Vientos del este, culos del oeste
«Mientras otros cretinos desnortados se van detrás del culo del manipulador de la Bolsa, nuestro gran timonel sabe dónde besar. Que Occidente tome nota»

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, posa junto a su homólogo chino, Xi Jinping. | Huang Jingwen (Xinhua News)
«Lléguense al reverendo ojo del culo que se deja tratar y manosear
tan familiarmente de toda basura y elemento ni más ni menos;
demás de que hablaremos que es más necesario el ojo del culo solo
que los de la cara; por cuanto uno sin ojos en ella puede vivir,
pero sin ojo del culo ni pasar ni vivir»
Francisco de Quevedo y Villegas
Hace tiempo que Lao Zi está difuminado y desaparecido en China. Tampoco Confucio levanta cabeza. Desde siglos antes de nuestra civilización judeocristiana sus pensadores ya buscaban el camino de liberar al pueblo de la injusticia, de la explotación o del sometimiento. Nada de eso se ha conseguido. Ni la armonía, sabiduría o recta conducta que predicaba Confucio. Ni el conservarse débil para ganar la fortaleza que aconsejaba el Tao. No han encontrado su camino después de dinastías absolutas, del maoísmo o de ese peculiar comunismo a la China: un capitalismo sometido a una dictadura, no del proletariado, sino del Partido Comunista.
Las denuncias que Lao Zi expresaba siguen siendo válidas. Muchos chinos, como muchos necesitados de cualquier parte del mundo, se siguen pareciendo a aquellos hambrientos pobladores a los que los impuestos arrebataban sus cosechas. La injusticia social tiene diferente estética, ha cambiado de traje y de territorio. Del cultivo del campo a la tecnología punta, la población de uno de los países que dominan el mundo, el presente y probablemente el futuro, podría seguir señalando la injusticia social de su civilización como hace 25 siglos: «La corte está corrompida; los campos abandonados; los graneros vacíos. Ropajes lujosos, afiladas espadas al cinto, manjares hasta saciarse y riquezas sin cuento, a todos hay que llamarles jefes de bandidos», así se lee en el libro del Tao. Se cambian las vestimentas, los sacrificados campos, las formas de la caza, las artes de la guerra, los dirigentes y su lenguaje, pero todo sigue igual.
Un falso patriota, ese político extremo sin vida laboral, ese moralizante con barba llamado Abascal, es el más destacado de los lameculos españoles de ese elefante en nuestra cacharrería occidental llamado Trump. Donald, el patoso armado, el caganet que baila, es imbesable de arriba abajo, de frente o de cúbito supino. Enemigo de los suyos y de los otros. Impredecible rey de los nuevos bandidos.
En China también tienen culo. Hace tiempo se lo limpian con papel y los bosques se resisten a desaparecer. El dirigente, el puto amo, Xi Jinping, supo desde joven lo que era «besar el culo» de aquellos comunistas, maoístas, que habían desterrado, encarcelado y anulado a su padre. Ahora él se deja besar por dirigentes de izquierda, derecha o centro, sean lo que sean esos falsos reduccionismos. Xi Jinping tragó mucho, disimuló todo. Sigue sin quitar el retrato de Mao, mantiene su icónica figura, su histórica consideración de primer timonel, capaz de transformar y arruinar, de dar el salto adelante y para atrás para que un país ancestral y explotado se convirtiera en un país comunista explotador. Mao existe sin que se le tenga que leer. Es una foto que borra muchas preguntas, muchas dudas.
Xi Jinping, el nuevo e indiscutible Gran Timonel, hace lo contrario que Mao propugnó con su fracasada Revolución Cultural. Una cosa es haberles besado el culo y otra que le gustara. Su venganza es dejar al muñeco pero cambiar sus pilas. Nada se mueve como Mao quiso, el largo camino capitalista –disfrazado de comunismo– es imparable desde hace décadas. Dictadura y Partido Comunista, control y trabajo, vigilancia sin disidencia, negocio como sea, con quién sea y al precio que sea. No tienen prisa. Olvidan su pasado sin borrarlo y esperan el dominio del futuro. Hace tiempo se están despertando. Ya lo señaló el cine: «Dejen dormir a China. Porque cuando despierte, el mundo temblará». ¿Habrá visto Trump 55 dias en Pekín? ¿Y Sánchez?
«Intelectuales, cineastas, estudiantes y muchos progres se convirtieron al maoísmo sin tener ni puñetera idea de lo que fue aquel infierno»
El traje del presidente Mao ha sido enterrado. Aquella elegancia del estilo Mao se ha convertido en no tener estilo. Un estudiado vestir sin moda, modelo hombres grises y que parezca que han comprado sus trajes en las rebajas de SEPU. Seamos emperadores, pero que no se nos note en los ropajes lujosos.
Nada que ver con Mao. Mao, su vestuario, su estética, marcaron tendencia. Las camisas mao, sus trajes de botones o su catecismo. Andy Warhol lo hizo pop. Los intelectuales de Le Monde y otros franceses gauchistas, con Sartre y Simone de Beauvoir a la cabeza, ponderaron su vía al socialismo. La opinión pública progresista occidental miraba con simpatía esa farsa de la Revolución Cultural. No escribía tan bien como Churchill, ni pintaba tan mal como Hitler, pero era un poeta de izquierdas y eso le otorgaba un pasaporte de decencia. Salve. Así profesores, intelectuales, cineastas, estudiantes y muchos progres de la clase media se convirtieron al maoísmo sin tener ni puñetera idea de lo que fue aquel infierno.
