Por el camino de Proust
«El mundo de Proust, su tiempo perdido y recobrado, siempre será emocionante. La muestra en el museo Thyssen es sin duda una de las exposiciones de la temporada»

Proust, acostado. | Archivo
«…Como Proust soy y somos fantasmas, seres de lejanía.
Sin la vida vulgar no hay arte sublime y el artista
debe vestir el charol del espanto para brillar más allá»
Luis Antonio de Villena
El brillo y sus sombras, los paraísos perdidos y los recuperados, los elegantes salones iluminados y los secretos de cualquier alcoba. Los placeres, los días y las noches. El tiempo, la vida, los amigos, el arte, las muchachas en flor, los modernos y los clásicos, Sodoma y Gomorra, las catedrales o la música de Wagner. La descarada belleza del París de la Belle Epoque, caminan por Madrid. Puertas abiertas al spleen y el gay trinar en el Thyssen-Bornemisza. Un protagonista principal: Marcel Proust, acompañado de un singular reparto de notables, modernos, extravagantes y elegantes de la época.
Invitados a esa fiesta de los sentidos y ser partícipes de sus amores por las artes y por los artistas. Un mundo inseparable de la pintura, la música, la vanguardia y sus clasicismos, la vida de aristócratas y de la alta burguesía. La diversión de cortesanas y sirvientes, la moda de muchachos sin flor o mundanas libertinas.
El universo de Proust y su minuciosa mirada -cerrada en sus espacios, abierta a lo lejano, tocada por la enfermedad y atizada por los sentidos- hizo posible que la escritura acompañara a una vida llena de curiosidad, secretos, veladuras y revelaciones. Sin duda una de las exposiciones de la temporada. No hay tiempo perdido cuando nos ponemos de paseo con Proust. Todo en él es útil, nada necesario.
Se puede vivir sin Proust, pero nos perdemos un mundo que fue y que sigue. Nos perdemos un pasado que nos sigue. Una lectura que sigue viva y que nos ayuda a recuperar lo que nunca fue nuestro.
Yo comencé con Proust Por el camino de Swann, el primero de los siete tomos que componen ese monumento llamado A la busca del tiempo perdido. Lo hice en la edición de bolsillo de Alianza Editorial y en traducción de Pedro Salinas. Nada más comenzar su lectura me encontré cercano y atrapado. Yo era algo así como lo opuesto de Marcel Proust y vivía en las antípodas de su mundo. Quizá por eso se hizo tan próximo y lleno de propuestas de fugas a otros mundos, otras vidas.
«Aquellos tiempos de mili, en el mundo más lejos de los Guermantes que imaginarse pueda, me hicieron proustiano y de Buñuel»
«Mucho tiempo he estado acostándome temprano». Eso me pasaba a mí. Me obligaban a acostarme temprano, aunque no podían impedir que continuara mi secreta lectura con una pequeña linterna. Después de la retreta, en un cuartel de Zaragoza, en una tranquila celda a la que había ido a parar por no tener ni mucho ardor guerrero, ni pasar lista a la hora, seguía con mis lecturas de aquellas vidas tan ajenas, tan interesantes y excéntricas. Fueron el tiempo mejor recuperado. Me enviaron al calabozo, me quitaron de la felliniana vida en El Plata. Recordado y añorado cabaret popular, abierto mañana y noche y quizá la estética más opuesta al baile de Nijinsky. Cuando tomamos un vermut todavía recordamos aquellas sesiones tempranas del cabaret, su orquesta desvencijada y sus alegres muchachas. El vermut es nuestra magdalena.
Aquellos tiempos de mili, sin Franco, pero con franquismo, con ETA matando cada día, con acuartelamientos y castigos, en el mundo más lejos de los Guermantes que imaginarse pueda, me hicieron proustiano y de Buñuel. Recordé al aragonés en esta exposición de Madrid. Allí acompaña al mundo de Proust, uno de los mejores retratos de Ignacio Zuloaga, el retrato de la Condesa de Noailles. Una belleza moderna, proustiana y buñuelesca. Los condes de Noailles fueron los productores de esa cumbre del surrealismo que es La Edad de Oro. Dalí y Buñuel tuvieron toda la libertad para su poema visual gracias a esos nobles seducidos por las artes y sus provocaciones. Tan cercanos a Proust y dejándose querer por el surrealismo.
Esa clase de ricos, guapos y generosos aristócratas -o no- son el sueño del mecenazgo sin controles ni obediencias. El sueño de trabajar sin tener que pedir un enchufe a un ministro o exministro de Sánchez. Vale que no están mal los contratos a las chicas de compañía, ni los pisos, los viajes o las casas del sur -o dónde sea que se escondan sus paraísos ocultos- pero, sinceramente, casi prefiero a esos decadentes, pijos, exquisitos, elegantes, educados y artistas del mundo de Proust. Aún diría más, prefiero leer En busca del tiempo perdido que el Hola, detenerme en la traducción de Mauro Armiño, antes que deleitarme con esos programas de entretenimiento y famosos de la televisión pública o la privada. Cada día soy peor progre. Y me da igual.
