The Objective
Javier Rioyo

Joaquín Dicenta, una bohemia entre el periodismo y el teatro

“Un libro de Ada del Moral y una exposición en Madrid recuerdan a un autor y un periodista innovador muy popular en su tiempo y muy olvidado en el nuestro”

El verso suelto
Joaquín Dicenta, una bohemia entre el periodismo y el teatro

Joaquín Dicenta. | Christian Franzen

“Cruzábamos tristemente las calles llenas de luna

y el hambre bailaba una zarabanda en nuestra mente.

Al verla triste y dolida yo la besaba en la boca”

                              Emilio Carrere

Joaquín Dicenta tenía “un mal vino” y un solidario pensamiento. Era un hombre flaco, elegante, cuidadoso con su vestir, descuidado en su gastar y liberal en su amar. Descendiente de aristócratas alemanes venidos a menos es uno de los más olvidados autores de nuestro teatro, fue iniciador del “nuevo periodismo”, feminista y pendenciero, progresista y sin duda una de las figuras esenciales la bohemia madrileña entre dos siglos.

Tuvo Dicenta una vida deslumbrante plena de escenas excesivas y de creación, de hallazgos literarios y periodísticos, más heredero del espíritu romántico que de la golfemia parásita, sablista y superviviente. Dicenta conoció muy bien los ambientes del Madrid oscuro. De una ciudad con luces de bohemia, de sombras apenas iluminadas por el gas de las farolas y los quinqués de amarillenta luz. Cuando Dicenta empezó sus colaboraciones periodísticas el progreso era un bebé que crecía a golpes para abandonar el casticismo por las nuevas maneras de escribir, de ser y de vivir. El más destacado componente de aquel grupo de la Gente Nueva. Demasiado escondidos por la Generación del 98, demasiado incómodos, libres y progresistas. Un grupo que cambió el periodismo, innovó el teatro- en el caso de Dicenta- y que sufrió precariedades, persecuciones y la rareza del éxito.

Sobre las luces y sombras de este grupo se están rescatando vidas y obras desde hace algunos años, tan interesante tan olvidado y mal conocido. Mi interés se ve recompensado con una nueva publicación y una excelente exposición. Hablo del libro de Ada del Moral- Joaquín Dicenta. Un intelectual desconocido. Progresista, romántico y protofeminista– y de la exposición: Madrid. ¡Viva la bohemia! Los bajos fondos de la vida literaria, en el Museo de Historia de Madrid.

El libro de Del Moral acaba de ser publicado por El Instituto Alicantino de Cultura Juan Gil Albert y por la Diputación de Alicante. Imagino que, como pasa con tantas publicaciones, no estará bien distribuido. Siendo muy especializado en el teatro de Dicenta merece la pena este acercamiento a uno de los autores más populares de su tiempo y más olvidados del nuestro. Una invitación minuciosa para conocer mejor a un autor tan contradictorio, tan “moderno”, demasiado olvidado y tan esencial para la transformación de nuestro teatro y nuestro periodismo.

La exposición, seguirá hasta el mes de junio, es una de esas iluminaciones sobre una época desdibujada, simplificada, banalizada y desconocida. No se la pierdan. Además de la figura central de Dicenta y sus cercanos- Luis Bonafoux, Alejandro Sawa, José Nakens, Ernesto Bark o Mariano de Cavia-, podemos ver los textos iniciales de nuestra bohemia acompañados por algunas de las pinturas y dibujos que nos acercaron a un mundo, que se movía entre los márgenes, las tabernas y los cafés. Vida nocturnal y golfa, poética y chulesca, que retrataron desde el Picasso madrileño a XaudaróManuel Benedito, Ricardo Baroja, Eduardo Chicharro, Ramón Casas, Ochoa, José Bermejo y muchos más que están acompañados  por ediciones de Pérez Escrich, Gómez Carrillo, Baroja, Pedro Luis de Gálvez, Manuel  Machado, Carrere, Rubén Darío o Valle Inclán, además de todo el grupo de la Gente Nueva.

“Ciudad libertina y canalla, ilustrada, precaria y fascinante en sus contradicciones, entre la verbena y la procesión”

Fascinante paseo por arrabales, buhardillas, prostíbulos, cafetines, tabernas, oscuras calles, teatros o nuevos cafés. Apasionante viaje la ciudad que fue capital de nuestra bohemia, sin las luces y los nombres de París, pero con los callejones y esperpentos que nos hacen ser el centro de la fiesta y la supervivencia de los nuevos pícaros. Ciudad libertina y canalla, ilustrada, precaria y fascinante en sus contradicciones, entre la verbena y la procesión, entre los toros, el cocido y el vino de las tabernas. Merece la pena acercarse a ese mundo tan joven y altanero.

Un tiempo de miseria y de risa, de anarquistas y republicanos, de clérigos y organilleros, gacetilleros y actores. Una fauna, unas formas de vida, que fueron protagonistas de la vida, las crónicas y el teatro de Joaquín Dicenta. Un hombre que “todo lo quería y no quería nada. Era la juventud. Un vendaval desatado al que guiaba sus pasos el demonio de lo imprevisto”, en palabras de Zamacois. “Al menos he conseguido ser yo mismo en este mundo donde tanto cuesta serlo”, dijo de sí mismo cuando le daban mandobles críticos.

