THE OBJECTIVE
Jaime G. Mora

El sitio de Chicago

«La llegada de Trump a la Casa Blanca terminó por trastornar a una nación que se toma la democracia muy en serio»

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No hay otro país en el mundo que viva la política con un grado de excitación tan desquiciante como Estados Unidos. La llegada de Trump a la Casa Blanca terminó por trastornar a una nación que se toma la democracia muy en serio, tanto que los guardianes de los principios constitucionales parecieron olvidarse de que en una democracia votan todos, también aquellos que han convertido en fronteras los jardines de sus casas y su única conexión con el mundo es la misa del domingo. Cuatro años después del terremoto, la progresía yanqui sigue tan descolocada que apenas han acertado a elegir a un señor de casi 80 años de sonrisa atrofiada. La política, mientras tanto, lo ha invadido todo. En la burbuja que organizó la NBA para concluir la temporada los jugadores incorporaron el lema «Black Lives Matter» en sus camisetas y a punto estuvieron de boicotear los playoffs por los casos de brutalidad policial contra los negros. No solo fue el baloncesto, también el fútbol americano, el soccer

En América es normal que los artistas se posicionen políticamente. En la actuación musical del estreno este fin de semana de la temporada número 46 de Saturday Night Live, la cantante Megan Thee Stallion coló un mensaje antirracista mientras meneaba sus cachas a ritmo de rap. Y ahí está Jane Fonda con su abrigo rojo. Ahí está ese colectivo de actores que convierte las ceremonias de los Oscar en convenciones anti Trump[contexto id=»381723″]. Que Aaron Sorkin va a ser el protagonista absoluto de la próxima edición con El juicio de los 7 de Chicago parece evidente. En su nueva película, Sorkin recrea el proceso judicial que siguió a las manifestaciones que en 1968 concentraron a miles de antibelicistas durante la convención que eligió a Hubert Humphrey como candidato de los demócratas. Recordemos: el honor estadounidense se agotaba en la guerra de Vietnam y, en casa, los asesinatos de Martin Luther King y Bobby Kennedy enardecían aún más al movimiento por los derechos civiles y la nueva izquierda. Aquellas marchas fueron sofocadas con una represión policial sangrienta y con un juicio que bien podría haber presidido Nixon. El muy americano mensaje de Sorkin es que la ley está por encima de los tiranillos, ya lleven togas o pelucas rubias.

Norman Mailer lo vio venir en Miami y el sitio de Chicago, su crónica de aquellas protestas de yippies, socialistas y panteras negras, encabezadas por los siete de Chicago. El cronista pronunció algún discurso inflamado y a punto estuvo de ser arrestado por detenerse ante un jeep militar con su cuaderno de notas, pero siempre estuvo lejos de la acción. Quizá eso le hizo sentir culpable y, en lugar de irse de copas a la mansión Playboy, cuando todo acabó dio un paseo por el Grant Park. «Estaba casi vacío», escribe. «Cincuenta comulgantes estaban sentados sobre la hierba […] mientras un sacerdote daba misa sobre las cabezas ensangrentadas y un acólito sostenía la cruz. Esta visión, después de todo lo que había pasado durante la semana, resultaba la cosa más normal del mundo». Luego cruzó la fila de los guardias nacionales por última vez y se cruzó con la hija del senador McCarthy. «Voy a tomar un avión para irme con mi familia», le dijo ella. «Querida señorita —podría haberle dicho—, todos vamos a luchar durante los próximos cuarenta años».

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