Historias de la televisión y otras historias
«El progreso no puede permitir que un empresario franco-armenio tenga la desfachatez de querer recuperar lo que invirtió y no ser obediente a la Moncloa»

Televisión antigua. | Pixabay
«Ahora seremos felices,
cuando nada hay que esperar».
José Hierro
Entre la chica ye yé de Concha Velasco desmelenada en aquella película sobre la televisión de nuestras juventudes y el bombo público y notorio de Broncano, sin despeinarse, hemos visto pasar la vida. En directo o diferido, la televisión nuestra de cada día, nos ha vigilado mirándonos en su pantalla. Nos ha visto gustarnos y disgustarnos. Nos entretuvo, entretiene, desde su poderoso espejo cóncavo y nos ha permitido reconocernos, también, en nuestro esperpento. Muchas cosas han cambiado para que no cambie nada. Para que la vida televisada siga igual, tirando a peor. Ni añoranzas de aquella televisión de los tiempos de Sáenz de Heredia, ni alabanzas a esta de bombos hortero/progresistas. La televisión se parece a sus consumidores. Entre los documentales de La 2 y la corte friki de famosos deluxe, y otras miserias, hay un largo viaje que va desde la basura a Pasolini, digo, es un decir.
Recuerdo a Pasolini porque sigue siendo necesario para muchos que visitamos las cenizas de Gramsci y porque me lo recuerda el libro de Antonio Monegal, Como el aire que respiramos. En él se recogen algunas de las reflexiones que el poeta y cineasta dejó dichas en sus Escritos corsarios. No hace falta estar de acuerdo con el poeta y cineasta, no hace falta ser católico y marxista, ni esteta y homosexual, pero Pasolini sigue siendo -50 años después de su brutal asesinato en Ostia- uno de aquellos europeos que consiguieron conmovernos y nos hicieron pensar, discutir, dudar. Fue uno de los creadores que más críticamente reflexionó sobre la sociedad de consumo y su producto estrella que era, quizá sigue siendo, la televisión.
El cine, la radio, la prensa han sido, son, fundamentales instrumentos del poder y del control del pensamiento pero la televisión, sumada a las redes sociales, es un arma cargada de cultura e incultura, de diversión y manipulación. No coincidimos totalmente con el pensamiento corsario de Pasolini, pero lo debemos tener en cuenta:
«El fascismo fue incapaz de arañar siquiera el alma del pueblo italiano; el nuevo fascismo, a través de los nuevos medios de comunicación e información (sobre todo, justamente, la televisión) no sólo la ha arañado, sino que la ha acelerado, la ha violado, la ha afeado para siempre…». ¿Qué diría ahora Pasolini del fascismo, de Italia, de Europa, de las redes, de Elon Musk, de Meloni, de X? Conoció la dolce vita y la pocilga, la buena y la mala vida. Eligió el riesgo, perdió. La telebasura tomo su muerte en vano, sacó partido, supo hacer negocio, audiencia y explotación. Siguió lejos de Pasolini.
Lo recuerdo ahora y aquí, como frustrado espectador que no seré, desolado y huérfano porque no podré ver una televisión que represente a mis semejantes, mis hermanos, los progres de bombo y platillo. Y de pedir y trincar.
«Se nos anunciaba una televisión sin fango. Una televisión necesaria para explicar las razones de amnistiar y subvencionar»
Se nos anunciaba una televisión sin fango, sin basura. Una nueva antena que estaba pensada para aumentar el número de comprometidos y cautivos, de ciudadanos biempensantes, ávidos para ser guiados por la senda del gobierno y sus bondadosas condonaciones. Una televisión necesaria para explicar las razones de amnistiar y subvencionar. Una televisión capaz de controlar el medio y el mensaje. Era factible, podían tener medios, aunque tuvieran menos dinero que morro. Seguimos a la espera, atentos a la pantalla, aunque de momento -a no ser que el ejercito de las matildes lo solucione- tendrán que tener paciencia y desear poder ese ver momento forjar una televisión que limpie, fije y de esplendor a tanto fango, y tanta fangoria, que anda suelto.
Este país debe estar atento y bien informado contra esas minorías derechistas y liberales que tanto amenazan la paz y el bienestar. Buenos españoles que necesitan ser reconducidos por los canales adecuados. Todo se andará. El progreso y sus vecinos, los reinos de taifas de esta pobre y hermosa tierra mía, no pueden permitir que un empresario francés/armenio/libanés, un hombre de negocios que tenga la desfachatez de querer ganar dinero, recuperar lo que invirtió y pretender no ser obediente a la Moncloa ni a Maastrich. Ya nos advirtió Adorno sobre estos que quieren dominar la industria del entretenimiento y la información, ¡es que se les ve venir de lejos! No tienen amor patrio. Ni ideología. «Su ideología es el negocio». Como un tendero, como un botiguer. ¡Asco de capitalistas, burgueses, pequeño burgueses y liberales! Que diría Urtasun.
