THE OBJECTIVE
Javier Rioyo

Tánger en Madrid

«Nunca olvidaremos a Ángel Vázquez, el autor de ‘La vida perra de Juanita Narboni’; es la ciudad que fue, la que se pierde, la ciudad soñada y la real»

El verso suelto
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Tánger en Madrid

Tánger. | Preslava Boneva

«Nací en una ciudad que ya no existe,

en un país que entonces no existía»

Ramón Buenaventura

Uno no puede volver a una ciudad que ya no existe. Por eso el tangerino Ramón Buenaventura, poeta y escritor, tercera generación de españoles de Tánger, no quería volver al lugar dónde fue feliz y libre. Volvió, quejándose en su mejor estilo, pero volvió y yo estuve allí.

La antigua Tingis, la mítica ciudad dónde se cruzaron todas las civilizaciones, fue durante décadas una ciudad española, sin serlo, sin pertenecer administrativamente al Protectorado. Era una ciudad abierta, repartida por acuerdo entre varios países y disfrutando de una exótica marca de ciudad internacional. La población extranjera mayoritaria fue española y la ciudad -con sus toques boulevarianos afrancesados- parecía una peculiar ciudad cosmopolita, habitada por ciudadanos de procedencias, idiomas, culturas e intereses muy distintos. Una rareza en español o en cualquier idioma o cultura.

Mucho antes de que una película tan mítica como Casablanca -que en realidad se debería haber llamado Tánger- retratara esa vida de gente de paso, espías, buscavidas, nazis, demócratas o corruptos sin ideología, Tánger ya era así desde que en su esencia estaba la posibilidad de hacer negocios, comprar voluntades, huir de impuestos y de controles. Allí aumentaron su fortuna los March, los López marqueses de Comillas -negreros e ilustrados, buena gente- que intentaron que el joven arquitecto Gaudí construyera una catedral, cerca del gran Teatro Cervantes, joya modernista.

Cafés, hoteles, casinos, bares, clubs nocturnos, tiendas modernas, coches de lujo, sombrererías y alta costura, eran parte del mapa de aquella rareza. Una ciudad con 40.000 españoles, con periódicos, revistas, espectáculos, Feria de Abril y hasta plaza de toros. Una ciudad española que ya no existe, en un país que entonces no existía. Una ciudad alegre y confiada, judía, mora y cristiana, pero más libertina, mucho más liberal y descreída que la mayoría de las ciudades españolas. Una ciudad que había visto las guerras desde el balcón, que en nuestra guerra civil -a la que el historiador experto en Marruecos, Bernabé López García, ha dedicado un muy interesante libro- apenas tuvo incidentes, represalias o muertes. Fue una guerra de peleas de café y gritos de unos contra otros sin sangre derramada. Casi.

Una ciudad que crece con sus contradicciones y sus tapados, sus mitos y sus ritos que se ocultan. Una ciudad refugio de republicanos, de nazis, de antifascistas. Una ciudad tomada por el franquismo, aunque que nunca consiguieran que aquella moral de los vencedores se implantara. El periódico España de Tánger, impulsado por el refinado militar franquista Beigdeberg, muy pronto comenzó siendo una insólita redacción que congregó periodistas de todo el espectro ideológico y así siguió hasta avanzados los setenta. Su primer director fue el liberal y franquista (¿?) Gregorio Corrochano, critico taurino y buen periodista. Tuvo en su redacción a Fernando Vela, secretario de Ortega y Gasset y jefe de redacción de La Revista de Occidente, el chato Meléndez -comunista y doble espía-, Aladino Cuetos, Marqueríe y falangistas, socialistas, anarquistas, monárquicos y liberales. Alguno de sus directores fueron Manuel Cerezales -marido de Carmen Laforet– o Eduardo Haro Tecglen. Uno de los colaboradores era un joven escritor llamado Antonio Vázquez Molina, más conocido por Ángel Vázquez y razón principal de este recuerdo.

