THE OBJECTIVE
Jordi Amat

Después del Procés

«No ha cambiado todo, pero ha cambiado algo y cada oportunidad que se malbarata no solo sigue desempoderando a la Generalitat sino que también va vaciando operatividad al Estado de las Autonomías»

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Después del Procés

NACHO DOCE | Reuters

Durante el último trimestre de 2017 se produjo el éxtasis del Procés. No hace falta rememorar una vez más los hechos que se fueron encadenando a lo largo de unos meses de tensionamiento desbocado. Ese momento electrizante tuvo su punto final con la celebración de las elecciones convocadas por el 155 del Presidente Rajoy para el 21 de diciembre. Entonces, en un clima aún dominado por la rabia y el fervor, Ciudadanos y Junts per Catalunya fueron los partidos que capitalizaron tanta tensión emocional acumulada. Aunque parezca paradójico, ambos ganaron por un motivo opuesto y paralelo. No por lo que ofrecían sino por lo que eran. Cada uno construyó mejor el refugio para unas identidades nacionales que se habían sentido a la intemperie tras el colapso de la política. 

Así el partido de Albert Rivera ganó surfeando sobre la ola de la manifestación del 8 de octubre convocada por Societat Civil Catalana. Pero su victoria resultaría inútil porque, en la práctica y como demostró su líder nacional y su lideresa regional, no tenían proyecto alguno que no fuera la demagogia y así abdicaron día sí día también de sus responsabilidades como alternativa de gobierno. Un bluf. En la competición por saber quien ejercía el mando en el bloque independentista, en el campo opuesto, Junts ganó por la mínima porque Carles Puigdemont logró construir el mito legitimista durante ese período tan dopado de emociones. Ese mito magnético le ha servido a él y a sus círculos para mantener protagonismo a través de un relato épico de resistencia frente a la persecución, pero a lo largo de la legislatura dicho mito no sirvió para hacer política en Cataluña sino para bloquearla. 

¿Posibilitarán las elecciones de este domingo que empiece el desbloqueo en el Parlament y así el fin de un ciclo antipolítico que reverbera más allá de Cataluña? Sabemos que como mínimo se ha producido un cambio. Las piezas del tablero del 21 de diciembre, tan paralizadoras, se modificaron la noche del 14 de febrero. No es mucho, de acuerdo, pero no es poco. Es verdad que en las elecciones de la pandemia[contexto id=»460724″] han cambiado otras cosas. Importante es la fuerza electoral reforzada del independentismo, que ha crecido como se ha disparado la abstención. Y no menos relevante es la entrada en el Parlament de once jinetes de Don Pelayo que atisban el peligro de la islamización en cada esquina de Cataluña. Pero lo que puede iniciar el ciclo para después del Procés es el cambio de liderazgo partidista en cada uno de los dos bloques petrificados: el cambio de Esquerra por Junts y el del PSOE por Ciudadanos. Y digo el PSOE y no el PSC a conciencia porque el partido de Salvador Illa hoy parece más bien la marca blanca regional del Partido de Pedro Sánchez.

Tanto unos como otros -socialistas y republicanos- son conscientes que nuestro momento de crisis es demasiado complejo como para seguir jugando a los cortocircuitos. Los dos, ya sea por interés o por convicción (en política son sinónimos), fueron los principales impulsores de la Mesa de Diálogo. Ha llegado el momento de reactivarla porque ahora, a diferencia de lo ocurrido en febrero del 2020, el nuevo President de la Generalitat no la boicoteará. Allí podrá empezarse a negociar salidas transitables a un conflicto reconocido por las mayorías. Sólo pueden negarlo quienes aprietan los ojos para ver unos engañosos destellos de luz que falsean la realidad y los hunden electoralmente. Que los que pueden no pierdan más tiempo. No ha cambiado todo, pero ha cambiado algo y cada oportunidad que se malbarata no solo sigue desempoderando a la Generalitat sino que también va vaciando operatividad al Estado de las Autonomías. 

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