THE OBJECTIVE
Javier Rioyo

Grupo Crónica y otras melancolías

«¿Hay tiempo para rectificar? ¿Puede Sánchez dar marcha atrás, reconocer errores o convocar elecciones que permitan un futuro más digno para este país?»

El verso suelto
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Grupo Crónica y otras melancolías

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. | Ilustración Alejandra Svriz

“Y yo me iré. Y se quedarán los pájaros cantando…

Se morirán aquellos que me amaron;

y el pueblo se hará nuevo cada año;

y en el rincón aquel de mi huerto florido y encalado,

mi espíritu errará, nostáljico…

Y yo me iré, y estaré solo, sin hogar, sin árbol

sin cielo azul y plácido…

Y se quedarán los pájaros cantando”.

Juan Ramón Jiménez

Hace unos días en la Universidad de la Rábida hablaba, para alumnos jóvenes y menos jóvenes, sobre la historia del cine documental español. Naturalmente salieron Buñuel y Edgar Neville, contemporáneos en distinto bando, accidentalmente documentalistas, también en distintas barricadas. Les separaron exilios, estéticas y éticas. Les separaban muchas cosas, les unían muchas más. Amantes de la vida, el vino, el whisky y el dry martini. Literatura y cine, discusiones, amores, ocultos gustos de dos maneras de ser español no convencional. ¿Dos genios de dos Españas? No, dos españoles que supieron coexistir y crear desde sus diferencias.

Después paramos en el cine de Basilio Martín Patino, sus deudas con la cultura popular, con el NO-DO y su retrato de un país que mantenía cuatro verdugos en la nómina del Ministerio de Justicia. Y llegamos hasta El desencanto, de Jaime Chávarri. Esa mirada de muchas Españas y la misma, esa mirada en tiempos iniciales de nuestra Transición y, sin embargo, ya desencantada. Los Panero también éramos nosotros. Felices sin el franquismo pero sin haber conseguido todavía ser un país tranquilo y felizmente constitucional.

Aunque éramos muy modernos, ¡nos creíamos!, nos faltaba ese plácido aburrimiento europeo. La Transición era algo que estaba llegando, que algunos lo estaban trabajando, otros lo estábamos criticando y unos cuantos lo estaban contando. Y llegó, nos pusimos de acuerdo, pactamos, concedimos y avanzamos a otro país distinto y necesario. Mejor.

Un país que ya nunca pudo ver nuestro Juan Ramón. Exiliado de todos y sin poder regresar antes de que su país, su pueblo, su huerto llegaran a conocer tiempos mejores. Antes de que se hubiera construido un país dónde su exilio no hubiera sido. Murió lejos, pero los pájaros siguieron cantando. Los escuché en las cálidas jornadas de Huelva, Niebla, La Rábida… Moguer. Todo transcurrió felizmente tranquilo, con las dudas y discrepancias habituales, con nuestras diferentes formas de ser españoles. Pero saltó la liebre y los pájaros volaron.

Una de las profesoras de ese curso documental, una catalana, catalanista – aunque charnega- nos quiso dar una lección sobre nuestra imperfección democrática, sobre el españolismo odioso y perseguidor de la libertad de «su pueblo», la «persecución» a su cultura, a su lengua y a sus deseos de votar e irse de esta triste, pobre patria nuestra. A la manera podemita nacionalista y catalanista, nos explicó las maldades de origen, la «mierda» de Transición que hicimos y la esperanza puesta en este momento de «gobierno progresista» tan dispuesto a entender Cataluña e impedir que los de la fachosfera jodieran, jodiéramos, el proceso. Y no me callé. Intenté explicar, explicarnos; argumentar mi distancia de esto que está pasando, que estamos viviendo. Pero no fue posible. Ella sabía. Fuese y no hubo nada.

«Tiempos de derrumbe sistemático de un país que conoció tiempos mejores en democracia»

Al regreso a Madrid, los pájaros seguían cantando a pesar de la calima. Regresé a mi campo castellano con un libro que me había dedicado un amigo, que también fue cómplice, jefe y que formó parte de los llamados Grupo Crónica. Daniel Gavela, uno de aquellos privilegiados testigos de la Transición, con el que compartimos ideas y discrepancias, acuerdos y desacuerdos, botillos y vinos. Así había dedicado ese libro grupal y genial: «A Javier Rioyo, ¡¿quién nos lo iba a decir?! Compartiendo exilio, que es la patria de los españoles que luchan por la libertad, por los siglos de los siglos». Y leí con placer y complicidad su colaboración: «Tiempo de mutantes y dinosaurios» que está encabezada por aquella apología de Sócrates que hizo Platón: «¿Crees que puede mantenerse en pie una ciudad, si sus sentencias judiciales no surten efecto alguno?».