«Decía Haro Tecglen que la fascinación de la ciudad no se podía entender sin el mundo homosexual, sin las drogas»

Nunca pareció joven aquel lector de Virginia Woolf, Katherine Mansfield, Julien Green o James Joyce. Era un tangerino, hijo de Mariquita Molina, madre soltera llegada del pueblo Jubrique y de las críticas de sus vecinos. Fue costurera, sombrerera que se encontró salvada de la pobreza y la crítica en aquel Tánger próspero y abierto de los felices veinte, los favorables treinta y los triunfadores cuarenta, cincuenta, sesenta. Nada que ver aquella ciudad mestiza y con voluntad de cosmopolitismo con la pobreza española, andaluza, de aquellas décadas. Mariquita puso una sombrerería afrancesada en la calle principal. Tiene un hijo y es feliz madre soltera, que ha sabido hacer amigos y prosperar con un niño cabezón y miope, educado y curioso que todo lo mira, escucha y apunta en su memoria visual. Su capacidad para conservar vivo el lenguaje, los dichos, los cotilleos, sueños y otras ficciones de aquella deliciosa y mentirosa ciudad.

Antonio/Ángel, muy pronto, se da cuenta que su sensualidad está por admirar a los chicos, a los hombres y cree que lo mejor es disimular. Se disfraza de funcionario sin funciones, con cartera sin papeles, con apariencia de oficinista y con un interior que oculta whisky y sueños de fugas. Es un personaje discreto y esencial de esa ciudad que habla idiomas y sabe mirar para otro lado. Le ampara y admira una curiosa pandilla, hijos de la burguesía -una suerte de aristocracia- española que se mezcla con el mundo internacional. En compañía de Emilio Sanz de Soto, Pepe Carleton, Julia Abrines o el joven Pepe Hernández hicieron su particular inmersión en la vida y la noche de la ciudad cosmopolita, de costumbres sexuales muy libres, con una indudable atracción internacional del mundo gay. En un documental que hice hace más de 20 años –Tánger, esa vieja dama– decía Haro Tecglen que la fascinación de la ciudad no se podía entender sin el mundo homosexual, sin las drogas y sin la permisividad en no tener que justificar quién eras, de dónde venías ni a dónde ibas.

Ese Tánger, que vivieron durante décadas ciudadanos de otros mundos, era también un escenario lleno de mentiras, disimulos, vidas escondidas y fiestas privadas. El mundo marroquí en su lado, los españoles en el suyo, el resto repartiendo poder. Y los franceses intentando siempre ganar la batalla. Vieja y repetida historia que contaremos con más detalles. Si Pedro Sánchez -con sus Albares, Moratinos, Zapateros y otros bonus track que aparecerán en su día- regala el Sáhara para mayor gloria de su mantenerse en el poder, Macron lo hace con más grandeur y menos disimulo. Otra historia.

Ese mundo, esa ciudad que se perdía, ese mundo que terminaba, es el principal argumento de la obra de uno de nuestros mayores escritores no tan conocido, pero siempre editado, valorado y traducido. No le hacen falta homenajes, ni plazas públicas, ni calles, ni nombres de bibliotecas, ni estaciones. Caso todos se irán, él seguirá. Lleno de deudas, con el cariño de amigos, la admiración de Imperio Argentina o de Carmen Laforet, ganó para sorpresa y alegría el Premio Planeta con Se enciende y se apaga una luz, ahora reeditada y comentada por Rocío Rojas Marcos, sevillana, tarifeña y tangerina de voluntad, que narra la ciudad y sus sonidos desde dentro. Siguió con Fiesta para una mujer sola, una novela entre el cosmopolitismo y la mentira de una ciudad. Ni con esas novelas premiadas y llenas de admiración crítica consiguió Vázquez pagar sus deudas. No dejó de vivir con dignidad y disimulo. Se cuenta que consiguió un trabajo en el pueblo de origen familiar, Jubrique. Le encargaron renovar el padrón, pasaron los meses y Vázquez estaba entretenido en sus cosas, debía entregar el renovado padrón. No llegaba y se lo inventó.

