El sueño bipartidista de Casado
«Al igual que los indignados de la izquierda, poco a poco, sin hacer mucho ruido, al discreto modo, están volviendo en fila India al redil del PSOE, la casa del padre, lo mismo, barrunta Casado, estaría a punto de suceder con los indignados de la derecha»
«El multipartidismo [sic] es lo peor que ha pasado en diez años». No es, sin duda, la más brillante que ha pronunciado a lo largo de su carrera, pero esa frase de Pablo Casado, cometida en medio del fragor de la batalla por Madrid, revela a las claras su personal esperanza en que el duopolio instaurado cuando la Transición, el que duraría hasta la resaca final de la Gran Recesión, aquel rutinario turnismo pacífico entre PP y PSOE, vuelva por sus fueros. Y acaso muy pronto, tal vez ya mismo, después un eventual – y para nada imposible- derrumbe tanto de Ciudadanos como de Vox por efecto de esa draconiana barrera del 5% que fija la norma electoral autonómica. Un sueño húmedo, el de borrar a toda la competencia de una sola tacada, que seguramente comparta con Pedro Sánchez, ahora inopinada y felizmente liberado de su propia mosca cojonera dentro del Consejo de Ministros. Por lo demás, el razonamiento que subyace tras ese deseo expresado en voz alta por el líder de la derecha convencional remite a que las causas que en su día provocaron la fractura interna de su base sociológica, y muy en particular la frustración del segmento más joven, un grupo que había visto frustradas sus expectativas vitales por un colapso económico que atribuía en gran medida a la corrupción de la élites gobernantes, ya han desaparecido del horizonte. Así, al igual que los indignados de la izquierda, poco a poco, sin hacer mucho ruido, al discreto modo, están volviendo en fila India al redil del PSOE, la casa del padre, lo mismo, barrunta Casado, estaría a punto de suceder con los indignados de la derecha. Solo sería, pues, una mera cuestión de tiempo.
¿Tiene sentido esa línea de pensamiento? Quizá lo tendría si España todavía a estas alturas continuase siendo distinta al resto de Europa. Pero ha llovido mucho desde que España dejó de constituir la reserva espiritual y política de Occidente. Ahora somos como los demás. Por tanto, basta con ojear un poco lo que sucede por ahí fuera para para ir sacando conclusiones al respecto. Y por ahí fuera ocurre que los sistemas políticos nacionales sufren, todos ellos, sin excepción, procesos de transformación en apariencia irreversibles. Así las cosas, ¿por qué España tendría que ser diferente? Me dirán, lo sé, que en el Reino Unido no solo sobrevive el viejo bipartidismo secular, sino que los conservadores han sido capaces de abocar a la práctica extinción a los ruidosos populistas de derechas del UKIP. Pero no es verdad. Bien al contrario, lo que ocurrió en el Reino Unido fue que quien dejó de existir para transmutarse en el UKIP resultó ser el Partido Conservador. Como igual ha desaparecido, y para siempre, la Democracia Cristiana, en Italia, o casi desaparecido los gaullistas de Francia. Partidos, los dos, que habían agrupado bajo sus siglas a una parte muy significativa de las clases medias tradicionales en sus respectivos países durante más de medio siglo, hasta que el proceso globalizador demolió sus cimientos culturales. Porque, como aquí el PP, eran partidos de derechas que representaban los intereses de una clientela electoral bastante homogénea desde todos los puntos de vista.
Pero, igual que la mítica clase obrera prácticamente desapareció de Occidente en apenas un suspiro, en un abrir y cerrar de ojos, lo mismo está ocurriendo hoy con la clase media, esa antigua columna vertebral del orden político europeo de la posguerra que se fragmenta a pasos acelerados entre unas novísimas capas urbanitas concentradas en las grandes metrópolis, jóvenes, de valores libertarios, altamente formadas en el ámbito técnico, hiperconectadas con la economía global, nativas del mundo de las nuevas tecnologías, por un lado; y por otro, las clásicas de siempre, ahora localizadas de modo predominante en las capitales provinciales del interior, ese estancado, envejecido y en franca decadencia. Dentro de los términos municipales de Madrid, Orense, Teruel y Oviedo predomina la clase media en el paisaje urbano, cierto. Tan cierto como que se trata de clases medias, las de Madrid y el resto, que cada vez tienen menos puntos en común entre sí. Ya no solo son distantes, también son distintas, cada vez más. Nada extraño, por cierto. Exactamente lo mismo ocurre en el resto de Occidente. Y clases sociales distintas, no se olvide, acaban votando siempre a partidos distintos. España no será la excepción. Olvide su fantasía el líder de la oposición.