The Objective
Javier Rioyo

Canalla, cínico, inmoral y genial: César González-Ruano

«Al filólogo Miguel Pardeza le tenemos que agradecer este regreso de Ruano que comienza con uno de sus mejores libros: ‘Siluetas de escritores contemporáneos’»

El verso suelto
Canalla, cínico, inmoral y genial: César González-Ruano

César González Ruano. | Europa Press

«…Vino, venció. Fue vencido

en lo que quiso vencer.

Escribió, y en el tintero

dejó lo que quiso hacer

por hacer lo que quisieron:

Y se fue»

César González-Ruano

Nunca hemos dejado de leer a este escritor, maestro de la columna, genio del retrato literario e inigualable retratista de siluetas de sus contemporáneos, de sus cercanos apreciados o despreciados. Mintió, falseó, traicionó, robó, se inventó; resistió cárcel, desprecios, clausuras, olvidos, amenazas y alabanzas. Nada le importó demasiado más allá de la construcción de su propio personaje. La invención de un aristócrata que no fue, de un genio literario que nadie le pudo ni le podrá arrebatar. Fascinante, despreciable, inmoral, esteta, vividor y golfo de gran estilo. 

No hay muchas personalidades como la suya en nuestra vida literaria, ni en nuestro pasado, ni quizá en nuestro futuro. Hoy sería difícil que pudiera publicar, que pudiera contar desde su indisimulado ser un esteta en una celda parisina, en el Berlín del nazismo, en la Italia fascista o en el franquismo desde Sitges, Madrid o Cuenca. 

César González-Ruano siempre estuvo en sí mismo, vivió para sí mismo y escribió para todos. Para todos los que sean capaces de leer, disfrutar y ser cómplices de la literatura más allá de la moralidad. Incorrecto sin fisuras, oportunista de gran estilo, gozador por encima de todos y a pesar de todos. Su vida está llena de sombras y de brillos, de miserias y éxitos, de vivir al margen de lo justo o lo moral. Un inmoralista que nos enseñó su tiempo con sagacidad y sin disimulos. 

En sus memorias: Mi medio siglo se confiesa a medias, escritas en tiempos de franquismo y buena vida, nos confiesa lo poco que le importaban los dramas españoles, la guerra, la ideología, la reacción o la revolución. El comienzo de la guerra civil le pilló con Raquel Meller en la Costa Azul. Y cuando se encontró en Madrid a su admirado Cansinos Assens -admiración no correspondida- en los días previos a la rebelión contra la República le confesó: “… a mí no me alcanzan los tiros. A mí no me importan rojos ni negros, sino César González-Ruano. Yo soy un artista y nada más”. Y nada menos.

Reconoció sin disimulo su falta de sensibilidad política. Lo que no impidió que este falso marqués estuviera cerca de la monarquía de Alfonso XIII en su reinado o en el exilio romano del monarca. Fueron amigos, quizá cómplices y semejantes en algunas historias no precisamente edificantes. También reconoció que por la influencia de la amistad, o por el interés, era capaz de cambiar de etiqueta, de principios. Ajeno a lo colectivo y certero retratista de los individuos. De los queridos, pocos; o los demás, la inmensa mayoría.

«Ni allí, en la oscura, húmeda y sórdida celda se rindió en su esteticismo»

Un buscador de encuentros e historias en lugares o ambientes poco recomendables: las callejuelas del viejo puerto de Marsella, «los vericuetos del ruidoso y podrido Nápoles o en las callejas del barrio chino de Barcelona, he respirado a pleno pulmón. La asepsia, las calles amplias, la gente limpia y a la vez modesta, me angustian bastante. Quizás es uno un cerdo intoxicado de literatura, pero creo que ya es difícil de variar». Así lo contaba en esa expansión divagatoria del prólogo a su autobiográfica novela Cherche-Midi, aquella cárcel que conoció durante casi tres meses. Ni allí, en la oscura, húmeda y sórdida celda se rindió en su esteticismo. Su capacidad de soñar amores, escribir baladas y esconder un brillante del tamaño de una nuez, no le hicieron perder la capacidad de resistir, mentir, burlar y epatar. Consiguió salir exculpado sin despeinarse, sin apenas lavarse y, lo más duro, sin fumar. 

Ahora se anuncia la Biblioteca González-Ruano en la editorial Renacimiento. Más pronto que tarde tendremos que seguir informando de esa editorial tan necesaria por su catálogo y tan peculiar en sus alianzas, prebendas y gabelas recibidas desde «hunos y hotros», desde ínsulas baratarias o ministerios descolonizadores. Pero esa es otra historia, seguiremos. Ahora toca César o nada. Mejor César, mejor Ruano.

