El tiempo de los asesinos
«El único homenaje válido a la memoria de Gregorio Ordóñez es retirar todo apoyo político o electoral a los que se sostienen en el poder gracias a quienes lo mataron»

Ilustración de Alejandra Svriz.
También el título de este artículo es un robo, en este caso a Henry Miller. Sólo robo a quien se lo merece, como Robin Hood. Empiezo a escribirlo cuando aún suenan los últimos redobles de la tamborrada, esta fiesta de San Sebastián bastante infantiloide donde todo consiste en mucho ruido de charangas y tragar lo más posible. A los ñoñostiarras nos encanta y cuanto más viejos somos, peor. También vibraban aún los tambores de la marcha de Sarriegi aquel 23 de enero, hace 30 años, cuando los etarras asesinaron en el bar La Cepa de la calle 31 de Agosto a Gregorio Ordóñez, nuestro edil más ñoñostiarra, a punto ya de convertirse en alcalde. Allí quedó, sentado a la mesa y con la cabeza destrozada por un tiro en la nuca. Tenía 36 años, una mujer guapa e inteligente y un hijo de muy corta edad. Era del Partido Popular, y popular él también en todos los estamentos sociales de nuestra ciudad blanca y azul. Por eso le mataron, entre otras cosas: porque temían su popularidad, que resultaba insoportable de ver para los tiranos separatistas en un español contento de serlo.
Estaba acostumbrado a las amenazas telefónicas pero él no les tenía miedo: por eso también les resultaba insufrible a la banda de palurdos criminales, porque era valiente. Del PP, o sea de derechas, español, valiente y a punto de convertirse en alcalde. Vamos, que era de lo que no hay: ni entonces, ni estoy seguro de que abunde ahora. Había que acabar con él, porque a gente así los matones no son capaces de vencerles en las urnas. Por eso le mataron en La Cepa aquel 23 de enero, hace 30 años, recién enmudecidos los tambores de la fiesta. Dejó mujer y un hijo, sí, pero pocos herederos de su temple y honradez política.
Se dice que aquellos eran otros tiempos, que ahora vivimos en una época de paz o al menos sin violencia terrorista. Creo que este planteamiento pseudoptimista es un grave error. Aún seguimos en el tiempo de los asesinos, porque ese tiempo no es sólo cuando se cometieron los crímenes, sino también aquel –o sea, éste– en que quienes los cometieron disfrutan del botín político conseguido gracias a ellos. Hoy se hacen muchos sentidos homenajes en los medios más civilizados en recuerdo de Ordóñez.
En Madrid se ha estrenado esta semana el documental Esta es una historia real, dirigido por Iñaki Arteta, lo que es toda una garantía de que no escurrirá el bulto ante el fondo del asunto, a lo Icíar Bollaín. Y hoy mismo se proyecta en San Sebastián otro documental patrocinado por el Diario Vasco. El sábado, en el cementerio de Polloe donde está la tumba varias veces ultrajada del edil popular, se hará la última ofrenda floral como todos los pasados años a este héroe modesto y necesario.
Todos esos memoriales son muy de agradecer pero sólo apuntan al pasado, si no me equivoco (y ojalá me equivoque). Sólo tratan del tiempo de los asesinos que acabó cuando terminaron los crímenes, no de su prolongación en el presente, cuando los rentistas de la sangre impíamente derramada gozan de privilegios políticos gracias a ella. Hoy en el País Vasco el relato de lo ocurrido se borra y confunde en beneficio de los villanos de la historia. Entre homenajes a los etarras que salen de la cárcel libres o de permiso y las tergiversaciones del pasado que mezclan todas las violencias en un fango sanguinolento, no me extrañaría que hubiese alumnos vascos que crean que a Gregorio Ordóñez lo fusiló Franco o la Guardia Civil.
«¿Cómo si no se les va a explicar que los herederos políticos de quienes lo asesinaron son hoy sostén del Gobierno de España?»
¿Cómo si no se les va a explicar que los herederos políticos de quienes lo asesinaron son hoy sostén del Gobierno de España, imprescindibles en el Parlamento para los planes de Sánchez? ¿Cómo va a entender un chico o una chica normal, es decir ignorante hasta encontrar verdaderos maestros, que Gregorio Ordóñez murió por defender esa España unida en la que ya está feo creer o los principios de un partido de derechas, esa aborrecible derecha que hay que impedir a toda costa que llegue a gobernar? Si a los neófitos se les inculca que las ideas de Ordóñez eran peores que las de los separatistas que le mataron, ¿cómo van a entender su magnífico sacrificio por la patria y la libertad?
El único homenaje válido para celebrar la memoria de Gregorio Ordóñez es retirar cualquier apoyo político o electoral a los que se sostienen en el poder gracias a quienes lo mataron. El inefable Otegi ha dicho, refiriéndose al PNV, que ellos –los bilduetarras– reconocen la necesidad de «un partido de centro-derecha abertzale» que les complemente en su vía a la independencia de iure (la de facto prácticamente ya la tienen) En cambio, los vascos españoles lo que anhelamos es un partido de centro derecha español de amplia base popular y valiente de palabra y obra, como el que representó Gregorio Ordóñez.
Por cierto, los etarras más duros (sobre todo de mollera) encarcelados, a cuyo frente está Txapote, uno de los matarifes de Goyo, parecen muy descontentos de cómo los separatistas actuales manejan su negocio. Les resultan blandos, burgueses, integrados en el sistema. Ellos fantasean con volver a la acción, o sea a la violencia, como esos veteranos de Vietnam que se volvían locos peligrosos al regresar a casa. ¿Ven? Pobres canallas, ellos sólo saben ser criminales en activo, del tiempo pasado de los asesinos, y no entienden que ahora están en un tiempo nuevo: el de los asesinos satisfechos de haberlo sido y que cobran políticamente por haber dejado las armas.