Una periodista sin miedo, sin fontanero y sin vergüenza
«España como casa de citas, lugar de bingueros y trileros, de chulos, de periodismo de investigación y extorsión, de colocación de los peores en los mejores sitios»

Ilustración de Alejandra Svriz.
«…a las islas de un Sur imaginario,
a un lugar sin paraguas ni gabardinas,
donde no venden trajes grises en los comercios
ni la gente murmura en las iglesias
su arrepentimiento por unos pecados
al fin y al cabo cómicos»
Felipe Benítez Reyes
Estábamos casi felices en Sevilla en el tramo final de un martes, recordábamos a Bernardo Soares y a Pessoa en sus delitos flagrantes, bebíamos aguas no ardientes y caía el sol como una luna por la Puerta de Jerez. Brindábamos por querer seguir soñando un país mejor, un gobierno con menos podredumbre y unos poetas con esperanzas, más libres y sin poderes. Alzamos copa por Rivera Taravillo que ganará la batalla y lo celebraremos por Cunqueiro. Por Felipe Benítez Reyes sin desasosiegos, con sus películas clásicas y sus versos de cada día. Por Scott Fitzgerald y los cien años de El gran Gatsby. Por la edición de sus papeles rescatados por Ignacio Guijarro que nos hace recordar que no estamos en la era del jazz, no seremos hermosos, ni siquiera malditos, pero la noche puede ser suave en este lado del paraíso.
Allí sonreía elegante Rocío Rojas Marcos contando el lío con Luis Gordillo y su interpretación de las vírgenes de Sevilla. Allí el jerezano Juan Bonilla nos hacía un repaso de esos sometidos prosistas o versificadores con su literatura de urinario. Nos reíamos relajados y compartiendo el desprecio por los «princesitos de las letras» de derechas o de izquierdas, que se quedan contentos con los emoticonos recibidos por sus amos. Esta tropa de la hojarasca sentimental en el machito que como dice Bonilla –no confundirlo con el perseguido de Leire– «poemas dignos no habrá ninguno en vuestras producciones, pero no ha habido otra generación, estad seguros, que haya fomentado tanto el onanismo».
Un país nuestro –¡qué país!– el día en que también celebrábamos los 150 años de Carmen de Bizet, aquella cigarrera seductora de la Fábrica de Tabacos que hoy sería sufrida universitaria. Suave era la noche, víspera de una actuación estelar de otra Leire, otra socialista, otra feminista, carterista, lenguaraz y periodista por la Complutense. También sería el momento de un secundario estelar, un comisionista del sanchismo tirado al monte y perdido como un prosaico Aldama que parece salido de la nada camino a las miserias televisadas.
España como una casa de citas, un lugar de bingueros y trileros, de chulos, de periodismo de investigación y extorsión, de colocación de los peores en los mejores sitios. El sanchismo avanzando hacia sus islas, su aislamiento y ese paisaje de molinos manchegos que le pueden atizar un mandoble antes de desertar por alguna gatera. Tampoco estábamos esperanzados. La profesora Yolanda Morató, especialista en Manuel Chaves Nogales –nuestro mejor representante de un oficio en extinción– nos enseñaba la recuperación de los inéditos de nuestro más querido y admirado periodista. Somos chavistas y celebramos la llegada de sus diarios, de sus artículos escritos a pie de calle parisina en los años de la ocupación nazi de la Segunda Guerra Mundial.
El periodista había llegado a París escapando a la Guerra Civil donde se declaraba «perfectamente fusilable» por las izquierdas o las derechas. No estoy seguro de que haya sido una de las lecturas de esa «periodista de investigación» que tanto defienden Óscar López y esos de la tropa. Socialistas de antaño, digo es un decir, y sanchistas de hogaño. Volubles y colocados que han cambiado a tiempo para que nada cambie en su vida de ocio y negocio, de promesas incumplidas y plegarias no atendidas. No les vuelvo a rezar. Algunos, muchos, hemos cambiado de opinión. Es decir, hemos desoído al admirable lector, fumador, paseante y periodista que fue Josep Pla. Con su sabiduría ampurdanesa nos aconsejaba en su Cuaderno gris: «En los pueblos vale más no tener ninguna idea que cambiar de opinión. Esto último no lo perdonan ni los amigos». El que lo probó lo sabe.