Desde su sorprendente éxito con su drama Juan José– donde por primera vez en el teatro contemporáneo son los protagonistas los obreros y humillados, los marginales y tabernarios- Dicenta conoce la fama y el dinero pero sin apenas cambiar una vida de intensidades, peleas, amores y refugios alcohólicos. Con esa obra se inició la mirada social de nuestra escena. A partir de sus primeras representaciones, Juan José consiguió llevar al teatro a las clases populares. En cualquier escenario, en cualquier pequeño teatro español, en círculos obreros o sindicales, cada primero de Mayo desde los primeros años del siglo XX hasta el fin de la guerra civil.

Entre la censura del franquismo y las negaciones posteriores de la “modernidad crítica” consiguen que nuestro primer teatro social casi desaparezca. Algo que no pudo ver su creador. Murió con 55 años en su retiro alicantino en el elegante Hotel Simón, que muchos conocimos como el Hotel Palas, porque Dicenta además de tener muchos amores, varios hijos, fue rico en amigos y siempre pudo vivir por encima de sus posibilidades. No resultó fácil para un derrochador que tenía que ocuparse de sus hijos, atender a sus mujeres y ayudar a sus bohemios amigos entre los que había demasiados sablistas, supervivientes de sus cercanías golfemias y a los que nunca quiso olvidar.

“Fue un periodista progresista e innovador, con una obra fundamental para los que quieran acercarse a nuestro primer ‘nuevo periodismo'”

Nos recuerda Del Moral que, además de su incesante y desigual creación teatral, fue Dicenta un periodista progresista e innovador, con una obra fundamental para los que quieran acercarse a nuestro primer “nuevo periodismo”, a la renovación del viejo oficio que necesitaba salir de las redacciones y contar desde dentro lo que pasaba en la calle, en la mina, en los pueblos o en los lugares del ocio. Algunos de sus más destacados trabajos periodísticos han sido rescatados y debemos a los estudiosos Javier Barreiro, José Ramón Trujillo,  Miguel del Arco, José Fernando Dicenta, Jesús Andrés Zueco, que con Ada del Moral, que hayan rescatado una obra y una personalidad que tuvo tantos reconocimientos como críticas, unas por su obra, otras por su vida.

En el momento de su muerte, siempre enterramos muy bien, hubo una escenificación de duelo nacional. Elogios a la calidad humana, la valentía o lo pintoresco de un hombre de quien se insinuaba que su pública figura, de gran coherencia política y humana, superaba a su obra. Así lo cuenta Del Moral: “…aquel joven que llegó a dramaturgo, poetastro, novelista, cuentista, amigo de la Institución Libre de Enseñanza, gran periodista, creador con Ruperto Chapí de la primera Sociedad de Autores, miembro fundador de la Asociación de la Prensa de Madrid, fundador de la revista Germinal, tribuno de Alma de España y director del republicano El País. Hombre cultivado, muy trabajador a pesar de sus juergas, detalles esos de su bohemia de la que se servirían muchos coetáneos para reducirle al tópico de escritor alcohólico, pendenciero y mujeriego, más preocupado por montar broncas en las tabernas de donde había sacado su mítico Juan José que por la cultura o los problemas sociales. Sin embargo, vivió de su pluma gracias a la cual pudo criar a sus cinco hijos de madres diferentes, casi en calidad de padre soltero”.

Me hubiera encantado irme de juergas y tabernas con Dicenta. En compañía de Mariano de Cavia y después terminar la noche entre risas y ajustes de cuentas con “la víbora de Asnieres”, Luis Bonafoux, tan dandy, educado, temible, culto y excéntrico periodista. Fueron una tropa libre y vividora, lanzados a la vida y el periodismo, a la creación y la provocación. Baroja, que algo les debía, se asustaba con ellos: “…como Cavia parece que tuviera fuero especial para hacer lo que le daba la gana; se emborrachaba, gritaba. Insultaba y todo el mundo mostraba un respeto por él como si fuera un fetiche”.

Otra de sus estudiosas, Leticia MacGrath, tal como recuerda Del Moral, señala lo que dejó escrito otro habitual de aquellas noches, tabernas y bohemias -menos excesivo y más sentimental- como fue un joven Manuel Machado: “El Dicenta bebedor, pendenciero, achulado, escandaloso, trasnochador, era pura comedia. Su mala vida fue una farsa trágica, un carnaval siniestro que consumió sus mejores años sin dejarle ser él más que a vagos intervalos. El verdadero Joaquín Dicenta no estaba allí. Por eso no escribió más que un Juan José. El resto de su obra nada tiene que ver con eso. Y yo amo más ese resto de su obra centelleante de amor, de esperanza en el progreso y tan cordial ante toda belleza”.

Viva la bohemia. Viva Joaquín Dicenta -el primero de una saga tan querida como su nieto Daniel- que supo vivir y trabajar para cuidar a sus hijos “para que un criado le limpiara las botas y le trajera el periódico”. Luchó con la pluma y la palabra por los débiles, contra las injusticias y los poderosos. Ilustre bohemio que pretendía que los artistas supieran “sufrir, luchar, vencer y cortarse el pelo, lavarse la cara y mudarse la ropa lo más a menudo posible…derrochar la vida y el ingenio y el oro sin fijarse en el mañana; pero cuidándose del hoy y combatiendo a diario por algo, que siempre es grandioso, aunque muchas veces irrealizable: la conquista del porvenir”. Sea.

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