THE OBJECTIVE
Javier Rioyo

Cebrián y los idiotas

«Desenmascarados, enjuiciados e investigados, los maniobreros en el poder tendrán que aceptar que su ‘commedia è finita’. Tenemos paciencia y barajamos»

El verso suelto
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Cebrián y los idiotas

Presentación del último libro de Juan Luis Cebrián. | TO

«Era progresista-religioso. Reconocía que el hombre viene del mono, pero del que salió del Arca de Noé» 

Stanislaw Jerzy Lec

En la librería Antonio Machado era la cita. Juan Luis Cebrián presentaba un nuevo libro con textos rescatados de un tiempo y un país tan cercano que sus protagonistas: fulleros, tahúres, coimas, villanos, duelistas, enmascarados, embozados, ventajistas, mentirosos, desleales, felones, idiotas y demás navegantes del Arca de Sánchez, parecían del mismo zoo de hace años. Incluso podríamos haber asistido a la presentación del libro del contemporáneo cervantino que fue Francisco de Luque Faxardo, Fiel desengaño contra la ociosidad y los juegos dónde ya se alertaba contra los jugadores de ventaja, los mentideros y los mentirosos.

Pero no, estamos aquí y ahora, otros son los patios y los monipodios. Otros los ventajistas, felones e idiotas que con otros trajes, otras máscaras nos pretenden convertir en ciudadanos humillados por el control, sus mentiras, sus gobiernos, sus falsas promesas o sus populismos de nuevo/viejo cuño. No será imposible pero no será fácil. Desenmascarados, enjuiciados e investigados, los maniobreros en el poder tendrán que aceptar que su commedia è finita. Tenemos paciencia y estamos barajando. 

Después de la presentación del libro de Cebrián, El efecto Sánchez. Ética y política en la era de la posverdad, ciudadanos que defendemos la libertad de pensamiento y su obligada libertad de expresión, lectores y escuchantes nos sentimos reconfortados por la palabra dicha y escrita por un periodista que hizo posible un periódico como El País. Ese lugar común de nuestra transición, de nuestra progresía que fue el diario El País, donde coincidimos muchos y plurales, liberales o socialistas, izquierdistas o centristas. Tuvimos al periódico como nuestro necesario y primer referente para saber evolucionar desde el autoritarismo a la libertad. 

Acompañado por un cercano viejo amigo y colaborador del periódico, Félix de Azúa, y por una no colaboradora del periódico y no vieja amiga, Cayetana Álvarez de Toledo. Comenzó con la puesta en suerte y contexto del editor, Ricardo Cayuela. Y vivimos dos horas de otro país posible, necesario y deseable. Cada uno se expresó desde sus diferencias, sin bálsamos ni disimulos, sin nostalgia estéril, ni esperanza vana. Volvió la prosa realista sin olvidar la ironía, el humor ni la crítica a un auditorio lleno, plural y diverso. El libro y su lectura tienen ahora un interés, y un morbo, añadido por haber sido publicado en un lugar donde ahora no podríamos encontrar ni a Cebrián. Ni a Azúa o Savater, digo es un decir. Hay otros pero no están ellos. Todo un síntoma. Más que eso, toda una clausura. Una realidad que nos hace buscar, otros sitios, otros medios, otros objetivos y otros subjetivos. Se puede.

El encuentro comenzó con Cayuela, escritor, periodista y editor mexicano que también se vino a vivir, pensar y decir a la ciudad abierta y no confiada que es Madrid. Es Cayuela de la estirpe liberal. Libre de letra y obra, a la manera de Octavio Paz o Enrique Krauze, un estilo de estar en el mundo cultural sin servidumbres de falso progresismo, sin rechazo ni manipulación de la historia común, sin derrumbar pasado ni pedir perdón. Mexicanos que hablan desde el espíritu de un país que recibió a los mejores del exilio republicano.

«Azúa recordó sus ‘históricas’ cercanías con Cebrián, con el periódico y su lucha contra humillados e idiotas»

No creo que Cayuela sea de los mejor recibidos este año en la más importante feria del libro en nuestro idioma, la FIL, que parece pasar por tiempos de verdaderos «progresistas», de balbuceos e intervenciones que poco tienen que ver con la literatura y el pensamiento de la «deriva reaccionaria de la izquierda», en la repetida expresión de mi admirado Félix Ovejero. Da igual. En Madrid se encuentran bien los Ovejero o los Cayuela. Y en Madrid se pueden oír, sin complejos ni descalificaciones, palabras y pensamientos como los que tuvimos la fortuna de escuchar la otra tarde. Una tarde en que parecía posible que hubieran estado juntos, felices, y quizá discrepantes, Antonio Machado y Manuel Machado. Otra España necesaria para que podamos pararnos para distinguir las voces de los ecos.

