¡Calienta, que sales!
«Es la hora de que Europa, la inteligente y potente Europa que existe aunque los perezosos quieran olvidarla, se desperece y muestre de lo que es capaz»

Trump, Vance y Zelenski eb la Casa Blanca. | Brian Snyder (Reuters)
Fui de los que pedí esperar y ver antes de lanzar alaridos de desesperación por la llegada a la presidencia del reincidente Donald Trump. Hay quien hace números desaforados en la campaña y después, pasadas las elecciones, tiene un ataque de sensatez y se rodea de buenos consejeros. O sencillamente afila lo mejor de sí mismo en lugar de chapotear en lo peor. Bueno, pues no ha sido así. Tienen mi autorización para desesperarse, aunque sólo un rato: después hay que buscar remedios. Además de manifestarse como un patán de la peor calaña y regodearse con los eructos y pedos de un borracho a las tres de la madrugada, Trump ha demostrado entusiásticamente que no está haciendo teatro sino que toda su basura le sale del alma.
Por lo menos ha resultado sincero, aunque en vista de cuál es su verdad casi le hubiéramos agradecido un poco de hipocresía. Claro que también se ha hecho evidente que además es un matón de manual, con toda la insuficiencia moral y mental que exige el matonismo. Perdonen que me entretenga con resúmenes psicológicos del personaje, en lugar de exponer la trama geopolítica que subyace a sus aspavientos. La verdad, prefiero insultarle que analizarle históricamente.
Por razones biográficas que no vienen al caso (fui más o menos demócrata con Franco y luego abiertamente español con Arzallus y Otegi) he tenido ocasión frecuente de vérmelas con matones en mi vida. De modo que me permito hablarles como quien tiene un máster sobre el tema. El matón trata de amedrentarnos y a veces lo consigue, caray, porque nadie es héroe a todas horas todos los días. Pero lo importante es recordar que también el matón tiene miedo, un miedo peor que el nuestro que debe disimular a toda costa porque le desautorizaría como matón: el pavoroso miedo a no conseguir causar miedo. En mi vida ya casi demasiado larga me he enfrentado a veces muerto de miedo con matones, pero disimulando en defensa propia, y siempre han sido ellos los que terminaron asustados de no lograr asustarme.
El repugnante espectáculo en el despacho oval de la Casa Blanca de Trump, Vance y los periodistas de la Prisa local, asediando premeditadamente a Zelenski para humillarle, asustarle y desautorizarle fracasó, porque el presidente de Ucrania no se achantó ni se puso a temblar. Zelenski demostró que su sencillo atuendo militar era mil veces más digno y elegante que el estereotipado uniforme de Trump, rematado por una interminable corbata roja como la lengua que saca un ahorcado. Su seria y decente presencia entre los íntimamente asustados matones me recordó la de Felipe VI en Paiporta mientras los conejos tramposos de la política corrían a esconderse (“¡Yo estoy bien, estoy bien!”). No se me ocurre mayor elogio.
Una de las características de los matones es su valor aparente que envuelve una real cobardía. Es decir, son arrogantes con los más débiles pero serviles con los fuertes: al revés de lo que cantó el poeta, son feroces con las espigas y pastueños con las espuelas. Un conocido chiste retrata muy bien esta psicología: el bravucón que en la taberna amenaza con romper la crisma a quien le desafíe, hasta que entre el coro de achantados sale un tipo enorme, de aire mortífero. Enseguida el bravucón cambia de rollo: “Este amigo y yo rompemos la crisma a quien nos desafíe”. De igual modo, Trump considera más cómodo agradar a Putin que ayudar a Zelenski, como hizo Biden y hubiera sin duda hecho Reagan.
“Causa dolor escuchar a Santi Abascal ponerse del lado de los matones cobardes contra un verdadero patriota”
Todos sabemos que en el potro de tortura del Despacho Oval debiera haber estado sentado Putin: a él debieron hacerle Trump y Vance todos los reproches que vomitaron sobre Zelenski (aunque el ruso seguramente hubiese llevado traje y corbata). Es Putin el dictador indudable, Putin el iniciador de la guerra invadiendo Ucrania y Putin el que juega con la posibilidad de una Tercera Guerra mundial, amenazando con el uso de armas nucleares. Si el vapuleado en Washington hubiera sido Putin, Trump y su acólito Vance se hubieran ganado el mayor aprecio del mundo libre. Pero resulta que pegaron al bajito bueno en vez de al grandullón malo. Y eso no vale, porque demuestra miedo. A diferencia de Trump, que es un patán fanfarrón capaz de cualquier abuso grosero pero no de asesinatos, Putin es un criminal sin escrúpulos para quien eliminar físicamente adversarios es algo tan inocente como para don Miguel de Unamuno hacer pajaritas de papel. Y claro, eso no merece respeto pero impone canguelo.
Por eso causa dolor escuchar a Santi Abascal ponerse del lado de los matones cobardes contra un verdadero patriota que se porta como tal. Conozco desde hace mucho a Abascal y sé que no es un cobarde: lo ha demostrado cuando tocaba (en YouTube aún puede encontrarse el vídeo de cuando él y Carlos Urquijo tomaron posesión de sus cargos en el Ayuntamiento de Llodio en medio de un aquelarre pro-etarra). ¿Por qué ensuciarse poniéndose del lado de quienes mienten y apoyan desvergonzadamente a los tiranos sin otro objetivo que hacer buenos negocios con desgracias ajenas? ¿Merece la pena traicionar a Europa y de paso a España, cuya alternativa democrática al sanchismo indeseable depende de una derecha unida y votable, lo que desde luego no es Vox si apoya a Trump y Putin? Vuelve, Santi, por favor.
¿Y entonces? Pues es el turno de lo más granado de Europa. El Reino Unido, que tiene el mejor ejército europeo, Francia con un Macron en quien algunos aún confiamos, Alemania renovada, Italia encabezada por la inteligente Meloni cercana a Trump pero no entregada a él. No se trata de desafiar ciegamente a Estados Unidos, porque todavía cabe esperar mucho del gran país, a pesar de un abominable presidente que suele achantarse cuando se le dice con firmeza “no”. Es la hora de que Europa, la inteligente y potente Europa que existe aunque los perezosos quieran olvidarla, se desperece y muestre de lo que es capaz. ¡Calienta, que sales!