«La nostalgia ya se sabe que no sirve de mucho además de que no sea lo que era. Pero tenemos derecho a tener nostalgia»
Empecinados en no atender –«escuchar forma parte de la estrategia de los pobres»– y seguimos cambiando, seguiremos haciéndolo hasta el último error. Tengo un grupo de amigos, y sin embargo tertulianos, que la mayoría fueron compañeros de viaje de cuando el PSOE de Felipe. Menos compañeros cuando llegó Zapatero, el remendón de entonces y lobista de ahora. Todo queda en la familia. Y lejos, muy lejos, de ese cáliz de Sánchez. Ahora todos, casi todos –siempre hay quien sabe conservar el pedestal por si viene una nueva efigie que nos dé trabajo– menos un empleado que siempre conoció el sutil arte de saber cambiar con los vientos. Discrepantes sin fanatismos ni consignas, sin obediencias y sin rebaños. Una tertulia que tiene raíces cultas y profundas en unos tiempos en que España se parecía al PSOE. Que desde la izquierda, la socialdemocracia o el centro gauchista, reunía a cineastas y periodistas, políticos o empresarios, profesionales burgueses e ilustrados, curas o aristócratas. Imagen de una España que fue, que quisimos y que añoramos.
Nada que ver con esta estética de Torrente el visionario. Del penúltimo Berlanga, nuestro genio libertario que vino de Valencia y pasó por la División Azul. La nostalgia ya se sabe que no sirve de mucho además de que no sea lo que era. Pero tenemos derecho a tener nostalgia. Hemos asistido, como ya anunció Cioran en su Breviario de podredumbre, al «paso de la lógica a la epilepsia». Se ha consumado ese pesimismo de aquel hombre feliz en su saber señalar a esas bestias disfrazadas de salvadores. «Los verdaderos criminales son los que establecen una ortodoxia sobre el plano religioso o político, los que distinguen entre el fiel y el carismático». Vayamos jubilosos pero con cuidado, sigamos buscando al «indiferente» con la linterna de Diógenes.
Aquellos libros de la editorial Taurus donde estaban Eliade o Laín Entralgo, Aranguren o Savater, Adorno o Russell. Editados, entre otros, por el «cura Aguirre». El más duque de los plebeyos, el voluble que pasó de un socialismo con cargo al Palacio de Liria, el más Alba de todos los consortes. Jesús Aguirre, recordado por sus homilías –quien las escuchara– pero más reconocido por su ingenio sin púlpito. Algunos agradecimientos le debemos. Como editor nunca olvidaré que nos acercó a Karl Kraus, el maestro de Canetti, el gran polemista y satírico.
Un autor que nos puso a muchos a pensarnos y repensarnos. Su libro Contra los periodista y otros contras nos acompaña hace décadas. Con nosotros seguirá, necesario como un fontanero. De vez en cuando lo vuelvo a consultar. Me hace descreer y revisar, descreerme y revisarme. Tengo presente que «los periodistas escriben porque no tienen nada que decir, y tienen algo que decir porque escriben». También los hay de otro estilo. Del modelo Leire, una periodista sin miedo pero con mucho morro. Esa influencer del socialismo sanchista. Esa que mira, que sonríe y sabe que no hay que decir la verdad ni al confesor.
La pienso, los imagino, y tengo que volver a creer que todo es susceptible de empeorar. Aunque quiero mantener el humor y la capacidad de ser feliz a tiempo parcial. No quiero parecerme a ese que definió Kraus: «La mitad del tiempo se la pasa resistiendo, la otra mitad indignándose». Razones tengo pero las domestico para no tirarme al monte yo también. Como somos una casa de citas me voy con dos más del amigo Kraus. «Con gentes que utilizan el término ‘efectivamente’, no me trato». No soy fontanero pero tampoco soy un héroe de la deserción. Sigo subrayando que «el mamporrero es el órgano ejecutivo de la inmoralidad. El órgano ejecutivo de la moralidad es el chantajista». Pues eso, atentos, que siguen los sainetes. Seamos soñadores con ese país de Benítez Reyes antes de que nuestros pecados pasen de ser cómicos a zafios, cutres, trágicos. Efectivamente.