Amores hispanos de Proust y otros chismes
Decía Walter Benjamín, traductor y admirador de Proust, que su obra era una «fisiología del chisme». Hay chismes y chismosos que nos producen envidia, hubiéramos ido a alguna isla de las tentaciones con esa pandilla. Gracias Marcel por haber sido cotilla y debelador de la vida privada de aquella fauna tan extraordinaria, aquellos libertinos y ricos, elegantes y superfluos y también, sobre todo, esa inigualable tropa de genios y de arte con los que supiste rodearte y ser feliz. Tu ser curioso y contemporáneo te llevaba a leer muchos periódicos de la época, con sus secciones dedicadas al gran mundo, sus cotilleos y sus vidas exteriores. Tú supiste que lo insignificante si se sabe mirar, contar y elegir, puede pasar a ser esencial.
Tapados o explícitos, en tu vida y en tu obra, hay algunos genios que hablaban español. Algún hispano y bastantes españoles que vivieron en tu mundo parisino han sido fundamentales en tu mundo real y contado. Muy bien representados en esta exposición.
Con frecuencia paso por una calle cercana a la Plaza del Callao, Postigo de San Martín, entre librerías, tabernas y churrerías, hay una placa municipal que recuerda que allí vivió Reynaldo Hahn. Sin duda uno de los hombres y amigos esenciales en la vida de Proust. Fueron jóvenes amantes y siempre cómplices, confidentes y amigos. Reynaldo, el pequeño de la saga de los Hahn, nacido en Venezuela, de padre judío alemán y de madre vasca. Poderosa y cultivada familia que vivió siempre en las cercanías del mundo proustiano.
Reynaldo fue un excelente y famoso músico, compositor, cantante y autor de algunas de las más hermosas canciones de la modernidad de aquellos tiempos. En sus últimos años fue el Director de la Ópera de París. Siempre hay que rescatar a este creador, fue uno de los más admirables amigos cosmopolitas del mundo proustiano, sin duda, pero también un genio por sí mismo. Su hermana María, segunda mujer de Raimundo de Madrazo y a la que conocemos por un excelente retrato del Museo del Prado, era una de las más cercanas y confidentes amigas del escritor. La saga de los Madrazo y los Fortuny, además de los Hahn, fueron de las familias más unidas a Proust en París.
En las paredes de las casas de sus amigos, en sus copias y libros, conoció y admiró la pintura española. El Greco, Velázquez, Goya o Murillo le fueron queridos y cercanos. También fue muy amigo de Mariano Fortuny y Madrazo, heredero del arte del padre y de los genes de la familia Madrazo. Lo visitó en su palacio de Venecia, en compañía de Reynaldo, lo admiró siempre y le compró alguno de sus vestidos. El palacio de Fortuny es uno de los más emocionantes y singulares museos escondidos de Venecia.
«Con Picasso tuvo Proust una confesa admiración. Y en José María Sert encontró a uno de los más discutidores de sus iguales»
Por seguir con los chismes, hay otro amigo Madrazo en el mundo Proust: Federico de Madrazo y Ochoa, hijo de Raimundo, más conocido por Coco. Fue otro de los amores del escritor, también amigo de Cocteau y del mundo festivo y homosexual de aquellas tribus. Vivieron intensamente el gran mundo y conocieron algunas de sus miserias de aquellos tiempos convulsos. Con Picasso tuvo Proust una confesa admiración. Y en José María Sert, el pintor y decorador catalán, encontró uno de los más cercanos y discutidores de sus iguales. Sert triunfó en medio mundo, de Nueva York al Palacio de Liria, se puso de moda y se hizo imprescindible. Hasta que sufrió las consecuencias de la guerra civil española y sus destrucciones. Entonces se dejó querer por el franquismo con el raro equilibrio de no perder su libertad creadora.
El mundo de Proust, su tiempo perdido y recobrado, siempre será emocionante. Como la música de Wagner o la catedral de Chartres. El joven Marcel apenas tuvo un trabajo en su vida, un breve periodo en la biblioteca Mazarine, el resto lo pasó buscando y describiendo la belleza y sus contradicciones. No fue fácil, tuvo que pagar la primera edición en Grasset de Du Cóté de chez Swann. Una excelente inversión. Allí nos llevó, allí seguimos regresando.
Un imprescindible que supo traducir sus vivencias: «Me di cuenta de que, para expresar esas impresiones, para escribir ese libro esencial, el único libro verdadero, un gran escritor no tiene que inventarlo en sentido corriente, puesto que ya existe en nuestro interior, sino que tiene que traducirlo. El deber y el cometido de un escritor son los de un traductor».