Memoria de Alberti y Muñoz Seca
«Todos al suelo. Franco ha vuelto. Se llama de otra manera, tiene otro tipo, otros generales y los ejércitos se visten de ángeles progresistas»
El coro de arpías, pizpiretos alegres y sometidos cortesanos de las mentiras quiere terminar el año judicial, el año horrible donde sembraron dudas y alimentaron rencores. Vendrán otros años y serán peores. Y ahí seguirán los de las caras de tachuelas rencorosas, el de la voz de marquesa, los aplaudidores de pago, las despeinadas estentóreas, los corifeos de la cosa pública, los pelotas, las histéricas chillonas, los subvencionados de motines en palacios, los comisionistas de mascarillas, los viajeros de gañote, los usurpadores de arcas, los ladrones subvencionados, los constructores de mentiras oficiales, los falsarios manipuladores, los hacedores de fango, los residentes en la infamia, los dementes disfrazados, los iletrados con cargo, los letrados sin juicio, las variadas cotorras, los que ladran, los que muerden, los que quieren morder, los tensadores de la historia, los maniobreros con cargo, los que pactan escondidos, los que rompen, engañan, encubren, los que venden patria y matria, los canceladores y sus secuaces que siguen resistiendo.
Mandan y ordenan, difaman y siguen construyendo un mundo paralelo desde sus medios y arcas. Tienen el púlpito y el arco, no la verdad ni la razón. Ya están preparando la nueva gran estafa para el año que viene. La contrarreforma de la Constitución. Que la mentira no les arrebate el sueldo. Todos al suelo. Franco ha vuelto. Se llama de otra manera, tiene otro tipo, otros generales y los ejércitos se visten de ángeles progresistas. Vienen a por nosotros como ángeles con espada.
Como decía Vladimiro… ¿Qué hacer? Un paso adelante y dos atrás. Lo veo lento, pero inseguro. ¿Tenemos que abandonar toda esperanza como si fuéramos al infierno de Dante? No, por favor. Pidamos un poco de risa de regalo de reyes. Nos merecemos comedia a la española, a ser posible con ese lúcido, burlador y ácrata espíritu de Berlanga. Seamos optimistas y generosos. Estemos dispuestos y preparados para la justa y necesaria amnistía para los que quieren terminar con esta «anormalidad» democrática y constitucional. Y vayamos jubilosos a un referéndum para legalizar a los odiadores de España. Es mejor que se vayan de rositas y se lleven el dinero de otros. Además, no sería fácil vivir con ese berlanguiano «todos a la cárcel». Son muchos y gastan demasiado. Aunque sean tramposos sin gracia, no debemos expresarnos a martillazos ni darles tortura o someterles a que escuchen sus propios discursos.
Estamos en Navidad y debemos permanecer «siempre alegres para hacer felices a los demás» como me enseñaron en un programa de aquella televisión tan edificante de nuestra infancia, con curas franquistas y actrices republicanas disimulando: Lola Gaos, Pilar Bardem y una larga lista de tapados antifranquistas que no fueron encarcelados. Los sesenta eran ya de un franquismo muy light para muchas cosas. Sin olvidar la crueldad, la ignominia y el asesinato, ya más selectivo que se ensañó con Grimau, Delgado, Granados, Ruano, Puig Antich o los últimos insoportables fusilamientos. Fuimos ignorantes en algunos casos. Después activos en el rechazo. Veníamos de querer ser buenos con Bonanza, sin dejar de aplaudir que la ley no pillara a El Fugitivo. No seríamos rojos, pero éramos muy inocentes. Sabíamos confesar nuestros pecados y cumplir la penitencia. También yo era un tonto y lo que he visto me ha hecho dos tontos.
Vengo de recordar a Rafael Alberti en su pueblo. El Puerto de Santa María, de las iglesias y las bodegas, de la memoria de sus palacios, de sus penales y penas. De los restos de aquella arboleda perdida de un niño bien que estudió -sin exagerar- con los jesuitas en el mismo colegio que Juan Ramón Jiménez y Fernando Villalón y donde también lo hizo Pedro Muñoz Seca. Incluso el heroico, fanático para muchos, general Modesto del V Regimiento pasó por allí sin demasiada aplicación.
