The Objective
Fernando Savater

Gentilicios envenenados

«Son los que llevan incorporada una definida forma de ser de la cual el individuo no puede zafarse, so pena de ser considerado traidor a su estirpe»

Despierta y lee
Gentilicios envenenados

Varias personas ondean ikurriñas en Bilbao. | Jon Garate Ondarre (Zuma Press)

Cioran aseguraba que “todo el que dice nosotros miente”. Exageraba, como casi siempre, pero algo de razón tenía. Convertirse en portavoz de colectivos cuanto más grandes mejor es una tendencia sospechosa, que suena a fraudulenta a poco suspicaz que sea uno. Y eso es sobre todo cierto cuando el colectivo de que se trata se define por la pertenencia a una tierra o una nación.

Si uno pontifica que los cirujanos son cuidadosos y los notarios respetuosos con sus clientes, pues más o menos vale porque son exigencias del oficio. Pero cuando alguien proclama que los escoceses son tacaños y las tahitianas risueñas ya resulta más dudoso porque los rasgos de carácter están muy bien repartidos entre los seres humanos y dependen más de la idiosincrasia individual que de condicionamientos geográficos o culturales. En esos temas más vale ser prudente como Churchill, que cuando le preguntaban su opinión sobre los franceses respondía: “No sé, no les conozco a todos”.

Creo que en política se manejan los gentilicios de manera descuidada y a veces francamente manipuladora. Siempre me molestó cuando al referirse en el Parlamento a los miembros del PNV o Batasuna se les agrupaba como los vascos: “los vascos piden…, los vascos se posicionan…”. Como si Jaime Mayor Oreja o Rosa Díez fuesen japoneses. Ese es uno de los peores contagios del lenguaje nacionalista, incluso separatista, que esas peligrosas sectas han terminado imponiendo a todo el mundo, incluso a sus adversarios… o sobre todo a ellos.

Como fatídico ejemplo, oímos todos los días hablar de las concesiones que el tambaleante Gobierno, para asegurarse o comprar su apoyo parlamentario, ha hecho a los catalanes: amnistía, financiación singular, cancelación de deuda, inauditas cesiones en el control de fronteras o inmigración, etc… Pero no es verdad, esos interesados privilegios no han sido para los catalanes sino para los separatistas que quieren arrogarse el título de catalanes con exclusividad. En realidad, los más perjudicados por ese indigno soborno son todos los restantes ciudadanos que se saben catalanes y españoles, que de hecho se ven relegados a ser catalanes de segunda o incluso tachados de anticatalanes, lo cual para un español es como si te llaman antieskimal.

Último incidente de una larga y vergonzosa historia, el rechazo a conceder a la barcelonesa Loles León la medalla de oro del Ayuntamiento de su ciudad natal por su reivindicación perfectamente legal y respetable del uso del castellano, lo que para los impresentables sectarios de Junts y ERC resulta pecado mortal de anticatalanismo. Al leer esta noticia sonrojante, en muchos lugares de nuestro país se dirá: “Es que los catalanes son así…”. No, perdonen, los catalanes no: son así los fanáticos cuyo yugo tienen que soportar los ciudadanos catalanes y por tanto españoles en temas de educación, comunicación con la autoridad, rotulación de comercios y tantas otras humillaciones. Viven esclavizados por un gentilismo monopolizado a gusto de otros, los peores de su comunidad.

«En Euskadi la gente suele aclarar como explicación absolutoria que vota ‘a los de aquí’»

Ese es el peor veneno que impregna a ciertos gentilicios. Llevan incorporada una definida forma de ser de la cual el individuo no puede zafarse, so pena de ser considerado traidor a su estirpe. En las últimas elecciones presidenciales estadounidenses se exigía que los hispanos y los negros votasen a Kamala Harris: se daba por descontado, no se admitía otra opción.

Para sorpresa de quienes piensan en los seres humanos no como individuos independientes sino como siervos de la gleba de un colectivo por motivos de cuna o sangre, los hispanos y los negros votaron a quien le dio la gana a cada cual, acertada o equivocadamente según se mire. Y muchos, millones, votaron a Trump, para desolación de quienes consideraban saber lo que en realidad querían mejor que ellos mismos. Supongo que a partir de entonces los considerarían malos hispanos o malos negros. Si un afroamericano no vota a una mujer que pertenece por decisión de la sociedad a su mismo colectivo, a dónde vamos a ir a parar. Terminaremos creyendo en la libertad de los ciudadanos…

Para evitar ese desvío, en Euskadi la gente suele aclarar como explicación absolutoria que vota “a los de aquí”. Cuando asesinaban los terroristas a alguien en una localidad de mediano o pequeño tamaño, los portaestandartes de la identidad local se apresuraban a decir “seguro que los culpables no son gente de aquí”. Y otros de la misma calaña defendían a la víctima con un lamento: “¿Por qué lo han matado, si era de aquí?” (en casos extremos “si era muy de aquí?”). En efecto, entre los nuestros no puede haber enemigos, todos nos conocemos, estamos siempre unánimes como los cisnes en el plácido estanque de Rubén Darío. Como señalaba mi amigo Xavier Rubert de Ventós, “en muchos casos ‘nosotros’ equivale a ‘no a otros'”. En la mayoría, diría yo. Y además ese “nosotros” impone una forma de ser, no como la de los otros.

Una manera popular y tradicional para decir que alguien ha muerto es: “Se quedó en el sitio”. Pues eso, aplicarse en serio un gentilicio y atenerse a él es una forma alternativa de morirse. Digamos, un primer paso…

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