El amor después de comer: ocho razones para ver 'Foodie Love'
La primera, porque eres fan de Isabel Coixet y esta es su primera serie
1) Porque eres fan de Isabel Coixet y esta es su primera serie
Te gusta el cine de Isabel Coixet. La descubriste en Cosas que nunca te dije (1996), aquella fascinante crónica de incomunicación urbana, soledad y derrota. Más tarde supiste que la autora tenía también una faceta ocurrente y hasta divertida que prefería volcar en sus trabajos publicitarios. Has seguido su carrera en la pantalla grande durante más de dos décadas. Te emocionaron Mi vida sin mí (2003) y La vida secreta de las palabras (2005). Luego, los títulos siguientes te provocaron sentimientos dispares, hasta que La librería (2017), con su melancólico retrato de la sociedad rural inglesa de los años 50, te devolvió la fe en ella. Ahora acaba de dirigir la primera serie de ficción de HBO España: 8 capítulos –disponibles en la plataforma desde el pasado 4 de diciembre– donde recupera muchos de sus recursos visuales y narrativos para contar la historia de amor agridulce entre dos aficionados a la gastronomía que se conocen a través de una app de citas.
2) Porque adoras las comedias románticas modernas
HBO describe Foodie Love en su web como “una historia de amor, desamor, dudas y comida”. No suena mal como reclamo. Sobre todo, desde que la cocina se ha puesto de moda entre el gran público. Y, también, desde que series como Girls (HBO) o Love (Netflix) han impuesto en el gusto del televidente occidental un nuevo tipo de comedia romántica moderna protagonizada por veinteañeros inestables, con lenguaje explícito y un realismo tan tierno como descarnado. En los primeros episodios de la serie de Coixet se percibe cierta influencia de Judd Apatow y Lena Dunham. Pero también del primer Woody Allen o incluso del penúltimo cine francés, desde el cortometraje Foutaises de Jean-Pierre Jeunet (1989) hasta el Cédric Klapisch de Una casa de locos (2002) y sus secuelas, Las muñecas rusas (2005) y El rompecabezas chino (2013): monólogos confesionales mirando a la cámara, pensamientos en voz en off, globos de comic sobre la cabeza de los personajes. Todo está permitido para echarle salero a un relato aparentemente anodino.
3) Porque trata de gastronomía con un enfoque distinto
A lo largo de 8 episodios de media hora de duración, la serie va recorriendo el territorio natural de los foodies : cafés, coctelerías, mercados donde se come, heladerías, bares de tapas o restaurante creativos de lujo con cocina molecular. Y van apareciendo en la historia bocados tan trendies como el ramen, el pastrami, las gyozas, los mochies, los croissants, el lemon curd o las crêpes, que le sirven a Coixet para retratar las caprichosas fijaciones de la ultimísima generación de gourmets. Atención a la cena de la pareja en Cocina Hermanos Torres, donde el ritmo del menú y las extensas explicaciones del servicio les impiden casi hablar, ahondando aún más la tensión sexual no resuelta. Por cierto, hay una breve cameo de Pau Arenós sentado en una mesa ejerciendo su papel de crítico y, al final de sexto episodio, una simpática aparición de Ferrán Adrià, que no viene mucho a cuento pero es otra de las numerosas licencias y chistes privados que se permite la directora.
4) Por su retrato desprejuiciado del universo foodie
“Hay mucho imbécil en el universo foodie”, se dice en el primer capítulo. ¡Qué gran verdad! Una empleada de una editorial y un matemático que ha descubierto un logaritmo conectan a través de la comida y sólo hallan su zona de confort cuando juegan a adivinar ingredientes y recetas o hablan de Massimo Bottura y Anthony Bourdain. Ambos tienen neveras llenas de cosas absurdas y caducadas. “¿Y el ramen, cómo se te da?”, le pregunta el uno al otro. La gastronomía les sirve para ir conociéndose cita tras cita y es también una excusa para llamarse al móvil y recomendarse direcciones secretas, como esa increíble heladería romana a la que acude él siguiendo las indicaciones telefónicas de ella. “Ni una palabra en Trip Advisor ni en Yelp, por caridad”, le implora la dueña. El foodismo, retratado con gracia en toda su estulticia.
