Contra la Constitución, la memoria subvencionada
«Años para recordar, sí, sobre todo porque poco después finalizamos el ya comenzado camino de la reconciliación. Sin olvidos, ni pistolas, sin checas»
Jorge Manrique«Dejemos a los troyanos, que sus males no los vimos, ni sus glorias;
dejemos a los romanos, aunque oímos y leímos sus historias;
no curemos de saber lo de aquel siglo pasado, qué fue de ello;
vengamos a lo de ayer, que también es olvidado
como aquello»
Tengo memoria del franquismo y del antifranquismo. Ni quiero ni puedo olvidarlo. Pero estos fastos institucionales son verdad y buscan la verdad. Su verdad. ¿La verdad? No era verdad lo del antifranquismo. No era verdad la propuesta pedagógica para conocer lo que fue la dictadura. No eran verdad ni las palabras, ni las intenciones, ni el corto camino de su improvisado antifranquismo.
Era verdad que el politburó sanchista estaba al completo. Obedientes, ignorantes, manipuladores, aplaudidores, iliberales, de prietas filas y de cara a sus sombras. Todo era feo, cutre, falso e inútil. La máquina del fango funcionando en su parroquia, cantando una canción con ira y desafinando. Ni la música ni la letra estaban bien elegidas. Los trabajadores de la comunicación monclovita y sus adláteres de las ínsulas cervantinas y del circo Price no se ganan el sueldo. Los de la desmemoria oficial, tampoco.
Y los que son los encargados de esta anunciada feria para resucitar la francomoribundia, vista la primera puesta en escena, tendrán que pasar al paro subvencionado. O bien hacer un curso acelerado sobre lo que fue el franquismo, lo que representó la Transición y lo que sigue siendo nuestra Constitución. Ni saben, ni contestan. Anuncian que viene el lobo, pero ese cuento solo se lo pueden creer los insultadores, subvencionados, mantenidos y vividores de la fábula de Caperucita y el lobo. Los bambis de ayer se han convertido en los cuervos de hoy. Tienen el poder pero no tienen la razón.
Se engañan cuando creen que todo lo tienen atado y bien atado. Lo mismo que creyó aquel dictador, muerto y bien muerto, que ha pasado a una resurrección inesperada. Necesitan la ayuda del dictador para seguir luchando contra su desprecio a todo lo liberal y libre. Antes rojos y rotos que liberales o demócratas. Franco fue el continuador de Fernando VII, con gotas de Narváez y Cánovas y tragos de Miguel Primo de Rivera. Cualquier cosa para impedir que el liberalismo anulara el poder de una España tradicional. Vuelven, con otras máscaras, esos que quieren seguir gobernando metiendo miedo, tensando y desequilibrando.
El historiador Malefakis escribió: «La historia demostrará probablemente que Franco dejó todo sin duda ‘atado y bien atado’ pero no para la continuación del Movimiento-Estado, como era su intención, sino para su antítesis, la democracia». El reverso del espejo de Sánchez que parece pretender dejar todo en «su» partido socialista atado y bien atado. Esa pulsión autoritaria, que le lleva a querer hacer suyos al Fiscal General o a cualquier institución que dependa de sus presupuestos, le puede estallar y conseguir lo contrario: que crezcan los malos, las malas personas y los no demócratas.
«Al franquismo ya lo habíamos matado con las músicas y las letras, con la toma de las calles, con las películas y el teatro»
No poder estar en la calle, ni a la luna de Valencia, no escuchar, no saber dialogar, no se arregla ni con subvencionadas «escape rooms», músicas para cabalgar hasta enterrarlos del río hasta el mar, ni imponiendo el discurso partidista en las representaciones culturales de España en el exterior. Ni siquiera con documentales de Sánchez, ese hombre. No creo que tenga un Sáenz de Heredia a la altura. Aunque Carmina Gustrán le pueda estar buscando películas antifranquistas –hay muchas y excelentes– también le debería organizar un coloquio con Raza, un bodrio olvidable y contrastarla con la del falangista Nieves Conde, Surcos, que sí fue una lección de libertad que se coló en la torpe censura franquista. Muy interesante poder ver el cine bajo el franquismo, entender cómo se pudo hacer, incluso cómo las pudimos ver los jóvenes del franquismo. O las que se hicieron en el año que Franco murió en su cama. Además de las del primer destape, de las populares facilonas, también fue el año de Furtivos de Borau, de Pim, pam, pum ¡fuego!, de Olea o varias de Betriú, Camus y otros que no eran, precisamente, Rafael Gil.
