THE OBJECTIVE
Javier Rioyo

Marica el último y otros orgullos

«En el libro de Luis Antonio de Villena, además de contar sus relaciones de cómplice amistad, hay un retrato de la formación poética y personal de Brines»

El verso suelto
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Marica el último y otros orgullos

Luis Antonio de Villena. | Wikipedia

«Por eso no levanto mi voz, viejo Walt Whitman,

contra el niño que escribe nombre de niña en su almohada,

ni contra el muchacho que se viste de novia en la oscuridad del ropero,

ni contra los solitarios de los casinos

que beben con asco el agua de la prostitución, 

ni contra los hombres de mirada verde

que aman al hombre y queman sus labios en silencio…»

 Federico García Lorca

Federico, ese hombre al que le gustaban los hombres. También las mujeres, pero de otra manera. Amaba a los seres humanos y a los animales. El campo y la ciudad. Estaba lleno de contradicciones, como su admirado Whitman, como todos los seres que merecen la pena. No somos una línea recta, no damos lecciones del único camino, no somos falsos predicadores, ni siquiera somos predicadores. Hemos crecido con nuestros lugares comunes, con la lengua suelta y absuelta a pesar de haber repetido estúpidos lugares comunes en un tiempo que no era el que hubiéramos deseado. Pero eso, como tantas cosas, uno lo empieza a comprender más tarde. 

Hace tiempo queremos ser nosotros, personas capaces de cambiar, seres que viven aceptando esas tantas  contradicciones nuestras. Defensores de causas que no nos importa perder. Y no somos nostálgicos de aquellos juegos juveniles dónde éramos impelidos a no llegar los últimos. ¡Marica el último! Lo decíamos, como un juego retador y divertido. Marica el último. Y allí se quedaba algún muchacho -retrasado silencioso y perdedor- guardando su secreto para sus noches, en sus soledades de almohada y ropero. Y nosotros, los brutos, orgullosos de no llegar los últimos, de no quedarnos ni quietos, ni absortos, ni sorprendidos. Nunca queríamos ser los últimos. Nuestro bullicio de grupo nos amparaba, ninguno se detenía, ninguno entendía a esos que quemaban sus labios en silencio.

Quizá Federico fuera un niño de esos. O quizá no. Es posible que ganara carreras, provocara risas, fuera el admirado, el líder de aquellos niños que jugaban a orillas del río, entre los árboles de la vega o en el particular patio de su casa. Da igual, pero él sí supo mirar a ese muchacho que también jugaba bajo los puentes y que llegaba el último. En su Oda a Walt Whitman, en los tiempos del Poeta en Nueva York, años de transformación de tantas cosas, desinhibido y liberado en su vida y sus lecturas que fueron revelación y dicha. Vio cosas que no le gustaron y no quiso perdonar a los que explotaban a los «puros, los clásicos, los señalados, los suplicantes».

Leída hoy esa oda ha podido confundir a algunos, incluso se podría pensar que estaba escrita por un Lorca homófobo. Nada más lejos de su realidad y su vida. Eran otros tiempos, otros disimulos, otras vigilancias y él, joven puro que buscaba a otros como él, no perdonaba a aquellos que daban «a los muchachos gotas de sucia muerte con amargo veneno». Y así proclamó su contra, su desprecio a los «Faeríes de Norteamérica, Pájaros de la Habana, Jotos de México, Sarasas de Cádiz, Apios de Sevilla, Cancos de Madrid, Floras de Alicante, Adelaidas de Portugal».

No eran tiempo de orgullos oficiales, ni de fiestas en carrozas, ni de banderas al viento, ni de gestualidades alegres. No, entonces los gays, para ser y estar alegres, tenían que esconder lo que orgullosa y discretamente eran y querían ser. No fueron los años más duros, los más represivos, esos llegarían con el triunfo de los que lo mataron, pero no era fácil mostrarse en libertad. Ni aunque fueras Marqués de Hoyos y Vinent, ni el del Santo Floro, ni Benavente premio Nobel, ni Lilí Álvarez, tenista de la alta sociedad. Fueron lo que quisieron ser pero viviendo en disimulo con la familia, con la sociedad, el municipio y el Estado. Buenos tiempos para la lírica y complicados para mostrar su sexualidad en libertad.

«La homofobia no tiene ideología, es asunto de intransigencia, incultura e impotencia de pensamiento»

Ahora son más felizmente libres, callejeramente orgullosos, festivos y alegres. Lo que no quiere decir que haya muchos Lorca o Cernuda. No puedo imaginarlos en los desfiles oficiales, mostrando su orgullo de su ser homosexuales, gays, bisexuales o poliamorosos. No los imagino bailando en Chueca. Sí los imagino felices, como la inmensa mayoría, de que ya no haya que esconderse, ni tener los miedos de antaño. Ya se que hay intransigentes, perseguidores, censores, estúpidos fanáticos e incitadores de odio, pero no llegan a ser ni la «inmensa minoría». No les dejaremos, no nos dejaremos que se cuelen ya sean neofascistas o viejos leninistas que siguen pretendiendo avanzar dando «dos pasos adelante, un paso atrás». 

