THE OBJECTIVE
Juan Manuel Bellver

El renacido glamour del ajedrez

«Puede no gustarles un ápice el ajedrez, ni falta que hace. ‘Gambito de dama’ […] es puro entretenimiento inteligente, más allá del propio juego»

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El renacido glamour del ajedrez

Netflix

Una serie televisiva sobre ajedrez ocupa el número uno en el top de las más vistas de Netflix en España. Se titula Gambito de Dama y el fenómeno no es exclusivo de nuestro país, sino que repite el éxito obtenido en Estados Unidos. Ajedrez, ¿pueden creerlo? Aún queda esperanza para la ficción televisiva inteligente.

No me malinterpreten. No soy uno de esos autoproclamados cinéfilos que sólo ven películas subtituladas húngaras o coreanas. Disfruto de la teleseries como cualquiera. Y ahora más que nunca, por culpa de la pandemia. Pero en los últimos años hemos asistido a cierta vulgarización del formato a medida que crecía (y se rejuvenecía) la audiencia de las plataformas digitales de pago.

Se hace cada vez más raro ver episodios dramáticos de una hora de duración como los de Twin Peaks, The Wire, Los Soprano, Breaking Bad, El ala oeste de la Casa Blanca y otros títulos que nos engancharon en el pasado. Acaso el punto de inflexión vino con Juego de tronos. Desde entonces, las series de éxito se han tornado más hiperactivas y oscuras, en plan Peaky Blinders o American Horror Story, cuando no absolutamente extravagantes como EuphoriaHeridas abiertasKilling Eve, El tercer día o Esta mierda me supera.

Es como si, en la lucha por el share y por una renovación de contrato, los creadores se alejaran voluntariamente de los estándares realistas al uso para cultivar –no siempre con acierto– el género fantástico o el thriller psicótico. ¿Quién necesita un guión creíble bien hilvanado cuando se puede recurrir al histrionismo narrativo, los escenarios tenebrosos o los efectos especiales?

El concepto clave para no aburrir a unos espectadores con enfermiza tendencia al zapping parece ser la intensidad. Por eso provoca auténtica satisfacción descubrir notables excepciones como The good fight, Big Little LiesBoJack Horseman o el título que justifica este artículo.

Gambito de dama es una miniserie de siete entregas que adapta a la pantalla pequeña la novela homónima publicada por Walter Tevis en 1983 acerca de una joven huérfana estadounidense que se convierte en un prodigio del ajedrez en plena era de la Guerra Fría. Una historia bien pergeñada sobre el juego del caballo y el alfil, que es también la crónica del paso de la niñez a la madurez de una jovencita empoderada con tendencia al exceso y un agridulce y colorido retrato costumbrista de los primeros años 60.

Aunque el personaje femenino de Beth Harmon jamás existió, parece claramente inspirado en Bobby Fischer: aquel adolescente de Chicago que se proclamó campeón de su país a los 14 años –reteniendo el título durante 8 ediciones– y protagonizó el llamado match del siglo en julio de 1972, en Reikiavik (Islandia), cuando arrebató el cetro mundial a Boris Spassky, rompiendo con 24 años de hegemonía absoluta soviética en esta disciplina.

Eran tiempos en que el ajedrez tenía una inusitada repercusión social y los diarios le dedicaban una sección fija, para deleite de los aficionados, que descubrían gracias a la prensa las variantes de la apertura Ruy-López o la defensa siciliana. Todos los niños de mi generación lo practicábamos en casa y soñábamos con emular las proezas del muy precoz Fischer o acaso del gran maestro cubano-español de principios de siglo XX, José Raúl Capablanca.

Todavía recuerdo aquel formidable encuentro en el que Bobby se impuso a su rival –al cual nunca había derrotado– con una serie de salidas sorprendentes. Mi hermano mayor llegó a comprarse el libro Spassky/Fischer que editó Bruguera, con todas las partidas anotadas y comentadas por Lorenzo Ponce-Sala, y aquel verano me reclutó como sparring para reproducir los lances pegándome unas monumentales palizas ajedrecísticas.

Aunque el tablero rey ha ido perdiendo predicamento mediático con la caída del telón de acero y el advenimiento de la era digital, todavía tuvo su momento de magia, en plan duelo de humano-contra-máquina, con el morboso enfrentamiento de Garri Kaspárov frente a Deep Blue en febrero de 1996, cuando la súper computadora de IBM derrotó al más joven campeón mundial de la historia. ¡Qué tiempos!

