THE OBJECTIVE
Argemino Barro

El ocaso de los héroes

«El secreto de la Gran Generación es que su ciclo vital encajó perfectamente con un ciclo histórico. Los nacidos antes no vistieron el uniforme ni experimentaron la gloria; en cambio, sufrieron la depresión económica durante la flor de su vida»

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El ocaso de los héroes

The National WWII Museum

45El 14 de abril de 1945, durante los combates de los Montes Apeninos, las metralletas alemanas hirieron en el brazo y en la espalda al teniente Bob Dole. El fuego lo elevó del suelo, le dio la vuelta en el aire y lo hizo caer de bruces sobre el barro. El oficial fue arrastrado 40 metros hacia las líneas americanas, donde recibió la dosis máxima de morfina. Sus compañeros, para que nadie más le pusiera una segunda inyección, le escribieron en la frente una ‘M’ con su propia sangre.

Dole sobrevivió, pero no intacto. Sus heridas requirieron siete intervenciones quirúrjicas. Nunca más volvió a recuperar la sensibilidad plena del brazo izquierdo, ni a usar correctamente la mano derecha.

A pesar de no poder estrechar manos, dado que le causaba dolores y le obligaba a llevar agarrado un bolígrafo para disuadir a los interesados, Dole se metió en política. Pasó 12 años en la Cámara de Representantes y 27 en el Senado. Su carrera culminó en 1996, cuando perdió las elecciones presidenciales contra Bill Clinton.

He aquí una vida completa y deslumbrante, a la que no le falta de nada: una infancia frugal en una granja de Kansas, durante los rigores de la Gran Depresión; un rito de paso en las montañas italianas, y toda una juventud y edad madura en el meollo, en el medio siglo más expansivo, prometedor y próspero de Estados Unidos.

Bob Dole forma parte de los poco más de 300.000 veteranos de la Segunda Guerra Mundial que, según datos oficiales del año pasado, continúan vivos. Es la cifra menguante de una hornada muy especial. Ni Milenials, ni Boomers, ni X, ni Z llegarán nunca a tener el brillo de la Gran Generación.

Pero quizás no fuesen unos muchachos y muchachas tan diferentes, después de todo. Quizás lo diferente fueron las circunstancias. El contexto en el que su generación fue convocada a vencer al Mal en Europa y a volver (la mayoría) para contarlo; y no solo para contarlo, sino para construir el país más rico e influyente del mundo.

Cuando el teniente Bob Dole y otros millones de estadounidenses, como John F. Kennedy, Richard Nixon o George H. W. Bush, volvieron del teatro de operaciones, encontraron a su nación en la dulce línea de salida: a punto de despegar. Era la única de Occidente en estas circunstancias. Europa y Asia habían sido arrasadas. Solo en Dresde se arrojaron 4.000 toneladas de bombas y en Stalingrado había tantos cadáveres en las calles que los caballos aplastaban cráneos sin inmutarse.

En cambio, ningún soldado enemigo plantó sus botas en las playas neoyorquinas, donde todavía se pueden ver los búnqueres instalados, por si acaso, en Rockaway Beach, pintarrajeados y cubiertos de maleza.

Estados Unidos había perdido a más de 400.000 soldados en la contienda. Una cifra a todas luces catastrófica; una porción de su juventud. Pero lejos, aún así, de los 25 o 30 millones de muertos de la Unión Soviética, la mayoría de ellos civiles.

Todas las piezas estaban alineadas a favor la Casa Blanca, que se puso a componer el orden mundial con los trazos seguros de un arquitecto. Plantó la ONU en Nueva York, el FMI en Washington, la OTAN en Londres (luego París, luego Bruselas), y se dispuso a ejercer su hegemonía de forma dura y blanda; con misiles y películas de cine, con invasiones, planes Marshall y millones de latas de Coca Cola.

El secreto de la Gran Generación es que su ciclo vital encajó perfectamente con un ciclo histórico. Los nacidos antes no vistieron el uniforme ni experimentaron la gloria; en cambio, sufrieron la depresión económica durante la flor de su vida. Y los que vinieron después ya tenían los caminos más o menos desbrozados.

La Gran Generación se convirtió en el modelo de las siguientes.

Los jóvenes despachados a la Guerra de Vietnam habían crecido con las imágenes de bellas mujeres francesas lanzando flores al paso de los libertadores, con el Arco del Triunfo de fondo. Sus padres les habían contado batallitas de Normandía, el Accio y el Pacífico Sur. Ellos también querían ese honor: el sacrificio de llevar la democracia a rincones oscuros, esta vez oprimidos por el comunismo.

Lo que encontraron, en cambio, fueron carreteras vacías, campesinos desconfiados y montones de emboscadas. Nada más poner un pie en Saigón, los G.I. Joes comprendían que no se les quería. No se les quería ni allí, ni en la retaguardia, donde la prensa y las marchas pacifistas desmoralizaron al propio Lyndon Johnson. Los soldados, esta vez, no brindaron gloria a sus hogares, sino adicciones y pesadillas.

Otros, apodados draft dodgers («los que esquivan el reclutamiento»), prefirieron librarse del servicio militar. Y no les fue mal. Bill Clinton, George W. Bush y Donald Trump son famosos draft dodgers. John McCain y John Kerry pasaron por Vietnam y pagaron un precio; sobre todo McCain, que fue derribado, capturado, torturado y mantenido cinco años en una celda de Hanoi. Nunca más pudo volver a levantar los brazos por encima del pecho. Pero eso no bastaba para los votantes.

Ahora los héroes de Las Árdenas o Guadalcanal frisan la centuria, o la superan.

El pasado septiembre el veterano afroamericano Lawrence Brooks cumplió 111 años. El Museo Nacional de la Segunda Guerra Mundial lo celebró frente a su casa de Nueva Orleans por quinto año consecutivo. Hubo bailarinas y marchas militares, y Brooks recibió 10.000 tarjetas de felicitación.

A sus 97 años, Bob Dole libra nuevas batallas. En febrero le diagnosticaron un cáncer de pulmón en fase cuatro. Nada más enterarse, su viejo amigo, el también exsenador Joe Biden, lo fue a visitar al hospital. Los próceres rememoraron los días en que el Congreso funcionaba. «Nos tratamos de Joe y Bob», dijo Dole después del encuentro.

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