El Derby del galopador incansable
«Hasta este año, sólo recuerdo una vez que el campeón haya tomado la cabeza desde los cajones de salida y no la haya abandonado hasta cruzar la meta»

Ilustración de Alejandra Svriz
“¡No pares, sigue, sigue!“
The Gypsies
¿Por qué hacemos lo que solemos hacer? Tener aficiones, sobre todo si son muy acendradas, simplifica bastante la vida. Nos permite elegir automáticamente lo que hemos establecido que nos conviene, sin plantearnos los dilemas de la elección. Cuando se acerca el primer sábado de junio, sé que me toca ir a Epsom, a ver y participar con mi fervor en el Derby. Llevo medio siglo asistiendo, de modo que es ocioso plantearme si debo ir o no. Hace 20 años aún podía preguntarme por qué voy –la respuesta era siempre gozosa, el disfrute, la alegría- pero ahora si renunciase a ir tendría que justificar ese abandono con tonos más fúnebres, el cansancio, el triste lema de aquel personaje de La jirafa sagrada de Madariaga, el “y tó ¿pa qué?”.
No, lo siento, aún voy a lo que me gusta porque me gusta. Mucho de lo que más me ha gustado ya no gusta de mí, chicas, chicos, cuánto me duele haber perdido vuestra gracia, pero los grandes caballos, los mágicos corceles, aún no me rehúsan. Y a ellos vuelvo. Me avergüenzo un poco, porque mi patria está para el arrastre, revolcada por infames o sea socialistas (perdonen el pleonasmo), y la gente seria –a la que nunca he pertenecido, lo siento- se preocupa como es debido de la mafia gubernamental y aún peor de los opinadores cuya misión es distraer de la mafia gubernamental.
Estos últimos… ¿qué asco dan, verdad, ellos y ellas, refugiados en las minorías oprimidas a su conveniencia para no hablar de la mayoría oprimida, aplastada y desguarnecida de nuestro país, saqueado por ese progresismo disecado que tanto les gusta? Quien sale a la calle para denunciarles hace muy bien, nunca se les denigrará bastante, faltan insultos para describirlos, pero yo confieso que me escapo al Derby. Suscribo todas las maldiciones que se les dedican, no regateo ni un aplauso a la espléndida –cada día más- Isabel Díaz Ayuso, pero me voy al Derby. Lo primero es lo primero y al Gran Agujero Negro que le den por donde más le duela.
Este año la gran carrera tuvo un alto número de participantes, nada menos que 19 (aunque uno se retiró en el último momento), y la prueba estaba muy abierta de pronóstico. El favorito a comienzos de temporada fue The Lion in the Winter, un hijo del gran Sea The Stars que había heredado la majestuosa apostura de su padre. A los dos años había ganado sus dos apariciones en la pista, pero luego reapareció en el Dante de York, quizá la mejor preparatoria para el Derby, y sólo pudo ser sexto. ¿Cuál era el Lion auténtico, el que pregonaba su estampa y sus victorias juveniles o el que decepcionó después? Por cierto, el ganador del Dante, Pride of Arras, merecía la mayor consideración de muchos, aunque no tanta como Delacroix, un irlandés que venía de su isla con las mejores referencias y sería montado por Ryan Moore, maestro indiscutible de jockeys y digno heredero de figuras míticas como Lester Piggott o Lanfranco Dettori.
También contaba con abundantes partidarios Lambourn, vencedor en el Chester Vase, la otra preparatoria canónica para el gran premio. Y desde luego se mantuvo como firme candidato Ruling Court, héroe de las Dos Mil Guineas (la primera clásica del año), hasta que fue retirado hora y media antes del Derby por el estado de la pista, demasiado blanda para el gusto del señorito. ¿Y yo a cuál prefería? Gracias por preguntar. Pues me decanté por Lazy Griff, un potro alemán hijo de uno de los raros ganadores europeos de la Melbourne Cup (de modo que tenía fondo asegurado) al que montaba Christophe Soumillon, mi jockey francés favorito. Bueno, francés nacido en Bélgica como Hergé y otros franceses ilustres…
“Es quizá el año que más ha flojeado la asistencia. ¿Entrará en crisis también la carrera más ilustre del mundo?”
Normalmente el Derby se gana marchando situado en la mitad del grupo de contendientes, más bien hacia adelante que muy atrás, y aguardando hasta salir de la gran curva para presentar el ataque definitivo. Algunas veces, no muchas, el caballo ganador iba en la retaguardia y en la recta final ha rebasado a todos sus adversarios con un remate fulminante. Difícil tarea pero no imposible. En cambio, hasta este año, sólo recuerdo una vez que el campeón haya tomado la cabeza desde los cajones de salida y no la haya abandonado hasta cruzar la meta (omito el triunfo semejante de Serpentine durante el covid, con un Epsom vacío). Fue Slip Anchor en 1985, montado por el joven Steve Cauthen, the Kid, un genial jinete americano que se vino una larga temporada a montar a Inglaterra huyendo de las presiones de la mafia yanqui. Después de hacerse todo el recorrido en punta, Slip Anchor todavía sacó siete cuerpos al segundo en la meta. La monta de Cauthen quedó como un modelo insuperable en su género. El ganador era hijo y nieto de Derby winners, un fenómeno nada corriente.
Pues bien, en 2025 ha vuelto a repetirse. Desde los primeros metros de la prueba, Lambourn tomó la cabeza y con un galope quizá no deslumbrante, pero tenaz, marcó el paso a sus seguidores. Hubo un momento en la curva que pareció flojear, pero no se trataba más que de un sagaz respiro. Hijo y nieto de Australia y Galileo, vencedores en la gran carrera, Lambourn hizo honor al rango de su sangre. Segundo fue mi preferido Lazy Griff, 50 a 1 en las apuestas, sobre quien Soumillon no me dejó en mal lugar. Sólo un punto triste en la tarde. La multitud era menos multitud de lo acostumbrado: es quizá el año que más ha flojeado la asistencia. ¿Entrará en crisis también la carrera más ilustre del mundo? En el palco real no había ninguna de las personalidades de antaño. ¡Ah, la Reina, nuestra Reina!
Al llegar a Madrid, en Barajas, la habitual desgana de regresar a nuestros conflictos. Con mi torpeza habitual meto el pasaporte en su ventanilla y miro con poca ilusión la pequeña pantalla que debe aceptar mi sumisión. Vacila un poco y aparece la sentencia: “País no permitido”. Vaya, me lo temía.