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Jorge San Miguel

El rollo con Lennon

«¿Qué queda de Lennon hoy? Tras la mitología boomer, el músico popular quizás más decisivo del siglo XX -admito que con permiso de Elvis y Zimmerman»

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El rollo con Lennon

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Hace cuarenta años que mataron a Lennon, los mismos que tenía cuando lo mataron. Cuando yo era crío, Lennon era el gran ausente de la cultura popular, como antes lo habían sido Marilyn o Hendrix; pero con una dimensión nunca antes vista. Vivíamos en un mundo boomer en el que los Beatles lo habían sido todo, un mundo forjado en el crisol de los años sesenta y sus mitos. Pensar en Kurt Cobain, no digamos Ian Curtis o Amy Winehouse, no empieza ni acercarse. Los boomers aún se tomaban en serio y tenían mitos de verdad.

Esto era en la «cultura», o sea, en los calendarios y los suplementos de los periódicos; porque en la música Lennon se había convertido en un trasto viejo y aparatoso ya antes de morir. Lo que en política llaman un «jarrón chino». El peso de su liderazgo en los Beatles había sido demasiado. McCartney se labró una nueva carrera a la sombra de una banda moderadamente autoparódica –«Wings, the band the Beatles could have been», que decía Alan Partridge. Harrison pegó el pelotazo de Bangladesh. Ringo se dedicó a pasárselo bien, lo mismo que antes.

Lennon, por su parte, probó el psicologismo chillón de la Plastic Ono Band, y el esencialismo rockero de Rock ’n’ Roll, por el que algunos lo llamaron reaccionario, y le dio tiempo a dejar a Yoko por May Pang y desaparecer con Nilsson en una gigantesca borrachera. Estuvo cinco años sin sacar un disco y lo explicó en ‘Watching the wheels’, publicado cuatro meses después de que lo mataran. Por el camino dejó alguna de las canciones más horribles de todos los tiempos, y también manifiestos como ‘Working class hero’ que siguen resonando hoy, quizás con más fuerza que en el mundo en que crecí. Bajo las insufribles e inanes proclamas universalistas por las que se le sigue recordando aún hoy –véase el tuit de Pedro Sánchez-, el asunto de la clase fue central para Lennon.

Hace unos años fui a Liverpool con la excusa de un concierto, lo dejé escrito por aquí, y aproveché para visitar unos cuantos lugares de peregrinación: Mendips, Strawberry Fields, Penny Lane. Crucé Menlove Avenue por el lugar aproximado en que un conductor en prácticas atropelló y mató a Julia Stanley la tarde del 15 de julio de 1958. Es tentador pensar que ahí está todo lo sustancial de Lennon. También su complicada relación con la clase social: el niño John vivió holgadamente con su tía Mimi y su tío George Toogood Smithnomen est omen– que le leía cuentos por las noches y le enseñó a jugar con las palabras. Pero venía de un hogar roto, y aunque la familia y las autoridades obligaron a Julia a cederle la custodia del niño a su hermana, ella siguió iluminando la vida de John hasta esa tarde de julio. El joven Lennon caminó por una línea casi inapreciable entre la modestísima tranquilidad de los McCartney, que vivían al otro lado de Allerton Manor, y las estrecheces, o encontronazos con la pobreza real, de Harrison o Ringo. Por esas intersecciones de la vida escapan las tensiones que alimentan un espíritu creador. No era un farsante cuando escribió ‘Working class hero’ como pensé mucho tiempo -aunque, como siempre, esa no fuera toda la historia.

Las tensiones se manifestaban también de otras formas menos pacíficas. Fue Lennon un hombre de impulsos violentos, de nuevo contra la laica mitología del santón en albornoz. (Aún recuerdo la indignación entre mis amigos por una semblanza de finales de los 90 en la que Rosa Montero describía esa otra parte del personaje). Fue un gran drogota mientras los Stones llevaban la fama, lo que nos resulta hoy más gracioso al verlos convertidos en multinacional con Jagger de CEO. ¿Qué queda de Lennon hoy? Tras la mitología boomer, el músico popular quizás más decisivo del siglo XX -admito que con permiso de Elvis y Zimmerman-; pero también uno que se puede seguir escuchando a estas alturas, con mayor o menor interés, en sus varias manifestaciones; y una personalidad que resume buena parte de las glorias y miserias de las pequeñas clases medias blancas de ese siglo. Que no es poco.

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