La literatura, el odio y el crimen
«Una denuncia de Ruth Ortiz, madre de los niños asesinados por el desalmado marido y padre, ha detenido de momento la distribución del libro de Luisgé Martín»

El escritor Luisgé Martín. | David Zorrakino (Europa Press)
«Decir lo más terrible de manera que ya no sea terrible,
que haya esperanza porque ha sido dicho»
Elías Canetti
Si a la literatura le quitaran los asesinos, los criminales y el odio sería un cuento de hadas. Sería una mentira aunque fuera una hermosa mentira. La literatura se hace con malos, canallas, traidores, locos, miserables, traidores y otros semejantes. El mal es más literario que el bien, que los buenos y los paraísos. Los malos venden más. Nos apelan al lado oscuro, no somos santos, vemos complacidos el infierno y nos creemos que son los otros. Los mejores libros son espejos de lo que somos o podríamos llegar a ser. En un libro donde estén el odio y el asesinato no podemos encontrar ni bondad ni vida feliz.
Con mucho interés esperaba la llegada del libro de no ficción de Luisgé Martín sobre el más espantoso y odiable ser del que hemos tenido noticia en las últimas décadas, el asesino parricida José Bretón. Durante los últimos años mantuvo correspondencia, encuentro y diálogo con el novelista Luisgé. Lo que no confesó antes la justicia lo reconoció ante el escritor.
Conocemos al escritor hace décadas, lo apreciamos como creador, nos cae bien como persona más allá que su talento muchas veces haya sido puesto para lavar caras, falsear realidades, disimular carencias e inventar pensamientos y palabras que ni pensaban, ni hubieran sabido expresar, aquellos que pagaban al escritor de ficciones, al transformador de realidades en literatura. Este mundo de la literatura y el periodismo, está lleno de negros, no necesariamente de buen estilo, ni buena escritura. Luisgé era, es, de los mejores.
Una denuncia de Ruth Ortiz, madre de los niños asesinados por el despreciable y desalmado marido y padre, ha detenido, por el momento, la distribución del libro. Entendemos a Ruth, estamos con ella, pero por eso mismo creemos que el libro debe estar en librerías. Por lo que conozco del autor, de sus obras literarias, estoy convencido de que no está escrito ni por morbo ni por operación comercial.
En el libro más sobrecogedor de Emmanuel Carrère, El adversario, se nos acerca al mal. A lo monstruoso y banal del asesino, del asesinato. También Carrère estuvo en contacto con el asesino, Jean-Claude Romand, quien se inventó una vida para engañar a los suyos pero no pudo engañarse a sí mismo. Un ser perturbado y perturbador, cuyo crimen, gracias a la literatura, no prescribirá jamás. Alguien que después de asesinar a su mujer, sus dos hijos y sus propios padres y hasta su perro, no supo quitarse la vida. Ahora, tres décadas, décadas después vive en algún lugar aislado, vigilado pero libre.
«La muerte nos salpica unos momentos, nos conmueve un rato y pasa al archivo de las infamias nuestras de cada día»
Es uno de esos monstruos que hemos podido tener de vecinos, un ser cariñoso con la familia, afable con los amigos, cuidadoso con su amante y un despreciable y vulgar humano señalado para siempre por el arte, por la literatura.
Unos asesinos de no ficción fueron los protagonistas de la mejor obra de Truman Capote, A sangre fría. Ni empatía ni juicio, el escritor, nos colocó el espejo de la banalidad del mal. Lo fácil y absurdo que puede ser matar por no saber vivir. Cada día los seres humanos, también los animales, se matan, se odian, se enfrentan hasta la muerte. Con eso vivimos, lo hacemos novela, película, noticia, comentario y seguimos tomando gambas a la plancha o bebiendo un Rioja. La muerte nos salpica unos momentos, nos conmueve un rato y pasa al archivo de las infamias nuestras de cada día.