Nos recuerda el libro de Monegal un ensayo sobre la televisión de Pierre Bourdieu, analista y sociólogo muy admirado por Juan Cueto, e incitador a luchar contra los índices de audiencia en nombre de la democracia. Bourdieu, como Contreras, Carlos Núñez, Varela y otros socialistas que ya estaban allí antes del sanchismo y defendían que «todas las producciones culturales que se han considerado las más elevadas de la humanidad, como las matemáticas, la poesía o la filosofía, han surgido en contra de modelos equivalentes a los índices de audiencia, es decir, contra la lógica comercial». ¡Qué pena! Qué excelente lección de cultura televisiva, de cercanía con la cultura -sin masas, ni bombos, ni Mejides o belenesruedas– se han perdido por el capricho y la firmeza de un empresario que empeñado en ganar dinero antes que salvar a España de las garras de la derechona. Nunca nos podemos fiar de los franceses.
Lo siento por mi, por ti, todos mis compañeros y por mí el primero.
«Respeté mucho a Miguel Barroso. Listo, tranquilo, maniobrero, hábil y capaz de estar, mandar y no aparecer»
Yo, como Umbral, también he venido a hablar de mi libro. Tengo a mis espaldas mucha televisión, mucha radio, mucho documental. He sido de la pública y de la privada. Conozco el medio desde Castedo, siguiendo por Calviño, Miró, Oliart, Cabanillas, Asensio o Polanco. Colaboré, hice guiones, presenté o dirigí programas de mínima audiencia, de media audiencia y sin competir por el prime time. Me fue bien contra todo pronóstico. Pude elegir, ganar y perder. Me equivoqué, con mi amigo y maestro Raúl del Pozo, cuando en Sabor a Lolas no dimos chance a Chiquito de la Calzada y le colamos a Leopoldo María Panero o a Albert Pla. Pero que me quiten lo bailao, reído y disfrutado con Lola Flores o Jesús Quintero. Con Concha García Campoy o con José Luis Garci. Hemos disfrutado, hemos discutido, debatido, peleado y hasta fumado en muchos platós de antaño.
Cuando Canal Plus solo era un proyecto, acompañé a Juan Cueto para retirar los grillos que hacían guardia en los estudios, todavía en obras, de Torre Picasso. Después tuvimos otras complicidades televisivas y vitales. Nos gustaban la televisión, Baudrillard y Julio Iglesias. Me sigue gustando y cabreando. Veo programas para enfadarme con los tertulianos o los presentadores. Veo el futbol para excitarme y el cine, clásico o contemporáneo, para tomar un whisky, o dos. Crecí con la televisión, respetadme.
Yo también respeté mucho a Miguel Barroso. Y a José Miguel Contreras desde aquellos tiempos con Maravall y Rubalcaba. Barroso listo, tranquilo, maniobrero, hábil y capaz de estar, mandar y no aparecer. Una vez me llamó para acompañarlo en la Fnac primera pero no acudí. Me volvió a llamar cuando mandaba en la televisión de Rodríguez Zapatero y dije sí. El que no tenga pasado que tire la primera piedra. Qué cosas, qué tiempos, que estravagarios, que extravagancias, que aciertos y qué torpezas. También qué negocios de algunos de la lista de embarrados. Miguel, hasta dónde yo sé, nunca se embarrosó. Entre las miserias y censuras de la progresía de entonces, se empeñaron en quitar a los mejores y más libres en la televisión cultural. Pusieron en la calle al díscolo e imprevisible Sánchez Dragó, por derechizarse demasiado. Y lo peor, prescindieron del libre, culto, abierto y necesario José Luis Garci. Por falta de amor al cine, por error, ignorancia y sectarismo. No lo entendí, sigo sin entenderlo.
«El único mando de televisión que me es cercano es mi mando a distancia»
Se me ofrecieron cargos que no acepté. La corrupción es una tentación y yo estaba más tentado por la vida tranquila que por una casa en Marbella o en Perú. Vi cosas, me fui del Consejo de RTVE en la segunda reunión y me recluí con placer en un programa de libros, música y nocturnidad. A los cuatro años, un directivo que no destacaba por sus lecturas, pero sí defendía a los suyos, mandó parar tanta charla libresca e hizo negocios desde su terraza. Otras historias de la televisión que habrá que ir contando.
Yo con Barroso hasta la muerte, pero ni un paso más. Guardo con cariño una última foto en compañía de Miguel Ríos, poco después de la toma del Ateneo. Pero esa es otra historia.
Y ahora lo siento por Contreras, al que conocí de joven crítico de televisión en El País y con el que he mantenido una buena no frecuente relación. Sigo esperando su llamada porque con él voy hasta el Válgame Dios, y el diablo. Pero sin pasar por la Moncloa, que está muy llena y es manifiestamente mejorable. El único mando de televisión que me es cercano es mi mando a distancia. Voy a comprobar las pilas.