglo como los Beatles o Agatha Christie. O sea que sólo los pedantones les miran por encima del hombro…precisamente como nosotros les miramos a ellos.
«El tipo de dibujo de los tebeos responde al estilo llamado de ‘línea clara’ cuyo mejor exponente son las historietas de Tintín»
El canon de Tintín permanece intangible, pese a algunos añadidos cinematográficos poco recomendables. Pero hay un caso de perennidad aún más curioso: el de Blake y Mortimer. Francis Blake, capitán del MI5 (Servicio de Inteligencia británico) y Philip Mortimer, científico e inventor insuperable, fueron creados por el escritor y dibujante belga E. P. Jacobs, que colaboró estrechamente con Hergé. A pesar de ser hijos de un belga, Blake (galés) y Mortimer (escocés) son apasionadamente británicos y patriotas hasta las cachas.
Sus aventuras, que comenzaron un año antes de que yo naciera o sea que peinan canas aunque a los personajes no se les note, tienen argumentos de serie negra con abundantes toques fantásticos, máquinas extraordinarias, viajes en el tiempo, etc… El mal está representado en casi todas ellas por el coronel Olrik, un villano tan resiliente y polifácetico como los propios protagonistas. De Olrik me asombra sobre todo su incurable optimismo, porque pese a sus innumerables e inapelables fracasos siempre está seguro de haber encontrado por fin el modo seguro de liquidar a sus dos coriáceos adversarios.
El tipo de dibujo de los tebeos responde al estilo llamado de «línea clara» cuyo mejor exponente son las historietas de Tintín, aunque con menos personajes caricaturescos. Pero lo más sorprendente es que el estilo se haya mantenido a lo largo de muchos cambios de dibujante, porque a diferencia de Tintín, Blake y Mortimer no cerraron sus episodios a la muerte de Jacobs. Los primeros nueve álbumes fueron escritos y dibujados por Jacobs, el décimo fue escrito por él pero dibujado por otro y a partir de entonces los siguientes han tenido guionistas y dibujantes distintos. Y ya van por el número treinta, Signe Orlik, aparecido hace un mes. La saga no tiene visos de acabar, cada dos años aparece otro volumen y la masonería de sus seguidores seguimos leales a su marca. La Marca Amarilla, claro…
Seguir fieles a los tebeos, como pienso yo serlo hasta que la muerte nos separe, es según muchos una muestra de incurable ingenuidad. Nada que objetar, sólo recordarles que ingenuo significa etimológicamente «nacido libre», no ser siervo de la gleba o llevar la marca infamante de la esclavitud. Lo cual en estos tiempos genuflexos en que vivimos no es pequeño galardón.