The Objective
Fernando Savater

La solución final

«Si se quiere acabar con el franquismo, suicídense los post-etarras, los que amnistían a los golpistas, los que amparan a sus corruptos, los enemigos de la monarquía…»

Despierta y lee
La solución final

Ilustración de Alejandra Svriz.

Parece que tocan a rebato en las filas del ejército progresista y no cesan en su batalla contra las fuerzas del mal, es decir la ultraderecha, o por decirlo de una vez, el fascismo. Van a cumplirse dentro de pocos días 50 años de la muerte de Franco, en el lecho del dolor pero en su lecho, y resulta que el fascismo nos tiene acosados como nunca. Desde luego, el aniversario del fallecimiento del dictador no nos ha traído los fastos conmemorativos que habían prometido a lo largo de este año. La cosa ha tenido poco éxito popular —vamos, ninguno— pero tampoco se ha visto demasiado entusiasmo oficial.

Se anuncian algunos números circenses en el Parlamento para el 20 de noviembre, pero seguro que tampoco se convierten en el mayor espectáculo del mundo. Si el propio Pedro Sánchez nos ha revelado que el Senado puede ser un circo, no seremos los demás los que demos al Parlamento más alta consideración, sobre todo después de que los corresponsales que premiaron a Mertxe Aizpurua (de Bildu de toda la vida, pero viniendo de filiaciones peores) como la mejor comunicadora con la prensa decidieron prohibir a Vito Quiles que oficiara de reportero en las Cortes para castigar las preguntas que ellos no se atreven a hacer. Que les daba corte, vamos, y, por tanto, lo consideraban fascista. Menuda tropa.

Lo único de cierto peso positivo que nos ha traído el Jubileo de la muerte de Franco (jubileo jubiloso, sí, porque si no se hubiera muerto… ¡vaya miedo seguiríamos teniéndole!) es un libro preciso y divertido de Miguel Ángel Aguilar sobre los últimos días del prócer: No había costumbre (Editorial Ladera Norte). Lo demás, puro bullshit. ¡Y ya verán el sagrado día 20 en el Palacio de nuestra soberanía nacional! A lo mejor hasta el ilustre váter, digo vate Luis García Montero nos deleita con alguna composición de su autoría…

Bueno, volvamos al antifascismo, que es lo que cuenta. En la asamblea parlamentaria recientemente dedicada al caso, fue precisamente Mertxe Aizpurua la que exigió de la Cámara una clara condena y actos de indudable eficacia antifascista. Insisto: la que hizo esa heroica soflama en el Parlamento fue Mertxe Aizpurua, de los Aizpurua de toda la vida, condenada que fue en su día por colaboración periodística con ETA, pero maestra ahora de cómo debe defenderse la democracia. ¿Que no saben ustedes cómo ser antifascistas? Pues pregúntenle a ella: después de todo, representa al último grupo no ya fascista, sino totalitario-terrorista que ha habido en España. Y no olvidemos que por la herencia política de ese grupo se sienta la señora Aizpurua en el Parlamento.

Por supuesto, el presidente Sánchez y su apéndice gesticulante la vicepresidenta Montero no tuvieron más que buenas palabras para la representante de Bildu y regañaron a la portavoz del PP que había expresado su repugnancia por oír a la voz de ETA dar lecciones de buena conducta democrática. Por cierto, nadie dijo que el discurso de Aizpurua fuese una provocación para soliviantar a los diputados con algo de memoria democrática. Era una arenga buena y sana porque venía de la izquierda, es más: de la izquierda que más decididamente apoya a Sánchez y contraria a quienes más decididamente se oponen a él.

«Qué triste destino, de indeseables por antiespañoles a indeseables por proespañoles. Y enfrente siempre la misma piara de matones»

En tiempos de Franco, ese dictador que murió hace 50 años dejando el camino de la democracia abierto, inesperadamente abierto, a los militantes antifranquistas nos llamaban la anti-España. Ahora los mismos, que no podemos ver a Sánchez ni en pintura y a sus eventuales aliados separatistas aún menos, somos la escoria pro-española, los españolazos, la repelente pro-España. Ya ven qué triste destino, de indeseables por antiespañoles a indeseables por proespañoles. Y enfrente siempre la misma piara de matones, deseando borrarnos del mapa.

Como digo, provocadora no es la tierna Aizpurua, tan antifascista ella. Ni tampoco el ministro Albares, pidiendo perdón a los mexicanos actuales, que toda la modernidad la han heredado de Hernán Cortés y cía., por la injusticia y crueldad que España ejerció con ellos al distribuirles la herencia. Ni provoca nada, por supuesto, salvo arcadas, el Anuario 2025 del Instituto Cervantes, que en vez de centrarse en describir el estado del español en el mundo, se dedica a calumniar a la Constitución que nos protege con toda clase de lindezas woke salidas del caletre de majaderos con buen sueldo.

No, el único provocador y propagandista del odio que hay es Vito Quiles, que Dios confunda. Los demás, para no confundirnos, vemos que con modos que pueden gustar más o menos, Vito Quiles se dedica a revelar un secreto a voces: que cada vez más en las universidades españolas, salvo las que padecen el régimen totalitario separatista como Cataluña o el País Vasco, los universitarios se cagan jubilosamente en el sanchismo, sus pompas y sus obras, y luego se limpian el culo con El País. Porque la pro-España derechista será muy mala, sobre todo para Ione Belarra o Irene Montero, las vacas locas del anti-San Fermín, pero los que zurran en Euskadi y Navarra son los de siempre, los de antes y quizá los de mañana: que le pregunten si no a don José Ismael Martínez, periodista de El Español que recibió una paliza de los antifascistas en Pamplona por realizar pacíficamente su trabajo. Pero claro, como venía de El Español

¿Cómo nos libraremos este año conmemorativo de los restos del franquismo en nuestro país? ¿Cómo acabar de una vez por todas con los retoños abortivos de Franco? La solución final está en sus manos, en las de los más interesados: lo que les queda a los post-etarras, a los que manipulan a su solaz a los fiscales, a los que han colonizado al CIS o al Instituto Cervantes, a los que han convertido a la TV y a la radio públicas en sectarios portavoces del régimen, a los que amnistían anticonstitucionalmente a los golpistas separatistas, a los que amparan la corrupción y prostitución de los suyos y se quedan sin voz de tanto gritar contra los vicios ajenos, a los enemigos subrepticios de la Monarquía que incluso el dictador supo respetar mejor… a todos ellos, si de verdad quieren acabar con el franquismo larvario que aún queda en nuestra democracia, solo les queda una solución final: el suicidio.

Suicídense, ustedes son el cáncer totalitario de este país. Les hablo, claro, de un suicidio político, aunque total y efectivo. Quiero verles mucho tiempo sanos y buenos después de haberse suicidado, como ejemplo de lo que no debe volver a hacerse en nuestra patria.

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