Asaltar el Ateneo
«El miércoles volvió a ganar en las urnas el grupo de Luis Arroyo. Ese presidente que una vez, al proponerle un ciclo de Gutiérrez Aragón, me dijo: ‘¿Y quién es ese?’»

Relieves en la fachada del Ateneo de Madrid. | Wikimedia Commons
«En el fondo, mi creencia es no tener ninguna. Ni siquiera confio en mí; no sé si soy estúpido o espiritual, bueno o malo, avaro o pródigo. Oscilo de un lado a otro como todo el mundo; quizá mi mérito sea el darme cuenta y mi defecto la sinceridad de decirlo»
Flaubert
Hace tiempo la política española se está leirizando por la izquierda y siendo dontancredista a su derecha. El centro está esperando y no sabe, no contesta. En el sanchismo se frivoliza, se asalta, se maniobra y miente mejor que sus antecesores de la derecha y mejorando los años zapateriles. Ahora, sin abandonar lo hortera, se llega cada día a lo zafio. De aquellos polvos, estos lodos. El lodazal a la vuelta de la esquina.
En nombre del progresismo/leninismo, del izquierdismo de pelos teñidos –Anguita fue un gran consumidor de Grecian 2000– se sigue la senda, el camino que se bifurca para seguir ocupando ministerios, comprando voluntades, apagando luces, controlando taquígrafos, subvencionando votos, asaltando instituciones y alimentando prejuicios. Entre morir y bostezar preferimos seguir tomando cañas. Señal de que no estamos muertos. Los peores se han repartido los mejores sillones, los quieren seguir calentando hasta el hedor, están acolchados y rellenos de pedos y de pedorros.
Al liberal y genial Pepín Bello –el que hizo posible que Lorca, Dalí y Buñuel fueran ese peculiar y extraño trimonio– le gustaba recordar que al patriarca de las letras, al venerado escritor, enterrado en compañía de multitudes madrileñas populares, ellos le llamaban «el viejo pedorro». Ellos eran los modernos, los burladores de lo oficial, los que «pasaban» de academias y ateneos, de serviles puestos y de poltronas. Todavía no se llevaba este uso tan simulador de servidumbre y pago por los servicios prestados que llamamos «puertas giratorias». Ellos, anarcoides, cultos, pijos de provincias y pudientes por su casa, pudieron hacer sus obras en libertad, con subvenciones, aportaciones o loterías. Todo valía menos perder independencia y dignidad. Lo consiguieron. Pagaron caro su ser libres, no indolentes ni tolerantes, diversos e inclasificables. Uno murió asesinado por derechistas, otro exiliado por republicano y el tercero, enriquecido y popularizado, estigmatizado por su pensamiento «incorrecto».
El cuarto, el inevitable y querido Pepín, tuvo que soportar una dura y buena vida sin trabajar, sin olvidar y sin hablar durante décadas. En él nos reconocemos, nos sentimos cerca, nos acompañamos cuando queremos pensar lo que somos, lo que nos gustaría ser: la tercera España. Ni ganadores, ni perdedores: supervivientes a la miseria nuestra de cada día. Misteriosamente felices por no formar parte de la tropa obediente. Educados insumisos, fumándonos el puro con Churchill y repitiendo eso de que «la democracia es el peor sistema de gobierno, a excepción de todos los demás». Así lo creemos, así nos parece lo digan Agamenón o Winston. Queremos seguir fumando en democracia, aunque nos matemos lentamente, aunque perdamos como el Betis, como el Atlético, como en el Ateneo de Madrid y de Sánchez.
Participé en las primeras e informales reuniones de renovación del Ateneo de hace cuatro años. En la cueva de tantos secretos, de felices encuentros y de complicidades abiertas en la que hace de maestra de ceremonias nuestra querida Beatriz Álvarez. Allí se comenzó a desear que el Ateneo, el histórico y mortecino lugar central de nuestra cultura de la calle del Prado, estaba pidiendo un cambio. Así lo pensamos muchos y transversales, de todos los colores –como se definía el economista Fabián Estapé– y de ninguno que fuera excluyente. Con la liberalidad y capacidad de unir a diversos que tiene nuestra anfitriona se fueron definiendo los pasos, la búsqueda de nuevos socios y la presentación de una candidatura plural para poder hacernos cargo de la institución, abrir las puertas, permitir el debate y hacer encuentros entre distintos.
«El futuro del Ateneo se hizo más incierto, más sospechoso desde que el politólogo- o lo que sea- Luis Arroyo tomó las riendas»
Algunos, bastantes, seguimos siendo inocentes o un poco bastante gilipollas. Lo que se veía venir no lo vimos. O peor, creímos que la razón de la sinrazón que llamamos cultura, podría hacernos compartir discrepancias y soportar diferencias. No fue así. El error ya estaba en la génesis. Ese asalto de una institución histórica estuvo pensado desde las cercanías monclovitas del sanchismo. Desde la sagacidad y capacidad de manejo del «ausente» Miguel Barroso, el mejor de los «maniobreros», estimado por tantas cosas, no apreciado por otras muchas. Sabíamos de su habilidad, de su inteligencia y de su arte para no estar en la foto. Curiosamente una foto casi final de su vida pública se la hice yo a petición con su admirado, y mi querido, Miguel Ríos. Fue en una de aquellas comidas en la Cantina del Ateneo.