Ahora le preguntas a un chaval por la calle cuántos nombres de grandes maestros conoce y te dirá que ninguno. O, aún peor, te citará a Faker, n0tail, S1mple u otros llamados grandes maestros de los vídeo-juegos. Lo cual tampoco es censurable. Con esta nueva socialización de las pantallas, al ajedrez le cuesta un huevo competir con el 3D y los programas de acción multiplayer.

Sin embargo, la atracción del jaque mate sigue funcionando en cinemascope, como prueban algunos largometrajes dedicados al tema en estas dos últimas décadas: desde La defensa Luzhin (2000), con John Turturro interpretando al personaje de la novela de Nabokov, hasta El caso Fischer (2014), con Toby Maguire dando vida al chico prodigio, pasando por la más desconocida –pero altamente recomendable– producción polaca El juego más frío (2019).

Gambito de dama se alimenta de esa misma épica de la victoria individual en un juego de mesa que admite pocas trampas, pero que puede llegar a causar trastornos de personalidad y comportamientos obsesivos en aquellos jugadores que no tienen el necesario equilibrio emocional. La protagonista absoluta, Beth Harmon, interpretada de niña por Isla Johnston y luego de mayor por la magnética Anya Taylor-Joy –que ya nos hechizó en la serie de tacitas Downton Abbey y en la inquietante Múltiple de M. Night Shyamalan–, flirtea todo el tiempo con el desastre provocando la empatía del televidente. La chica lo pasa tan mal y es tan mona, tan brillante y tenaz, que somos condescendientes con sus excesos alcohólicos y su adicción, desde muy temprana edad, a unas cápsulas tranquilizantes verdes que le daban diariamente en el orfanato –práctica habitual en la época– y le provocan un estado de duermevela con visiones de sombras fantasmagóricas de peones y torres moviéndose en el tablero imaginario del techo de su dormitorio.

Dichas pastillas, que en la serie llaman Xanzolam, son por cierto un remedo del Librium (o chlordiazepoxide): una benzodiazepina –antecesora del Valium– que se prescribía con bastante alegría en aquellos años como tratamiento contra la ansiedad o el insomnio y llegó a ser un auténtico superventas en las farmacias hasta que las autoridades sanitarias norteamericanas endurecieron debidamente su distribución.

Pero volvamos al meollo de la serie, cuyo éxito imprevisto –y sin campaña promocional que lo precediera– no es en absoluto casual, sino que es el resultado de un trabajo colectivo bastante impecable. Esta es una historia atrayente por la cual ya se interesaron los fallecidos Heath Ledger o Bernardo Bertolucci, pero que terminó recayendo en el guionista y director Scott Frank: un profesional dos veces nominado al Oscar, que ha sabido no sólo escoger bien a sus actores –destacando los secundarios Bill Camp y Moses Ingram–, sino a su equipo técnico, empezando por el diseñador de producción alemán Uli Hanisch (genial su trabajo en la imprescindible Babylon Berlin) y terminando por el ex campeón mundial Garry Kaspárov como asesor para las partidas.

Puede no gustarles un ápice el ajedrez, ni falta que hace. Gambito de dama, cuyo título alude a una apertura clásica que se caracteriza por la pérdida más que probable del peón de alfil izquierdo, después de dos movimientos de las blancas –en notación algebraica, 1.d4 d5 2.c4–, es puro entretenimiento inteligente, más allá del propio juego.

Algunos rasgos del carácter indómito de Harmon recuerdan a la jugadora soviética Nona Gaprindashvili, que durante la década prodigiosa llegó a jugar con grandes maestros masculinos –venciendo a algunos– y anticipan igualmente el triunfo feminista de la húngara Judit Pólgar, que en los 90 llegó a ganar a nada menos que once campeones el mundo, incluyendo a Anatoly Karpov o Magnus Carlsen.

Pero el empoderamiento del sexo débil, tan presente en los siete episodios, se compensa fantásticamente con el enfoque retro de la cámara, los colores pastel del vestuario (¡bravo Gabriele Binder!), los majestuosos decorados y la encomiable precisión con que la serie retrata el glamour de los 60 en escenas de interior y exterior que recrean magníficamente Kentucky, Ciudad de México, Las Vegas, Nueva York, París, o Moscú, aunque en realidad están rodadas entre Berlín (Alemania) y Ontario (Canadá).

El público no puede dejar de querer a Beth Harmon, sufrir con sus altibajos de niña perdida y gozar con sus pírricas victorias con blancas o negras, en una cinta que parece inofensiva pero que nos habla de superación humana y de la magia de un deporte que pone a prueba tu temple y tu capacidad de pensar. Por todo esto –como leí en algún sitio el otro día–, «que nadie se sorprenda si el ajedrez se convierte en el regalo predilecto de estas próximas navidades».

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