La biblioteca del gran periodista y escritor está en las inmejorables manos de uno de los más reconocidos especialistas en Ruano, el filólogo y escritor Miguel Pardeza. Algunos de «corazón tan blanco» lo recordarán por ser aquel delantero hábil como un ratón en la llamada Quinta del Buitre. A nosotros nos importa más su obra literaria, su libertad para escribir sobre algunos de los más interesantes, raros e incorrectos de nuestra literatura del siglo XX. A Pardeza le perdonamos hasta sus «colores» por su obra escrita, sus novelas, sus aforismos o sus columnas. Ahora le tenemos que agradecer este regreso de González-Ruano que comienza con uno de sus mejores libros: Siluetas de escritores contemporáneos

Hace tiempo leímos este libro entre sorprendidos y admirados por su capacidad de captar lo menos obvio de sus colegas y ahora aplaudimos la posibilidad de relectura o de primer acercamiento para quien comience a disfrutar de un escritor que no se puede cancelar. Esta edición, y extensa introducción, de Pardeza enriquece la imprescindible recuperación de esta joya inimitable del arte para hacer retratos literarios. Una disección sagaz de escritores de su generación y de otros que pasaban por allí. A esta selección de retratos de memoria de César -los hizo sin documentación, sin poder consultar siquiera su correspondencia porque su casa de Madrid había sido saqueada en los años de la guerra- le acompañan más de 70 páginas que hacen de este clásico del periodismo cultural un nuevo acontecimiento en la recuperación de Ruano.

«Ruano escribió en sus inicios para la prensa de izquierda para pasar a uno de los más radicales de la derecha»

En su introducción, «situacionista» y creativa, nos sitúa Pardeza la vida y obra de este escritor que presumía de más de 20 «primeros apellidos», de marquesados y otras imposturas que eran marca de la casa. Sin problemas ni escrúpulos Ruano escribió en sus inicios para la prensa de izquierda para pasar a uno de los más radicales de la derecha, el pro-germánico Informaciones. Le daba igual, siempre que le pagaran bien y le dejaran hacer lo que le diera la gana.

Enseguida salieron al ataque los «progresistas socialistas» de Indalecio Prieto que, como dice Pardeza, le hicieron un traje a la medida: «González-Ruano, soplamocos primero, pelavivos, desgalichado, rey de las alimañas, sietemesino integral, esputo de gonococos, caquita exangüe y sifilítica, violado de lo lindo por todas las personas honradas que han sido, sorprendidas por su cínica y repulsiva desfachatez, ataca ayer cobardemente a Partido Socialista con una perfidia que sólo es capaz quien, como él, no es hombre. Le desafiamos a que nos lo demuestre». ¡Vaya con la capacidad de aceptar la crítica aquellos socialistas! Menos mal que ya no son así. Estos socialistas de camiseta, carretera, maletas, sobres, enchufes y otras limpiezas con sus fangos, ¿serán capaces de tomarse así las criticas, los indicios, las imputaciones y sospechas? Lo dudo, no los veo de defensores de la libertad de expresión, la ironía y el humor. 

Sueño con la aparición de un nuevo Ruano con su humor, su ironía, su olfato para que nos hiciera el retrato de estos iletrados, iliberales, progresistas luchadores contra corruptos, contra la derecha, el centro y los socialistas discrepantes. Seguiré esperando. 

Vuelven tiempos en que, como decía Ruano: «¡Había que escribir con polvos insecticidas!». Mientras tanto regreso a la risa y la literatura. A esos retratos ruanistas que nos acercan a muchos admirados escritores de antaño. Ejemplos con sonrisa: «Viste Baroja en casa poco menos que un mendigo. Lleva unos trajes rotos, que parecen arrancados de mala manera a un muerto. Se sujeta los pantalones, en los que no queda un solo botón, con una cuerda y siempre parece que viene de andar varios kilómetros por las carreteras». Ese retrato no nos impide seguir admirando a Baroja. Como cuando dice de su admirado Cansinos que vivía en «una casa de esas que aunque no haya gato huele a gato. Una casa con algo de sacristía». 

«Un libro para libres, valientes y con humor. Se lo pienso regalar a Eduardo Madina»

Ni dejamos de querer a los hermanos Machado después de leer: «Antonio, don Antonio, caminaba con los pies enormes muy abiertos, encerrados en unas botas pardas de tonto de circo y el cuerpo encorvado con algo de caballo que van a llevar ya a la plaza de toros. Manolo, con sus zapatitos limpios, andaba con paso gracioso, y aún viéndole por detrás, se adivinaba que llevaba en la boca el cigarro del que va a la plaza y entiende más que el torero y el toro cómo se tienen que hacer las cosas».

Termino con una breve semblanza de mi muy admirado Ramón Gómez de la Serna: «Es como un botijo que pare inesperadamente porcelanas de Sèvres».

Un libro para libres, valientes y con humor. Se lo pienso regalar a Eduardo Madina que tiene que soportar insultos de los necios y los pícaros.

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