The Objective
Fernando Savater

Arrabal de senectud

«Los poemas de ‘Miserable vejez’, de Luis Antonio de Villena, son amargos, provocativos, irreconciliados con la llaga del tiempo, repentinamente tiernos»

Despierta y lee
Arrabal de senectud

Detalle de la portada de 'Miserable vejez', de Luis Antonio de Villena.

Según mi inveterada costumbre, estoy leyendo dos libros a la vez, ambos girando más o menos sobre el tema de la vejez. Uno es Le fanal bleu, el último que escribió Colette. Creo que merecería la pena aprender francés sólo por conocer directamente la prosa de Colette. A mí me produce un placer culpablemente físico. Comienza así: “Que nuestros preciosos sentidos se emboten por culpa de la edad no debe asustarnos demasiado. Escribo ‘nuestros’ pero me predico a mí misma. Yo querría sobre todo que un estado nuevo, lentamente adquirido, no me engañase sobre su naturaleza. Tiene un nombre, y me dispone para una vigilancia, una incertidumbre y aceptaciones nuevas. No es que me alegre mucho, pero no tengo elección”.

Esta resignación sosegada y un punto irónica no es compartida por Luis Antonio de Villena en su último y espléndido libro de poemas: Miserable vejez. En el epílogo Villena explica cómo ha llegado a este desafiante título después de descartar otros varios, entre los cuales está el que encabeza esta reseña, tomado de las coplas de Jorge Manrique. En ese arrabal poco gozoso estamos ya Luis Antonio y yo (especialmente yo) después de haber sido ampliamente compañeros del vicio de vivir. Ninguno de los dos somos tan mansos ante esta mudanza como Colette, más bien renegamos y coceamos como recomendaba Dylan Thomas (“debe arder la vejez y delirar al fin del día…”). En vano, claro… como todo lo demás.

“La experiencia, como solemos llamar al poso que dejan los fracasos, no compensa la disminución de la capacidad”

Los poemas de Miserable vejez son amargos, provocativos, irreconciliados con la llaga del tiempo, a veces repentinamente tiernos. Sólo algo echo en falta: la ausencia de humor. Las sucesivas viñetas describen convincentes perfiles de lo ya perdido, lo aún deseado, lo irrecuperable. Villena no cede ante esos fastidiosos paliativos que adornan la vejez con supuestos regalos de la edad: los imbéciles no se vuelven más sabios con los años, sólo más chochos. La experiencia, como solemos llamar al poso que dejan los fracasos, no compensa la disminución de la capacidad. De poco sirve aprender, si es que se aprende, cuando ya poco podemos practicar. Lo único irrefutable de la tercera edad es que ya no hay cuarta, que se cierra el camino de la enmienda y la renovación.

Eso sí, el protagonista del libro de Villena no es un anciano como cualquier otro sino un viejo libertino. Que nadie se apresure a envidiar a los libertinos: a su modo son más mártires que héroes. Viven a contrapelo, porque el mundo no fomenta el libertinaje sino el consumo, que es muy otra cosa. La rueda de la fortuna en que vivimos –y nada de quejarse, todas las alternativas son peores- obliga al gasto y hasta en ocasiones ritualizadas favorece el derroche, pero siempre exige producir y participar de un modo u otro de la cadena de montaje. El libertino gasta, desde luego, y a veces más de lo que tiene, pero sobre todo se gasta, es un derrochador de sí mismo. Por eso su vejez lleva la marca de la decepción y la imprudencia… lo cual no quiere decir que sea menos recomendable que las demás, sólo más arriesgada. Los libertinos siempre están de un modo u otro a la intemperie, los demás ancianos dedican la mitad de su vida a garantizarse una residencia final, sea familiar o de alquiler.

“En las hermosas y turbadoras páginas de ‘Miserable vejez’ desfilan melancólicas soledades y desesperadas compañías”

El cielo estrellado también es una forma de arquitectura, apuntó Santayana, pero cuando la salud flaquea se vuelve inhóspita y ese es el segundo gran acoso contra el libertino, el de la biología. Como dijo Spinoza, nadie sabe lo que puede un cuerpo… pero cualquiera puede darse cuenta de cuando ya no puede más. Continúan nuestras ansias, más abrumadoras cuanto más se frustran, se multiplica el deseo, pero nos abandona recomidos por el desear y se lleva Dios sabe dónde a lo deseado. En las hermosas y turbadoras páginas de Miserable vejez desfilan melancólicas soledades y desesperadas compañías, el zumo de la vida exprimido por quien no ha renunciado ni a una gota.

Querido Luis Antonio, has escrito un libro bello, desgarrador y delicado, quizá el mejor de los tuyos. Que no es poco decir.

Publicidad