5) Porque te identificas con los protagonistas y su dificultad para conectar
Como toda (buena) comedia moderna con dosis de drama sentimental e irreverente costumbrismo urbano, Foodie Love nos presenta a dos personajes muy perdidos, inseguros y frágiles, que intentan disimular su malestar vital, soledad e insatisfacción con una auto-exigencia y un esnobismo culinario difíciles de controlar. A través de la experiencia culinaria compartida, esperan hallar respuestas o encontrar pareja, pero se debaten entre el deseo y la incertidumbre, en un cortejo lleno de malos entendidos. Y es tal el miedo de ambos a meter la pata que se pasan los primeros cuatro episodios esquivando cualquier intimidad y sintiéndose como extraños. “Comer, bromear, no decir nada, mejor así”, comenta él para sus adentros. Real como la vida misma.
6) Por la convincente interpretación de Laia Costa y Guillermo Pfening
Hay una química innegable entre la actriz barcelonesa Laia Costa y el argentino Guillermo Pfening, sin la cual Foodie Love no se sostendría ya que la serie está dedicada en un 99% a sus encuentros y desencuentros, sus corazones heridos y sus ganas de compartir algo: primero comida, luego sexo, acaso al final amor. Desde sus primeras conversaciones banales hasta las escenas de lujuria y gula en la cocina, pasando por el fallido viaje a Francia (¿un homenaje a Dos en la carretera?) o el previsible desapego posterior, los dos intérpretes dan una credibilidad y empaque notables a un guión que es Coixet en estado puro, con toda su hiper-sensibilidad y su autocomplacencia. “La burrata no sabe igual sin ti”, declara él apenado por el silencio que precede a un más que posible rechazo. Y no dan ganas de reírte, sino de consolarle.
7) Por la estupenda banda sonora y los guiños cinéfilos
Además de Hiroshima mon amour (1967, Alain Resnais), que juega un papel desencadenante en la crisis de la pareja, Coixet ha aliñado los 8 capítulos de Foodie Love –como si fuera Garci– con guiños cinéfilos a algunas de sus películas fetiche, que el espectador atento puede detectar en los diálogos: Érase una vez en América (1984, Sergio Leone), Secretary (2002, Steven Shainberg), Annie Hall (1977, Woody Allen), Pranzo di ferragosto (2008, Gianni di Gregorio), El sentido de la vida de Monty Python (1983, Terry Jones) y toda la saga detectivesca de The Thin Man que protagonizaron en los años 30 y 40 William Powell y Myrna Loy. Una auténtica ginkana para los amantes del séptimo arte. Y hay que tomar nota igualmente de la banda sonora. La directora ha sabido siempre arropar los momentos cumbres de su filmografía con música de los más diversos géneros, siempre con un gusto exquisito. Y aquí no iba a ser menos. Suenan canciones de figuras contemporáneas como Jay Jay Johanson, Bomba Stéreo, Lasha de Sela, Flor Baier o Dope Lemon, pero también hay lugar para Lola Flores, Mina, Gino Paoli, Jean Sablon, Alfredo Marceneiro, Dean Martin o el olvidado Max Rabbae. Melodías con punch cantadas en español, inglés, francés, italiano o portugués. Y hasta una curiosa versión del Happy together de los Turtles tocada con ukelele.
8) Por los locales que nos descubre de Barcelona, Roma, Francia o Tokio
Desde el coffe shop barcelonés Espai Joliu hasta el bar de sake tokiota La Jetée en Shinjuku, la autora aprovecha las vicisitudes de la pareja de Foodie Love para descubrirnos algunos de sus locales favoritos: ese fantástico cóctel-bar Paradiso de la Ciudad Condal al que se accede, cual speakeasy, a través de una puerta escondida, el novísimo restaurante de los Hermanos Torres, la pastelería de Takashi Ochiai, el Soho House donde proyectan películas en blanco y negro mientras se toman copas, La Cava de Pepita y sus estrafalarias tapas, el Bar de Santis, el Ice Crome y la Osteria da Zi Umberto en Roma o el bucólico Château de Villeneuve en Montolieu. A su manera, Coixet está compartiendo con nosotros su particular guía de la buena vida. ¡Que vayan preparando la segunda temporada!