El genio de la raza
«El único escándalo, aunque ya por sabido no debería escandalizar a nadie, es que se haga caso a los vendedores y vendedoras de mierda, digan lo que digan»

Ilustración de Alejandra Svriz.
Me llegaron las dos noticias prácticamente a la vez, como en esos chistes que empiezan por decirte que vas a recibir una buena y otra mala. En este caso, una me pareció de sobra sabida y otra imposible de creer. De la primera me asombraba que alguien se asombrara o se indignara al oírla: una señorita (quizá señora, pero de esas señoras que prefieren venderse como señoritas) sin otro título que ser seguida en las redes (para incautos) por gente aún más ignorante y ociosa que ella, ha dicho que ser capaz de leer un libro es algo de prestigio exagerado y que no hace a nadie mejor que su vecino.
Pues tiene mucha razón, ¿y qué? Lo más positivo que depara la lectura es que te ocupa el tiempo y no te deja ratos vacíos para llenarlos escuchando a gilipollas que te venden diversas porquerías y encima presumen de influirte. A mí, por sobado ejemplo, me han influido mucho Shakespeare, Voltaire o Borges y también me habrán vendido algún contrabando que otro, pero nunca me ha humillado escucharles. Las señoritas, señoras o señoros que berrean su mercancía por las redes y viven en Andorra para ahorrar en impuestos ni me van ni me vienen.
No me indignan porque ya sé que el mundo está lleno de imbéciles y bribones (los segundos se hacen ricos a costa de los primeros) pero también hay otros modelos humanos que me resultan más estimulantes. La lectura de libros no hace noble o generoso a nadie (¡ay, si yo les contara los casos que conozco!) pero en líneas generales leer es mejor que comer mierda. Y lo que pretenden los detractores del hábito de leer no es favorecer la nobleza ni la generosidad de nadie, sino garantizar que no pierdan su apetito de mierda, que es lo que venden ellos/ellas y de lo que obtienen buen dinerito. De modo que mejor ahorrarnos los postureos ofendidos o los derroches de ingenio ante la antilectora de marras: el único escándalo, aunque ya por sabido no debería escandalizar a nadie, es que se haga caso a los vendedores y vendedoras de mierda, digan lo que digan. Lo demás son ganas de perder el tiempo… ¡que es precisamente lo que nunca tenemos garantizado!
La segunda y casi simultánea noticia es que, según un estudio de la entidad británica Trading Platforms, los españoles tienen el cociente intelectual (CI) más alto de Europa. Los primeros puestos del ranking mundial los ocupan los países del lejano oriente como Taiwán, Hong Kong, Corea del Sur y Japón. Luego viene Australia, que algo se les ha pegado del vecindario e inmediatamente después, ¡tachán!, llega España. ¿Ustedes no se lo creen?Hacen bien, yo tampoco.
O se han equivocado los evaluadores ingleses en su cálculo (por primera vez a favor de España) o lo del CI tiene bastante poca importancia práctica, como sospechábamos. Claro que lo del CI hay que complementarlo con otros factores de la llamada inteligencia global, que son principalmente tres: rendimiento académico, producción científica de calidad y capacidad cognitiva.
En cuanto los parámetros de lo global entran en juego, las cosas empeoran (no tienen ustedes más que ver como está el periódico global, el pobre) y caemos hasta la plaza veinte y eso con paracaídas. Era de temer. La inteligencia no sirve más que como los paracaídas, cuando está abierta, y entre nosotros está perfectamente empaquetada, sellada y precintada. Para poder utilizarla hay que pasar tantos controles sectarios y se exigen tantos certificados de buena conducta que al final resultan aptos solo Bolaños y Gonzalo Miró, imagínense qué horror.
Señalan los ignotos expertos del Trading Platforms que el talón de Aquiles de nuestra Españita es el rendimiento académico, mientras que lo que impulsa a esos países orientales es precisamente lo contrario. ¿De dónde sacan, pa tanto como destacan? Pues «del énfasis cultural en la educación y de la existencia de sistemas escolares rigurosos». ¡Gran descubrimiento! A mejor educación, mejor rendimiento de la CI que, en cambio, sin rendimiento académico, no sirve más que para patentar vivales, no inteligentes. Algo así nos maliciábamos cuando les oíamos predicar a los contrarios del esfuerzo en el aula y a los que sostienen que la meritocracia solo beneficia a los señoritos ricos.
Hoy he almorzado con el gran Andrés Trapiello, que se ha pasado el verano conviviendo por necesidad con operarios de los que sudan de verdad, no sindicalistas de oficina. Descalificando a otro que escurría el bulto, le decían: «Ese no sirve ni para escondío». En nuestro país el problema no es leer o no leer: son los que tienen vocación de escondíos.