La homofobia tampoco tiene ideología, es asunto de intransigencia, incultura e impotencia de pensamiento. Y eso sigue apareciendo en los extremos. Que se lo pregunten a los poetas, artistas y cualquiera que haya vivido bajo el castrismo -Lezama, Reinaldo Arenas, Severo Sarduy, Gastón Baquero, Bola de Nieve…– o que repasen el trato a los homosexuales en el comunismo y sus herencias. Por no hablar del catolicismo ultra, el islam y otros totalitarismos que todavía imponen castigan y persiguen. Ni ser gay es de izquierdas, ni ser intransigente es de derechas. Hablamos de derechos. Pero sobre todo hablamos de esa supervivencia del espíritu del chulo de barra o del retrógrado de «casino de provincias». Siempre recuerdo aquella historia que vivieron Lorca y Blanco Amor en el Casino de Granada. Por allí estaban felices y sueltos y un paisano se acercó para decir: «Dicen que ustedes los poetas son maricones». Y Federico respondió: «Y qué es poetas?». 

De poetas homosexuales, discretos o indiscretos, acabo de leer uno de los más sinceros, valientes, necesarios libros para contar las cosas desde dentro. Desde el que sabe de que habla y sobre quién habla. No es tan común en algunos libros que supuestos amigos poetas han escrito sobre algunos de sus maestros llenos de desviaciones, disimulos, manipulaciones y verdades falseadas. Todo lo contrario que el libro de Luis Antonio de Villena sobre su amigo Francisco, Paco, Brines. Está editado por el imprescindible Abelardo Linares en Renacimiento, se titula Brines. La vida secreta de los versos que, además es la historia de una amistad. La historia de dos seres cercanos, cómplices, cultos, noctámbulos, buscadores venales, pagadores de sexo, grandes poetas y grandes personas. 

Sí, Villena y Brines, podrían haber sido de aquellos despreciados por Federico y, sin embargo, es algo que resulta imposible de imaginar cuando has tenido la suerte de haberles conocido, leído, escuchado y celebrado. Ellos, como tantos, tuvieron que vivir amores mercenarios, que muchas veces compartieron, en las noches del Madrid a partir de los setenta. Es un retrato personal de la vida homosexual, de sus peligros y sus placeres, una narración llena de sinceridad, de nombres, de realismo sucio o multicolor, según se mire. Más de veinte años separaban a los amigos y eso les hace, aunque semejantes, muy diferentes a la hora de vivir el sexo y las noches. 

«Resulta extraño, que en aquellos años 50, por la Gran Vía de Madrid se viviera con tanta facilidad la busca del sexo entre iguales»

Un mundo de chulos y chaperos, que sobre todo Brines conoció muy bien-el mismo mundo que conoció su amigo Jaime Gil de Biedma– y que pronto asumió que aquello que podía ser bello, era también peligroso muchas veces y «se volvía sórdido y siniestro y quedaba en el cuerpo, en la boca, un terrible regusto a ceniza». 

Resulta contradictorio, extraño, que en aquellos años cincuenta del más duro franquismo, por la Gran Vía de Madrid- nada que ver con el mundo de Córdoba que contó otro poeta, Juan Vernier, de esas décadas en su ciudad, la misma de Pablo García Baena– se viviera con tanta facilidad la busca del sexo entre iguales. Paco tenía dinero, como Jaime, y eso era importante para poder moverse por aquél escondido y vital mundo del sexo prohibido. Naturalmente, recuerda Villena, Brines tuvo amigos, amores, amantes y amoríos que no fueron de pago, pero pocas veces «desdeñó lo venal… halló que era más fácil pagar, todo inmediato y muy lejano entonces a la prostitución femenina, todo era más ágil, más cordial, cuando todo iba bien más fácil pagar que no seguir el lento camino de la seducción, cuando además, y muy a menudo, se buscaba básicamente el sexo de una noche».

En el libro de Villena, además de contar sus relaciones de cómplice amistad, de buscadores de instantes o de amores compartidos, hay un retrato de la formación poética y personal de Brines. Significativo es, como tantas veces, el papel que juega la madre cuando se confirma lo que ya sospechaba que el hijo tenía amores con otros chicos. Le comprende y le pide dos cosas, que no se entere el padre -otro lugar común- y que vaya a la consulta del doctor Marañón para ver si su sexualidad tuviera «cura».

«Dos formas de vivir, de pensar y de votar. Brines, cercano al PP. Villena socialista de los tiempos del felipismo»

Y acudió a aquella consulta del afamado médico que pasó de ser compañero de los cultos republicanos a ser prologuista del fascista León Degrelle. Villena afirma que Brines guardó grato recuerdo de aquella visita en la que Marañón le dijo dos cosas, que el joven poeta sabía muy bien: «Usted no tiene ninguna enfermedad, sino solo un deseo sexual distinto al mayoritario. Usted no tiene ningún problema personal pero como todo homosexual, al menos hoy por hoy, sí tiene un problema social». Pagó, se quedó contento y nunca volvió. ¿Cuanto cobraría el doctor por afirmar lo evidente?

Celebren ustedes, o no, esta semana de Orgullo gay -que se parece cada vez más a un desfile de Disneylandia en carnaval- les recomiendo vivamente este libro tan carnal, sincero y lleno de historias más o menos secretas.  No solo de sexo habla Villena, también se cuenta el primer, creo, casus belli, en el jurado del premio Cervantes cuando a Brines le fue concedido, casi en artículo mortis, y por un merecido azar que alegró a los que amamos la poesía y a nuestros poetas verdaderos. Pero esa historia de premios oficiales, jurados obedientes, maniobras de poderosos rojos y otras fuentes serán contadas en otro momento.

No siempre se puede «conducir el deseo por vena de coral o celeste desnudo». Hay veces que el deseo se paga. Dos grandes poetas, homosexuales, libres y cultos. Dos formas de vivir, de pensar y de votar. Brines, cercano al PP. Villena socialista de los tiempos del felipismo. Otros tiempos, otro socialismo, otros premios, otros poetas.

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