«El nuevo rey marroquí que volvió del exilio no era muy partidario de aquella libérrima postal que se había dado de una ciudad del norte»

Después de sus ruinas, sus engaños y genialidades de superviviente, decidió -como tantos- que ya debía abandonar una ciudad que no era la misma. Ahora era una ciudad no bien vista por el nuevo país, el nuevo rey marroquí que volvió del exilio no era muy partidario de aquella libérrima postal que se había dado de una histórica ciudad del norte. La más cercana al mundo de los infieles. Poco a poco Tánger se fue desespañolizando. Siguió siendo, es, una maravillosa ciudad, pero ya no era aquella. Ninguno somos los mismos.

Durante casi cinco años fui director del Instituto Cervantes de Tánger. Hicimos algunas de las inmersiones y reconocimientos de la ciudad española que estaban pendientes. Muchas se quedaron por hacer. Ojalá alguien las pueda continuar. De las actividades en Tánger, de la incorporación de Larache o de otros empeños ya nos tocará hacer resumen y poner en valor. Somos del espíritu de esa ciudad que recuperó el cine de Alcaine, el recuerdo de Diego Galán, de Concha Cuetos, Irán Eory, José Luis Sampedro, Juanito Valderrama, Bibi Andersen, Rachel Muyal o de Sonia Cohen, entre otras tantas formas de ser tangerino. Del bar pendiente con María Dueñas y de otros secretos de la ciudad cotilla.

Nunca olvidaremos a Ángel Vázquez, el autor de La vida perra de Juanita Narboni; es la ciudad que fue, la que se pierde, la que nos acompaña en el recuerdo, la que queremos, la que tememos, la ciudad soñada y la real. Es una obra mayor de nuestra literatura. Monólogo que habla con Molly Bloom. Obra que rescatamos para el teatro por varias felices casualidades.

En la casa Tapiró, ahora en poder de José Bono, de la Medina, Alfonso Fuentes -sobrino del gran pintor- y Ada del Moral, presentaban un proyecto para recuperar la memoria española en Tánger. En aquel emocionante lugar de nuestra memoria -ahora propiedad de este conocido socialista de gran simpatía y capacidades diversas- que fue obra y residencia de uno de nuestros grandes acuarelistas, el pintor amigo que llegó con Fortuny y allí decidió quedarse, el gran olvidado José Tapiró que murió, creó y vivió su mejor vida artística y vital en esa ciudad.

«Tánger, que siempre me rodeó en Madrid, vuelve con nosotros al mítico teatro Lara»

En aquella fiesta se presentó una actriz tangerina española de tercera generación, muy querida y conocida en el mundo artístico y abierto de la ciudad, Romina Sánchez. Leyó unas páginas de La vida perra…, nos emocionó. La propusimos llevar ese monólogo novelado al teatro. Pensamos en Manuel Gutiérrez Aragón, querido y recordado por su cine, su literatura y sus adaptaciones teatrales. No había casi tiempo, poco dinero, pero por su entrega y su capacidad, por unos raviolis tangerinos y por la capacidad de Romina en ser Tánger, en ser Juanita Narboni, de convencer a uno de los grandes directores de actrices de nuestro cine, todo fue posible. Fue un éxito en su ciudad, en otras de Marruecos, saltó a Cádiz. Pero llegó el comandante y mando a parar.

Ahora, felizmente, estará en Madrid desde este sábado 3 de agosto y hasta septiembre cada sábado. Tánger, que siempre me rodeó en Madrid, vuelve con nosotros al mítico teatro Lara de la Corredera Baja. Vuelvo a mi infancia y a mi joven senectud. Ojalá nos veamos. La verdad de Tánger en Madrid.

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