«Alberti volvió a ser de todos. De los comunistas del astracán o de los monárquicos constitucionales»
Alberti, de familia pudiente dedicada a los vinos y aguardientes, es el más reconocible símbolo de la histórica villa de Juan de la Cosa y Fernán Caballero (Doña Cecilia). El poeta, marinero en tierra, siempre será recordado por aquel luminoso y esencial primer libro de poemas escrito ya desde su adolescente apartamiento de la tierra, los mares, las calles y las gentes que nunca olvidó. A su pueblo volvió después de largo exilio. Allí murió después de años felices, acompañado por su mujer María Asunción Mateos, sin la presencia de quienes habían intentado secuestrarle para mayor gloria de ellos mismos. Intentaron que viviera en los excesos y exageraciones, que la mano abierta del regreso fuera otra vez puño cerrado. No lo consiguieron, Alberti volvió a ser de todos. De los comunistas del astracán o de los monárquicos constitucionales.
La guerra, como a la inmensa mayoría, no le sentó bien a su obra ni a su biografía. El exilio fue otra cosa, lejos del paraíso soviético, aunque nunca abjurara de su militancia comunista, lo que le permitió el alivio económico del Premio Lenin. Vivió recreando su arboleda perdida en tierras argentinas y uruguayas. Se mudó, para estar cerca de sus ángeles y sus demonios, a esa Roma de gatos y meadas, de iglesias y tabernas del Trastévere. Muchos peregrinamos a esa Roma peligro de caminantes para verle reír y versificar cuál Papa de la poesía civil y comprometida. Siempre preferimos al poeta inicial, al del Museo del Prado y los ángeles, al marinero en su tierra y desterrado. Su obra ya estaba hecha, sus errores cumplidos.
Volvió y se dejó querer por unos y otros. Al final, en libertad, eligió la amable compañía. Se acercó a los reyes, se reinventó en comunista constitucionalista, libertino liberal, premiado y visitado por las dos o tres Españas. Fue feliz recuperando a su compadre sin exilios, excesos políticos, sin camisa roja ni camisa azul, Pepín Bello, el amigo de Federico y Buñuel, el de Dalí y el que nunca sacó a pasear el rencor y la desgracia de tener un hermano asesinado en Paracuellos. Con él y otros de sus tiempos jóvenes, con los recuerdos de la bahía y su luz recuperada, volvió a ser feliz. Su fundación, obra y memoria están vivas y pasean por el Puerto, ese mundo que fue todos los mundos.
«La vida y la obra de Pedro Muñoz Seca también merece un lugar en nuestra histórica memoria»
También quise recuperar la memoria de Pedro Muñoz Seca en el puerto. Su fundación no tiene visibilidad ni exposiciones, no tiene puertas abiertas y vitalidad cultural. Pero la memoria de uno de los imprescindibles autores de nuestro teatro más popular, la vida y la obra de Pedro Muñoz Seca, también merece un lugar en nuestra histórica memoria. Valle Inclán lo consideró un genio teatral a pesar de sus gracias y astracanadas o precisamente por eso. Fue fusilado en Paracuellos. «Podéis quitarme la hacienda, mi patria, mi fortuna y mi vida. Pero hay una cosa que no podéis quitarme. El miedo que tengo ahora mismo», dijo según cuenta la leyenda. Sin embargo, como una venganza de Don Mendo, murió con la sonrisa puesta. Asesinado, como Federico, por escribir y decir lo que pensaba. Por ser el autor con más público, por conservador, católico, monárquico e incorrecto. La vida no valía nada. Su venganza se seguirá representando. La película que hizo el ácrata Fernando Fernán Gómez la seguiremos viendo.
No somos, ni queremos ser de la OCA (aquella parodiada asociación de obreros cansados y aburridos). Aunque estemos cansados y aburridos de los que quieren borrar o manipular la memoria. Por más que algunos se empeñen los extremeños y los extremos se seguirán tocando. Y nosotros continuaremos riendo con verdad y sin olvidos. Del astracán a la verdad al desnudo. Del teatro de Muñoz Seca al de Alberti. Ojalá una obra de Alberti la podamos ver en el teatro Muñoz Seca en el Puerto de Santamaría. Algo habrá cambiado. Y nos iremos felices a su mítica plaza de toros. La fiesta debe continuar. Felices fiestas y felices Navidades.