Extraño destino
«Empezamos en cuevas inhóspitas, aún sin saber hacer fuego, y ya dentro de nuestros pechos hirsutos ambiciones, deseos, con sólo gruñidos para expresarlos»
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Fotograma de la película 'Criaturas olvidadas del mundo'.
Hay películas tan profundas que no le dan a uno ocasión para pensar nada. Caes dentro de ellas como en un pozo hondo y estrecho en el que es imposible bracear. El director y su guionista ya han imaginado todo lo que hay que imaginar, han sacado todas las conclusiones oportunas y te las van dictando paso a paso. Casi les puedes oir regañándote si tratas de desviarte del camino que te trazan. Esas películas están tan llenas de contenido intelectual que ya no queda sitio donde puedas tú meter tus propias ideas. Se dice que a veces va uno al cine a distraerse, a no pensar (noble y difícil propósito), a dejarse arrastrar por un acelerado turbión de persecuciones, tiros y puñetazos. Ese tipo de filmes puede que te atonten o te mareen pero no te bloquean la capacidad de razonar: sobre todo, no la sustituyen por razones ajenas, quizá más educativas o ingeniosas que las tuyas pero que en cualquier caso no salen de ti sino que te invaden como un grifo abierto llena la bañera y luego rebosa hasta inundar todo el cuarto de baño.
Cuando te recomienden una película, normalmente premiada en algún festival y cuyo argumento trata de lo mismo que hablan los artículos del periódico, diciéndote con voz grave: «Es de las que hacen pensar», desconfía. Cuando la gente y la crítica especializada aseguran que hace pensar, eso significa que no va a dejarte pensar, que se las arreglará para pensar por ti y luego darte la impresión retrospectiva de que has pensado. Probablemente te sentirás aburrido y creerás que eso significa que has estado pensando. Mejor una de esas películas honradas, sencillas, firmadas por un director al que también le cuesta pensar o sea que es inteligente, que se encoge de hombros como diciendo: «Si quieres pensar, piensa. Tú verás. O si no, mira el paisaje».
Vamos a una película durante la cual puedes entretenerte pensando. Es una producción de Hammer, lo que para algunos aficionados con más pasión que ínfulas de sabiduría es como la denominación de origen Borgoña para un borracho de la vieja escuela. Y filmada el año 1970, una excelente cosecha. Escrita –esto lo digo con una media sonrisa, luego sabrán por qué- por Michael Carreras, un pata negra de la casa, y dirigida por Don Chaffey, otro que tal. Este modesto prodigio se llama Criaturas olvidadas del mundo, título parecido a alguna otra basada en un relato de Edgar Rice Borroughs y protagonizada por Doug McClure: transcurre en la prehistoria pero pretende ser «realista», es decir, nada de dinosaurios ni bestias gigantes, vaya decepción, sólo hombres corpulentos sin afeitar y mujeres bronceadas de formas abundantes, favorecidas por sucintos taparrabos de piel de conejo o algo parecido.
Y, ahora viene lo mejor… ¡nada de lenguaje! Gruñidos, gritos roncos, algún susurro cariñoso, pero toda la épica y la lírica, la prosa y el verso, los discursos electorales y los debates parlamentarios, todo aún por inventar. Y a pesar de ello la peli tiene su trama, no vayan a creerse, su Caín y Abel enfrentados por ambiciones muy humanas, su mujerona –la copiosa Julie Ege- deseada por varios, etc… Para no poder aportar ni una línea ingeniosa de diálogo, el veterano Carreras se las arregla bien con las onomatopeyas y sobrentendidos… Bueno, tengo que confesar que el resultado funciona, pero a mí me aburrió un poco, bastante. ¿Qué sentido tiene irse un millón de años atrás si no vas a ver ni un dinosaurio terciadito, ni un simple mamut? ¿Si ya no hay ni maldiciones blasfemas, que son como los dinosaurios del lenguaje? Como me aburría, me puse a pensar.
«¿Cómo será ese alguien venidero, cómo vivirá, se le podrá todavía llamar humano?»
¡Qué extraño destino, el de los humanos! Empezamos en cuevas bastante inhóspitas, aún sin saber hacer fuego y limitándonos a conservarlo como lo más precioso cuando una chispa caía de los cielos. Amontonados para darnos calor unos a otros y combatir los miedos de la noche. Y ya dentro de nuestros pechos hirsutos ambiciones, deseos, curiosidades nobles o malignas, destellos humorísticos casi incomprensibles… pero con sólo gruñidos o rugidos para expresarlos. Luego llegaron las palabras, la poesía, los mitos, la metafísica y después la agricultura, las ciudades, las máquinas… Imposible haberlo previsto.
Hasta desembocar en una pantalla donde se agitaba una caricatura a más o menos fiel de los hombres y mujeres del pasado remoto, ante un viejo del futuro que los contemplaba habano en ristre y libando a tragos cortos un licor delicioso traído de Escocia. ¿Alguien dentro de mil años se reirá de ese viejo ya pulverizado y de su pantalla que él consideraba el último adelanto tecnológico? ¿Cómo será ese alguien venidero, cómo vivirá, se le podrá todavía llamar humano? Y así seguí dándole vueltas al magín hasta quedarme dormido. Es lo que tienen esas películas que hacen pensar…