Nadie podía reivindicar el fascismo. No se pudo seguir defendiendo a Stalin –aunque eso tardó bastante más- pero sí se podía estar con Mao e ir de moderno. Con tufillos curiles, sindicalistas o con talante de profesores con bufanda y gafas de becario, recuerdo a muchos de nuestros «prochinos» de cuando entonces. Aunque no fuéramos marxistas, ni maoístas, había algo en el sonriente y orondo vestido de sí mismo, en aquel comunista oriental y bien comido, que no caía mal.
Después leímos a Simon Leys y entendimos aquella falsa y perversa manera de usar la palabra revolución, la palabra cultura. Nunca fuimos del culto de esos altares pero no imaginábamos la dimensión de la mentira. Así retrata Leys una persona y un estilo: «Con gusto por los temas hueros, tendencia a reemplazar la realidad por la retórica, su sed de gloria personal, su vanidad, su intolerancia a la crítica, su falta de realismo, su ciega testarudez, su ser amnésico que olvida sus propias promesas y no cumple con sus palabra; debería callarse y tomarse unas vacaciones cuanto antes, so pena de que su desequilibrio psicológico se convierta en una locura furiosa». Está hablando de Mao. Aunque a algunos menos lejanos, más estilizados, les siente bien este traje.
«Antes hubo otros chinos en nuestro mundo, los del teatro de Manolita Chen, el chino mandarino del flan, los de la hucha de Domund»
Leer a Leys, un pensador esencial y seguidor de Orwell, intelectual libre contra los ismos de las izquierdas y las derechas, nos hace mejores. Nos advierte sobre los bien pensantes de la izquierda, cuando alguien critica las purgas, las desapariciones de aquella «revolución cultural», de sus sucesores, asesinos de la Plaza de Tiananmen: «Que no son comunistas, son fascistas». Ante ese lavado de manos, ese traspaso del mal de la izquierda a la derecha, dice Simon Leys, de aquellos maoístas: «Pueden formularse muchas acusaciones respecto a los dirigentes chinos, pero lo único que no podría reprochárseles es no haberse comportado como comunistas. El fondo del problema, precisamente, es que han actuado única y exclusivamente como comunistas. Compararlos con ‘fascistas’ es recurrir a un candil muy débil para iluminar el cuadro. Es como comparar la ferocidad de un tigre de Bengala con la de un gato callejero».
Nuestros mandatarios de la izquierda: Zapatero –nuestro hombre en Pekín y otros territorios de progresistas, izquierdistas, comunistas o islamistas–; su obediente presidente Sánchez; su muy prochino ministro de Usera y extrarradios, Albares y asistidos por la insólita e impredecible embajadora socialista, Marta Betanzos –ascendida a los altares de Pekín, para sorpresa de diplomáticos y españoles sin diplomar, después de su paso sin gloria por Lisboa– habrán tenido en cuenta esa frase de Deng Xiaoping que le gustaba recordar a Felipe González: «Gato negro o gato blanco, poco importa el color; el gato que caza al ratón es un buen gato».
Yo, que soy gato, me acuerdo muy bien de los primeros chinos que vimos, estaban en un restaurante popular de Lavapiés. No estoy seguro que delicias que se servían pero los gatos seguían maullando por mi callejón. Antes hubo otros chinos en nuestro mundo, los del teatro de Manolita Chen, el chino mandarino del flan, la imaginación de las chinas con un mantón que queríamos regalar, los representados en los azulejos de aquellos almacenes orientales, los de la hucha de Domund y, sobre todo, los de 55 días en Pekín, cuando Samuel Bronston hizo de Las Matas la ciudad imperial. Cuentan que una noche invitó a cenar a Ava Gadner, Charlton Heston, David Niven y Nicholas Ray en el único restaurante que entonces había en Madrid, House of Ming –de muchos recuerdos míos con Vicent, Del Pozo, Tito Fernández y Azcona– justo enfrente del Castellana Hilton dónde estaban alojados los actores.
«Los chinos hoy son nuestros abnegados tenderos sin horario, un día seremos sus empleados»
Llegaron con la intención de sumergirse en el ambiente, los aromas y los sabores chinos en Madrid. El anfitrión Samuel Bronston, habitual de la casa, se extrañó de no ver a los chinos propietarios, ni a sus camareros, ni cocineros y preguntó: «¿Dónde están mis amigos chinos?» El español encargado de sala le tuvo que confesar: «Señor, están todos en Las Matas, en su rodaje de Pekín». Todavía no había chinos en nuestro país. Algunos pocos nacionalistas de Taiwán que lentamente fueron instalando sus restaurantes. Los chinos los tuvieron que exportar de Francia, Italia y de otros lugares y naturalmente valieron para hacer de extras de cualquier viento del este. Al cabo de unos años fueron llegando lenta y silenciosamente muchos más. Familias, comunistas o nacionalistas, se multiplicaron, quintuplicaron y nunca desaparecen, siempre crecen.
Nos sirven, son nuestros vecinos, celebramos sus fiestas tradicionales, su cocina, sus productos baratos, los otros y los que vendrán. En algunos años quedaremos unos cuantos exóticos occidentales trabajando como chinos en los mesones de la Cava Baja. La China e vicina. Los chinos hoy son nuestros abnegados tenderos sin horario, un día seremos sus empleados. Hay quién sabe dónde besar el culo. Mientras otros cretinos desnortados se van detrás del culo del manipulador de la Bolsa, nuestro gran timonel sabe dónde besar. Que Occidente tome nota.
El Tao ya señalaba el camino: «…el gobierno del sabio es: vaciar la mente del pueblo y llenar su estómago, debilitar su ambición y fortalecer sus huesos. Hacer siempre que el pueblo no tenga conocimientos, ni deseos. Hacer que los inteligentes no se atrevan a gobernar; no actuar, en una palabra y entonces reinará el orden universal». Nuestro timonel tiene el tipo para lucir el cuello Mao. Con los comunistas hasta la muerte, pero ni un paso más.