Ciertamente hay mucho que conocer, saber, discutir y analizar de lo que insólitamente se pudo colar en un régimen dictatorial pero con muchas fisuras. Al franquismo ya lo habíamos matado con las músicas y las letras, con la toma de las calles, con las películas y el teatro. Pero seguía, ¡ay!, gozando de una mala salud de hierro. No era verdad aquella boutade del recordado y añorado Vázquez Montalbán de que «contra Franco vivíamos mejor». Al menos no lo era para la inmensa mayoría ciudadana, los militares tardaron más.
Montalbán, que tanto escribió y sacó partido a la historia sentimental y a la más dura, de aquella España con Franco, el que nos recordó que el dictador «comenzó el tiroteo en medio de tanto alboroto y conservó el tiroteo hasta el final de sus días, totalitario o autoritario». Y finalmente murió con todo su cuadro clínico, su equipo médico habitual, su insuficiencia cardiaca, su edema pulmonar y su hemorragia gástrica. Con el manto de la Virgen del Pilar y el brazo de Santa Teresa. Cada día nos castigaban con sus partes médicos, atentos a la pantalla, esperando esa noticia que se hizo de rogar. Hasta dio tiempo para chistes como aquell que diu: «Víctimas del agotamiento físico han fallecido todos los componentes del equipo médico habitual. Firmado: Francisco Franco».
«Años para recordar, sí, sobre todo porque poco después finalizamos el ya comenzado camino de la reconciliación»
Recordaba Gregorio Morán que «en vida, el último Franco provocaba repulsión. En el recuerdo acongoja». ¿Lo que se pretende es acongojarnos o insistir en lo que ya sabemos? Quiénes son los encargados de ilustrarnos. Cuál será el equipo de historiadores, poetas, cantautores, cantamañanas o de periodistas alquilados para tratar de reescribir una historia que muchos conocimos y padecimos. La historia de un dictador que murió en la cama entre el repudio, la omisión o la adhesión incondicional. De todo hubo en aquellos años que los socialistas no estaban y los comunistas no podían. Años para recordar, sí, sobre todo porque poco después finalizamos el ya comenzado camino de la reconciliación. Sin olvidos, ni pistolas, sin checas, con algunas dudas, pero con la firme decisión de perder el miedo a la modernidad, la democracia y la normalidad que representó la transición y que culminó en la Constitución.
Y no ningunear, ni olvidar, el papel de la monarquía. El fundamental de Juan Carlos sabiendo apostar por las personas adecuadas y poner de acuerdo a una sociedad civil que quería espantar enfrentamientos. Don Juan, el generoso heredero que no reinó, dijo en aquellos días: «La monarquía debe ser un poder arbitral independiente que facilite la superación de la Guerra Civil». Y así se hizo. Qué raros estos fastos que alimentan lo contrario de la concordia.
En una de sus irónicas propuestas, Gregorio Morán dejó escrito: «Solo los locos y los literatos viven y sufren de la memoria. Y no todos, solo los auténticos. Los historiadores; en el mejor de los casos viven a costa de ella. En los procesos de transición es imprescindible iniciar un proceso, lo más incruento y discreto posible, de extirpación del órgano de la memoria. Recordar vuelve a la gente escéptica y vengativa, melancólica y angustiada. Memoria histórica es la que se refiere al pasado sufrido; esa es la peligrosa. El resto no es nada más que nostalgia, y la nostalgia siempre es benigna».
Hace tiempo sabemos que la nostalgia tampoco es la que era.