El logos inaudito
Los cristianos necesitamos desarrollar un “logos” sobre Dios, una teología, que bien mirado, no deja de ser un gesto hiperbólico
La escena me intriga tanto que este es el segundo artículo que le dedico en El Subjetivo. Es conocida como “la perícope de la adúltera” y se encuentra en el Evangelio de San Juan (7.53-8.11).
Jesús, tras pasar la noche en el Monte de los Olivos, descendió por la mañana temprano hasta Jerusalén y entró en el templo, con la intención se sentarse a discutir con quien quisiera acercársele. Se le acercaron los “gramáticos” –así son presentados los intérpretes canónicos de cada palabra de la ley- con una mujer que había cometido adulterio.
Inmediatamente se formó un circulo en torno a ellos. La mujer ocupaba el centro, el lugar más expuesto, el de los acusados y la vergüenza. “¿Qué castigo merece?”, le preguntaron. Pero Jesús, en lugar de responderles directamente, hizo algo muy extraño. Se inclinó y comenzó a trazar grafías sobre el suelo con el dedo. Jesús no fue, pues, ágrafo. El problema es que no sabemos qué escribió y hemos de quedarnos con su gesto.
Me imagino que los “gramáticos” se sorprendieron, pero no le preguntaron qué escribía, sino que insistieron: ¿qué castigo merecía la adúltera aquélla? Jesús interrumpió su escritura, alzó la cabeza y contestó: “Aquel de vosotros que esté sin pecado, que tire la primera piedra.” Y volvió “de nuevo a inclinarse” para proseguir con su inaudita tarea.
Los gramáticos no insistieron más y comenzaron a retirarse, “uno por uno, empezando por los más viejos”, dejando solos a Jesús y a la mujer, que seguía en el centro. Jesús se puso en pie y mirándola de frente, le preguntó:
– ¿Dónde están? ¿Nadie te ha condenado?
– Nadie, Señor – contestó ella.
– Tampoco yo te condeno -le dijo Jesús-. Anda, y en adelante no vuelvas a pecar.
No la condena, pero sí la juzga, ya que la considera pecadora. Ahora bien, en lugar de imponerle el castigo reglado por la ley, convierte todo lo ocurrido en una figura problemática que es imposible recibir con indiferencia.
– “Y en adelante (apo toû nûn) -le añadió- no vuelvas a pecar.”
¿Con qué hemos de quedarnos, con la ausencia de castigo, con este “en adelante” o con ambas cosas?
Soy un novicio en exégesis bíblica, pero me atrevo a pensar que Jesús le está diciendo a la mujer que tiene abierta ante ella la posibilidad o de un nuevo comienzo o de un punto y seguido.
El evangelista recalca que la mujer ha estado en el centro y sugiere que su vergüenza sólo ha sido comprendida por los gramáticos cuando les pide que el que esté libre de pecado, inicie la ejecución del castigo establecido por la ley. Es como si se insinuara que la vergüenza está más cerca de lo justo que la ley.
Toda esta escena ha dado pie a las interpretaciones más diversas, a lo cual ayuda, y no poco, el hecho de que esté ausente en algunos de los manuscritos más antiguos del Evangelio de San Juan.
San Agustín afirma que, al escribir en el suelo, Jesús se mostraba como “el divino legislador”. ¿Pero qué legislador escribe leyes que no pueden ser vistas por nadie y que, en todo caso, son menos visibles que la vergüenza?
En los evangelios, para sorpresa de judíos y musulmanes, no hay apenas leyes. Allá donde los judíos tienen la tora y los musulmanes, la sharia, el cristiano tiene una vida, la de Jesús, que está mucho más abierta a la interpretación que la ley. Por eso los cristianos necesitamos desarrollar un “logos” sobre Dios, una teología, que bien mirado, no deja de ser un gesto hiperbólico. Pero gracias a la teología nacieron las cátedras y con ellas, la singularidad europea de la universidad, que tanto contribuyó a que muchos cristianos vieran en el cristianismo la religión de la salida de la religión, pero también la religión de la búsqueda de religación y sentido.
Hoy es Jueves Santo y mañana el día del gran sinsentido, el día que me atrevo a llamar de San Nihilismo.
Es posible, ciertamente, pasar por estos días sin darse por aludido. La manera cristiana de transitarlos es, a mi parecer, con dudas, porque hasta el mismo Cristo, según el evangelio de San Lucas (22, 39-46), dudó en el Monte de los Olivos (“a donde iba con frecuencia”): “Padre, si quieres, aparta de mí ese cáliz”. La duda, lejos de ser anticristiana está representada por las velas apagadas y el Sagrario vacío del Viernes Santo.