Continuó con la palabra Félix de Azúa, siempre renovado, lejos de los novísimos tiempos poéticos, madrileño voluntario, irónico esteta, académico de la lengua. Con la nueva felicidad del paseante que ya no tiene que contar sus pensamientos o digresiones a su perro, aunque también, sino que tiene que hablar para sus musas y sus hijas. Recordó sus «históricas» cercanías con Cebrián, con el periódico y su lucha contra humillados e idiotas. Y cuando decimos idiotas, no lo decimos con aquella novelesca insolencia de Azúa, sino en el sentido que Cebrián nos recuerda en uno de sus textos: La democracia de los idiotas.

Todo un aviso y un lamento porque las instituciones de la democracia no solo sean gestoras de la ignorancia. «Muchos se quejan de que haya hoy tantos países gobernados por idiotas. No empleo el término con ánimo ofensivo o de insulto, sino en la acepción segunda del diccionario de la RAE: ‘Engreído sin fundamento para ello’». Por desgracia son legión. Azúa llamó a la rebelión contra los idiotas en el poder, en las instituciones, pidió que fuéramos a las barricadas con un pensamiento delator de corruptos e idiotas. Ya vale de malos poetas, malas personas y malos mandatarios. Un elegante «yo acuso» de alguien que está saturado de mala prosa y peor política. Toca cambiar de música y letra.

Y llegó Cayetana y mandó a parar. Como una comandante de las tropas liberales, maestra de su sierra, rubia sin bote, culta por su voluntad, cosmopolita por familia, elegante y amablemente arrogante, me volvió a parecer lo opuesto a Miguel Tellado -no por belleza, sexo o elegancia- si no por discurso, dialéctica, habilidad y cultura. No quiere decir, todo lo contrario, que no tenga capacidad de retorcer memoria o verdad, que la tiene, me refiero a su depurado, hábil y seductor estilo de decir y defender. Sin estar de acuerdo, me la creo. Empezó su presentación disparando contra Jesús Polanco, Cebrián y El País, muy eficaz y hábil, aunque no tuviera razón. Lo soportaron bien, entre otros, Jaime Polanco, Gavela y un encajador tan contrastado como Cebrián, que amablemente en su turno discrepó y matizó interpretaciones.

«No recuerdo si fue Cebrián o Azúa quien expresó el restringido uso que el PP hace de una parlamentaria tan eficaz como Cayetana»

No se dejaron de recordar los intentos de Aznar, jefe entonces de una joven Cayetana, que quiso terminar por la vía judicial, y por otros caminos oscuros, con el grupo PRISA. No pudieron para disgusto de algunos y alegría de más. Cayetana estaba en ese lado perseguidor. También los liberales pueden ser autoritarios y orgullosos. Las cosas mudaron, el poder cambió y Cebrián y Cayetana, creo, también cambiaron, aunque fuera para bien. Uno se confesó liberal progresista, ella liberal sin más ni menos. Resultó un encuentro divertido y elucidador. No recuerdo si fue Cebrián o Azúa quien expresó el restringido uso que el PP hace de una parlamentaria tan eficaz como Cayetana. Pero sí estoy seguro que la primera que aplaudió ese deseo fue Esperanza Aguirre, en primera fila de la presentación.

No conozco a Cayetana, apenas dos saludos, pero sí recuerdo el reproche de un iliberal y muy rojo, con mando en plaza de Sánchez, para mayor deshonra de los libres y demócratas, que cuando era mi «jefe», la autoridad ¿competente? de una institución de la lengua y la cultura que merece algo mejor, me reprochó haber firmado un manifiesto contra una persecución política que la Generalitat quiso hacer contra Arcadi Espada. Algo vergonzoso e inadmisible para un periodista o un ciudadano que no dependa de las servidumbres de los conservadores nacionalistas. Ese mandatario cultural me dijo: «Ya te he visto, firmando manifiesto con Cayetana. Tú sabrás». Claro que yo sabía, que sé, lo que firmo y digo libre y conscientemente. Un manifiesto que firmaron, entre cientos, Sabina, Juaristi, Escohotado, Carreras, Ovejero, Del Pozo, Steven Pinker, Savater y Azúa… ¡¡¡ay!!! Estos últimos, en cena con testigos, el mismo rojo o negro, que sigue mandando en ínsulas y foros heredados, dijo que había que echarlos de El País, por fascistas. Lo consiguió.

Después de esa noche, que tuvo su continuación apasionada en compañía de los Martín Casariego, coeditores, recordé aquel libro, tan olvidable, que se llamaba El día que dejé de leer El País. Unos poemas, o así, de un activista de Comisiones Obreras, de acciones contra instituciones y muy verde que te quiero verde. No recuerdo el nombre, ni los poemas, pero es posible que ahora haga otro libro con otro título. Se piden ideas. Yo no seguí su consejo entonces, ni ahora. No quiero tergiversar ni el pasado ni negar el futuro. Tampoco, como recoge Cebrián en palabras de Eisenhower, quiero ser de esos que «cometen la imprudencia de renunciar a los principios por defender sus privilegios y acaban por perder ambas cosas». Sigo subiendo, despacio, mi particular ladera norte.

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