Libros como salvavidas
«La literatura sirve para rescatar los retazos perdidos de la vida que ya se lleva inmisericorde la corriente que nos arrastra»

Ilustración de Alejandra Svriz.
Las páginas de internet están llenas de vehementes recomendaciones de libros. Cocineros, psicólogos, señoritas de OnlyFans, deportistas, políticos y, aún peor, ¡escritores! nos prodigan sus consejos bibliográficos: «Los ocho libros que hay que leer una vez en la vida según X», «Cinco libros de los que siempre habla bien Y», «Siete libros que harán de tí otra persona según M», «Después de leer esta novela aprendí a amar a mis semejantes e incluso a soportar a mi familia», etc., etc…
Si aún no están hartos de soplos para leer mejor, escuchen uno más, este de mi cosecha: no hagan ni puñetero caso de todas estas listas de promesas de felicidad. Hay libros que pueden y me atrevería a decir que deben salvarnos la vida, pero es muy improbable que demos con ellos siguiendo las miguitas de pan que otros han dejado caer por el camino. Salvo que conozcamos a alguien cuyo espíritu sea gemelo al nuestro, dejarnos guiar por los gustos ajenos es un conformismo propio de bobalicones. Y los bobalicones no se salvarán con libros ni con ninguna otra cosa de este mundo, sólo mejorarán tras la autopsia.
Encontrar las lecturas que más nos convienen es precisamente una de las mejores cosas que aprendemos leyendo. Para lo más urgente e importante que sirven los libros es para descubrirnos que existen otros libros aún más urgentes e importantes. La lectura es parecida a una cesta de cerezas, tiramos de un ramo y salen enredados otros muchos. ¡Y qué alegría, que enorme placer comprobar que nuestro olfato no ha fallado y que el timbre que sonó dentro de nuestro cacumen al conocer un nuevo título o un autor desconocido en la página que estamos leyendo se convierte luego en otro de esos misteriosos pero necesarios amigos que nos llegan a través de la literatura!
Pocos vínculos más lúcidos y provechosos, pocos afectos más tiernos o más excitantes me han sucedido como los que me regaló mi instinto de sabueso a través de páginas afortunadas. ¿Que a ustedes nunca les ha ocurrido algo semejante? Pues nada, no se desanimen, sigan fieles a la lista de los más vendidos o de las novedades del mes. Ya se ha dicho que el Niño Jesús nació en un pesebre, o sea que donde menos se espera salta la liebre…
Para que vean cómo funciona el mecanismo, les resumo la vía por la que he descubierto el libro más destacado de este verano. Resulta que me decidí a leer Bebo luego existo, un estupendo y minucioso ensayo dedicado al elogio del vino obra del filósofo inglés Roger Scruton. Soy aficionado a este distinguido talento conservador desde hace muchos años y vuelvo a él con frecuencia. Y más con un tema etílico como este, una poética enciclopedia sobre los mejores caldos europeos que contrasta con la inquisición actual contra las bebidas espirituosas (que por algo se llaman así) que llega hasta la aberración de fabricar ginebra o ron sin alcohol.
Disfruté mucho con la embriagadora lectura del ensayo de Scruton, pero además tropecé en él con una revelación: mencionando de paso el París de mayo del 68, asegura que la mejor novela escrita sobre esa fecha emblemática es Les Orphelins de Louis Pauwels. Me puse alerta: hace sesenta años, cuando aún estudiaba preu, leí uno de los libros que más me han marcado en mi vida, El retorno de los brujos, una introducción a la ciencia fantástica escrita por Louis Pauwels y Jacques Bergier. Recuerdo la frase de la contraportada que después mi experiencia comprobó: «Leer este libro es como viajar en un cometa». Casi me aprendí la obra de memoria y en ella descubrí nombres que luego se me convirtieron en indispensables.
Por no mencionar más que uno de ellos, Jorge Luis Borges, del que incluía un cuento, El Aleph, que me acompañó el resto de mis días. Después seguí vagamente a Pauwels, que dirigía la revista Planète fundada por él mismo, pero otros autores y otras obras me emborronaron la pista. Recuerden que yo tenía 16 años… Y ahora, eones más tarde, Louis Pauwels volvía al galope sobre mí, a lomos nada menos que de Mayo del 68, que fue también para mí como viajar en un cometa…
Les Orphelins apareció en 1994 (Pauwels murió tres años después) y si no me equivoco, no ha sido traducida al español. Hace un par de décadas, conseguir un ejemplar me hubiera costado Dios y ayuda, con dos o tres viajes a París por en medio (lo cual no es malo), pero vivimos en los tiempos casi milagrosos de Amazon, de modo que el libro estuvo en mi poder en 48 horas.
Es una novela ambientada en los primeros años setenta, en la que aparecen algunos personajes históricos junto a los ficticios. En su trama se mezclan elementos de reflexión social, pero sobre todo filosófica, con incidentes de thriller (un falso secuestro que se convierte en trágicamente verdadero, mientras colisionan los ideales vitales de los rebeldes sesentayochistas con los de sus padres).
Todo bien contado, bien argumentado y con su pulso debidamente emocionante. O por lo menos, me emocionó a mí, porque ese conflicto fue el de mi juventud y lo viví con una intensidad que ya no he vuelto a poner en nada salvo en la defensa de la España democrática contra el separatismo asesino en el País Vasco.
Leyendo Les orphelins me di cuenta de hasta qué punto yo también he sido un huérfano del 68, aunque ya tantas cosas me distancian de los rebeldes y los conservadores de aquella época. Esta novela me ha servido para repasar un gran trecho de mi vida, quizá el más decisivo intelectualmente. Y desde luego, el que menos eco despertará entre quienes hoy tienen menos de cincuenta años.
¿Ven? Para esto sirve también la literatura, para rescatar los retazos perdidos de la vida que ya se lleva inmisericorde la corriente que nos arrastra. Recordar quién fui no salva al que soy pero lo ilustra un poco mejor. Con la edad se pierde tanto que recobrar un poco, aunque sea fugazmente, supone un insólito regalo.