En su excelente texto planea una cierta melancolía por tiempos vívidos y vividos, además de un indisimulado escepticismo por lo que está pasando, estamos viendo y queremos seguir contando. Tiempos de derrumbe sistemático de un país que conoció tiempos mejores en democracia y otras prosperidades que nos merecemos. Se lamenta que somos de una generación que «puede alcanzar a ver su derrumbe a manos del supremacismo excluyente, del populismo iliberal de izquierda y derecha y de un PSOE mutante o ya mutado, que, por permanecer en el poder a cualquier precio, renuncia a ser un partido hegemónico con proyecto propio, ese que siempre tuvo y que los españoles, votantes o no del socialismo, tanto cuando gobernaba como cuando estaba en la oposición». Y sigue Gavela reflexionando sobre el secesionismo y el populismo de la izquierda, sobre el «ho tornarem a fer», el intento de colocarnos a los ciudadanos libres en un lugar donde nunca estuvimos o sobre la polarización que arruina las democracias.

Pesimista y algo visionario- su texto está escrito en noviembre pasado- no cree que se vayan a rectificar errores. Y que los peores pronósticos están siendo superados por los hechos. ¿Hay tiempo para rectificar? ¿Puede Sánchez dar marcha atrás, reconocer errores o convocar elecciones que permitan un futuro más digno para este país? No lo ve Gavela, no lo ven otros que le acompañan en este libro, no lo vemos tampoco desde otras crónicas.

Recuerda Gavela el tardío, pero sincero, arrepentimiento de un socialista histórico, Indalecio Prieto, reconociendo desde su exilio mexicano en 1954 que la intervención del PSOE, arrastrado por Largo Caballero, en el levantamiento armado de Asturias del 34 -que antecedió al de Catalunya- al que se oponían tantos, entre otros Azaña, fue el origen de tantas desgracias y derrotas. Escribió Prieto: «Me declaro culpable ante mi conciencia, ante el Partido Socialista y ante España entera, de mi participación en aquel movimiento revolucionario».

«¿Veremos algún día el arrepentimiento de los socialistas sanchistas y sus compañeros de este viaje a ninguna parte?»

¿Veremos algún día el arrepentimiento de los socialistas sanchistas y sus compañeros de este viaje a ninguna parte que no está tocando vivir? No lo cree. No lo creemos. Además, Sánchez es más alto, más guapo, come menos, bebe menos y no lleva boina. Siempre recuerdo que el añorado crítico de El País Rafael Conte -le añoramos a él y añoramos a tantos vivos o muertos de ese periódico- decía que Indalecio tenía siete boinas distintas, que dependía de la boina de cada día, su ánimo y su humor. Sabía Conte de lo que hablaba porque su padre fue distribuidor de las boinas Elósegui y le vendió alguna al político socialista.

Otro día me ocuparé de este libro importante para conocernos. Para saber de dónde venimos, qué se hizo con la Transición, quienes fueron sus actores principales y quienes algunos de sus más destacados testigos. Hubo más, pero ellos fueron importantes y plurales. También se habla de algunas impagables historias de las muchas comidas por las que pasaron casi todos los que importaban en nuestra política y en un país que supo cambiar y concordar. Diecisiete periodistas que fueron libres, que defendieron una información sin fango, que vivieron de cerca los secretos de unos tiempos y un país. Desde la transición hasta nuestros días.

Solo hubo un político que se negó a asistir si no retiraban uno de sus componentes, fue José Luis Rodríguez Zapatero. El vetado era Carlos Dávila. Naturalmente ni el coordinador del Grupo Crónica, Antonio Casado, ni los demás componentes aceptaron aquel intento de veto. Hablaremos más tranquilamente de esa intrahistoria de aquellos periodistas. También de las corbatas del prologuista, Santiago Muñoz Machado. Y del papel de los historiadores, fiables y necesarios, qué como pide Carmen Iglesias, la epiloguista, no deben caer en ese «principio orwelliano de controlar el pasado desde el presente». Mucho que contar. Mucho que rectificar.

Como dijo Camus, y recuerda Gavela : «Una nación con mayúscula lleva las riendas de su destino tanto en el orgullo cuanto en la vergüenza».

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