Inmunidad peligrosa
«Cada vez soportamos más veneno antidemocrático sin inmutarnos. Si de vez en cuando notamos un malestar, lo atribuimos a los letales ofidios de la ultraderecha»

Ilustración de Alejandra Svriz.
Si les gustan las aventuras más o menos reales, les recomiendo que lean la biografía de Mitrídates VI Eupator (siglo 1 AC), rey del Ponto llamado el Grande, y en este caso yo diría que sin exageración. En su vida, siempre estuvo presente el veneno, hasta el punto de que merece más el apodo de Venom que el protagonista de la serie de Marvel. Mitrídates nació en una familia sin duda tóxica, porque su madre envenenó a su padre y probablemente le habría dado el mismo trato a él, si el espabilado muchacho, con sólo ocho añitos, no hubiera huido prudentemente de casa. Hasta los 14, vagó asilvestrado por el bosque, donde aprendió cosas incómodas, pero necesarias, que no se enseñan en las veladas familiares. Luego volvió a casa, ajustando las cuentas a mamá y otros parientes incómodos para ocupar el trono que le correspondía.
A partir de entonces, siempre mostró gran interés por los venenos (digamos que era un rasgo de familia) y se rodeó de un grupo de hechiceros expertos en la materia. Imaginó que tomando asiduamente pequeñas cantidades de diversos tósigos se protegería contra sus efectos letales. Finalmente, consiguió el «mitridato», una pócima de lo peorcito, pero que en cantidades mínimas resguardaba del envenenamiento. Entre tanto, dedicó el tiempo que le dejaba la química recreativa a batallar contra Roma y obtuvo triunfos notables contra Sila, Lúculo, Pompeyo y gente del mismo nivel. Algunos le consideraban el nuevo Alejandro Magno.
Finalmente, fue una traición, la de su quinto hijo (a los otros cuatro los había liquidado, pero a éste no le dio tiempo: para que luego digan que no hay quinto malo…), lo que le derrotó allá en Crimea. Antes de caer en manos del enemigo, decidió darse muerte y recurrió, cómo no, al veneno. Pero se le olvidaba que ya no había veneno que pudiera con él y finalmente tuvo que resignarse a la espada del capitán de su guardia. ¡Ah, su epopeya fascinó al joven Mozart, que le dedicó su primera ópera escrita a los 14 años! Vamos, cuando salía del bosque para dedicarse a los mayores venenos…
Lo mismo que el marqués de Sade, Marx o Kafka, Mitrídates ha dado origen a un nuevo término, aunque no tan usual como sadismo, marxismo o kafkiano: mitridatismo. Se dice del que previene los efectos de intoxicaciones a base de acostumbrarse a cantidades mínimas de lo ponzoñoso. No creo que sea una terapia muy frecuente, porque hay mucho peligro de equivocar la dosis. Uno de los casos recientes más espectacular de mitridatismo que conozco es el de Tim Friede, un exrepartidor de pizzas de 57 años que se ha dedicado, primero por curiosidad y luego ya casi profesionalmente, a soportar mordeduras de serpientes altamente venenosas. Durante 20 años, se ha dejado morder por más de 200 reptiles y se ha inyectado cientos de veces toxinas obtenidas de ellos.
Este Tim Friede se arriesga sin duda más que el rey Mitrídates, porque uno puede regular la dosis que toma de un veneno, pero no me parece fácil convencer a una cobra real o a una mamba negra de que muerda sólo un poquito… El caso es que Friede ha sido sometido a análisis por un grupo de médicos y ha resultado que tiene en la sangre más del doble de anticuerpos contra venenos que cualquier persona normal. Yo ni aun así estaría tranquilo; una picadura de mamba negra –la peor de las que se conocen– mata a cualquiera en 15 minutos, pero quizá con Friede haga una excepción y tarde media hora… En fin, a mí la prueba que me gustaría ver es la de ese buen señor mordiendo a una mamba. Donde las dan, las toman…
«Algunos gobernantes van inmunizando a sus súbditos hasta el punto de que ya no sepan los abusos que padecen»
Creo que no siempre es buen negocio inmunizarse contra los peores venenos. Si uno es un monarca rodeado de enemigos en su propio palacio o un tipo raro que quiere exhibirse en un circo, puede que mitridizarse le venga bien. Pero a los demás sólo nos serviría para estragarnos el gusto y que no seamos capaces de distinguir un fino manjar de una bazofia ponzoñosa. Aún peor, yo creo que algunos gobernantes van inmunizando a sus súbditos hasta el punto de que ya no sepan los abusos que padecen.
Por ejemplo, en España nos hemos acostumbrado a convivir con felones separatistas, sanchistas corruptos y arbitrarios, enemigos del país y de la decencia pública. Ya se admite la supresión dolosa del español en la enseñanza, la amnistía para los golpistas, la corrupción patente de Sánchez y sus adláteres, la invención caprichosa de sexos según convenga a perturbados y delincuentes, etc., sin reacciones antitóxicas por parte de la mitridatizada ciudadanía. Cada vez soportamos más veneno antidemocrático sin inmutarnos. Si de vez en cuando notamos algún malestar, lo atribuimos a los letales ofidios de la ultraderecha. Para eso están la vil prensa del Movimiento y demás envenenadores de opinión al servicio del régimen.
Aquí no hay plaga de mambas negras ni falta que hacen, tenemos el mambo negro del sanchismo ensalzado y justificado por quienes viven de él. Y a los demás, por lo visto, cada vez nos duele menos…