Al poco tiempo el futuro del Ateneo se hizo más incierto, más sospechoso desde que el politólogo- o lo que sea- Luis Arroyo tomó las riendas. Al principio buenas palabras, buenas intenciones, composición plural de la Junta de gobierno o así pareció. Pronto se vio el cariz autoritario del nuevo presidente, sus afinidades y amistades en el poder, las visitas de políticos socialistas; con el disimulo de apertura a algunos de la oposición invitados sin voz ni voto. Pronto comenzaron los vetos a algunas actividades. Unos los pudo consumar, por ejemplo, negar el encuentro de la oposición a Maduro en España, a los ganadores democráticos de unas fraudulentas elecciones. No podía defraudar a sus «jefes», ni a Zapatero, ni a Sánchez. No pudo impedir el homenaje que un abarrotado restaurante dio a Savater. No pudo vetar la presencia de Sanz Roldán, Leguina, Juaristi, Villena, Cayetana A. de Toledo, Ovejero, Carmen Iglesias, Trapote, Massiel, Carmen Posadas, Valdeón, Del Corral, Casilda Varela, Calero, Espada y más de cien amigos y admiradores del necesario y razonable apóstata que sabe mantener la fe en los placeres solo o bien acompañado.
No se debe ser autoritario. Menos en el gobierno de una «docta casa» de nuestra historia y nuestra cultura. Yo que he sido azañista por alcalaíno, por lector y por afrancesado. Controvertido, querido y manipulado Azaña, borrado en su Alcalá, cervantino y burgués, ilustrado y autoritario y varias veces secretario y presidente del Ateneo. No hay que olvidar lo que cuenta Pedro Sainz Rodríguez, el demócrata cristiano, el liberal monárquico, breve ministro en el primer Gobierno de Franco y de largo exilio portugués con Don Juan. Fue un ateneísta fundamental en la renovación de tantas cosas en esa sede. Pasó de bibliotecario a secretario. Mandamás del Ateneo porque su candidatura contraria a Azaña ganó en las elecciones de antes de la República. Por los votos se impusieron un grupo de jóvenes que no eran ni autoritarios, ni soberbios, ni de izquierdas ni fascistas. Sainz Rodríguez decía de sí mismo: «Siempre he sido un conspirador contestatario, frente a toda tiranía y todo poder personal». Fue uno de los más notables memoriosos e intelectuales de esa «tercera España» que uno llegó a conocer.
No le olvido gozando de comidas lentas, populares y exquisitas en el liberal y antiguo De la Riva en las cercanías de la Plaza López de Hoyos. Todavía frecuento el nuevo en Cochabamba, a pesar de los ruidos y los cánticos que no le hubieran gustado al viejo demócrata. Contaba Sáinz Rodríguez que los jóvenes ateneístas estaban cansados del autoritarismo de Azaña y escribían frases contra él en los encalados retretes del Ateneo, lo que le «impulsó a mandar cambiar las paredes de los retretes y aseos del Ateneo poniendo azulejos en los que era imposible escribir letreros… pero los vituperios siguieron en papel y banderitas».
«Llegaron otros y nos apartaron. Pusieron a los ‘suyos’. Nos fuimos o no votamos»
Geniales recuerdos de un tiempo en que el Ateneo fue visitado por Trotski después de haber pasado por el Prado. Sainz Rodríguez fue el acompañante del líder rojo, culto y exiliado, para visitar las exposiciones del Ateneo. Un lugar de libertad hasta que llegó el franquismo y mandó parar. Allí discutieron Costa o Menéndez Pelayo, Lorca o Giménez Caballero, republicanos o monárquicos, derechas o izquierdas. Hace cuatro años ganamos en las urnas un grupo plural interesados por la cultura, la institución y la ciudad. Llegaron otros y nos apartaron. Pusieron a los “suyos”. Nos fuimos o no votamos.
El pasado miércoles volvió a ganar en las urnas el grupo de Arroyo. Ese presidente que una vez, al proponerle un ciclo de Gutiérrez Aragón, me dijo «y quién es ese». Me callé, me fui, nos fuimos, nos fueron. Habrá que esperar; ahora se hicieron cubrir las bajas de tantos y tan libres, memoriosos y veteranos por otros jóvenes y socialistas. Las prietas filas del fango al arroyo, del río al mar, perdonados del pago de la cuota hasta después de las votaciones, hasta el asalto «democrático» de esa que fue docta casa. Ahora casa citas para esos que tanto gustan de conservar ciertas tradiciones o lo que eso sea. ¿Tendrá razón Ferlosio?: Vendrán más años malos y nos harán más ciegos. ¡Válgame Dios!