El pervertido y cruel mariscal Gilles de Rais, uno de los personajes más macabros del otoño de la Edad Media, cuando pasa a la literatura de Huysmans, ese agente del mal, del satanismo, el crimen y las prácticas nefandas, se nos convierte en un atractivo personaje que ha dejado la realidad, la historia objetiva y sus hechos reales, para ser verdad en su ficción. El mal nos resulta atractivo. Comprendemos el terror y el asesinato.
Todos llevamos dentro una monja católica, una comprensiva Helena Prejean, capaz de entender y salvar a los asesinos de su castigo final. No queremos la pena capital ni de los más miserables, estamos por la abolición de la pena de muerte. No tenemos, ni se nos espera, ese espíritu de cercanía y comprensión que la monja que escribió Dead man walking tuvo con el asesino que esperaba salvarse del corredor de la muerte. También la fuerza de la ficción hizo que viéramos a la monja como una atractiva Susan Sarandon y al asesino con el rostro de Sean Penn. Lo sucio de la realidad no es el «realismo sucio» de la ficción. Ni mucho menos el realismo equidistante, ni el que busca el asesinato como una de las bellas artes.
«La realidad del asesino José Bretón nos repugna y nos duele. Sin embargo, quiero leer la historia contada por un novelista»
La realidad del asesino José Bretón nos repugna, nos duele y nos cuestiona sobre nuestra capacidad de perdón. Yo no le perdono. Ni Ruth Ortiz lo hará nunca. Y, sin embargo, quiero leer la historia contada por un novelista. La mirada de Luisgé Martín sobre ese espanto cercano. Alguien como él, capaz de poner su inteligencia y su estilo al servicio del relato de gobiernos «progresistas» seguro que es capaz de saber narrar la esencia del mal. No de los malos de la historia reciente –ya lo hizo con Pinochet y con los asesinos de las Torres Gemelas– sino del mal incomprensible de matar a tus hijos. No es un Saturno mitológico, ni un drama griego, es un canalla cercano, una perturbación a la vuelta de la esquina, el diablo como si fuera el tendero de nuestro mercado.
Luisgé que hizo malabares de escritor con políticos que tenían, tienen, que disimular lo que ignoran, seguro que es capaz de hacer una buena historia del mal cercano. También él se cansó de escribir para otros y se fue al Instituto Cervantes. Conocido refugio de tantos intereses, de algunos interesantes y de otros tontos útiles y obedientes. Del interior y del exterior.
Luisgé por sus méritos, deseos, relaciones y sus capacidades fue nombrado director del Instituto Cervantes de Los Ángeles. La cosa no funcionó. Ni el edificio, ni los alumnos, ni el alquiler desmadrado, ni otras habituales fisuras del organismo estatal, gubernamental y obediente. El novelista se cansó de Los Ángeles y de los demonios californianos, de los guiones americanos y de sus regidores. Así no es fácil. Nunca les fue muy bien a los españoles en Hollywood, salvo banderas, bardemes y cruces cercanos. Durante décadas fue el mejor refugio de escritores con talento dispuestos a dejarse reescribir; de cineastas, músicos, actores o guionistas huidos de los fascismos. Un lugar donde la mitología ya no existe y el mercado ha transformado las historias de antaño. Nunca dejó Luisgé su conexión española, su trabajo de ficción/ no ficción, sus contactos con el asesino y el ánimo de sus editores. Pero tiró la toalla cervantina. Aquel destino en el paraíso sigue esperando nuevo/a inquilino. Están en ello. Seguimos atentos a la pantalla.
La historia es una literatura contemporánea, sostiene Iván Jablonka. La historia de los asesinos y mezquinos es real y pasa a la irrealidad cuando alguien sabe como contarla. Pocos han sabido contar el espanto, la maldad y el incompresible asesinato como Jablonka con la lectura de Laetitia o el fin de los hombres. Espero la llegada a las librerías de El odio, sobre la culpa sin excusas de Bretón –no merece ni su apellido– porque lo peor no es que sea confeso y culpable. No, lo inquietante es que sea incorregible.