La carajicomedia ibérica
«El galán enamorado no se enteraba ni de negocios cercanos, ni de aficiones tantas al sexo de pago de sus más allegados colaboradores y cómplices»

Ilustración de Alejandra Svriz.
«¿O cuál es más de culpar,
Aunque cualquiera mal haga:
La que peca por la paga
O el que paga por pecar?…»
Sor Juana Inés de la Cruz
Nuestra gran poeta Sor Juana Inés de la Cruz escribía desde su convento mexicano, en aquel glorioso siglo XVII de nuestras letras, y se quejaba de los «hombres necios». Sin apenas excepciones abusaban los hombres de las mujeres del amor «pagado», de las que vivían de vender sus caricias, fingir sus besos y simular sus ardores. También necios los que criticaban y sometían a las otras, a las pretendidas o conquistadas sin paga. Necios acostumbrados al uso y abuso del otro sexo. Han pasado siglos, ha cambiado la sociedad, las costumbres, la educación, los hombres y, sobre todo, las mujeres. El feminismo es una realidad que hay que seguir trabajando, extendiendo, entendiendo y defendiendo. En nuestra herencia cultural está arraigada aquella «condición igual» que juzga ingrata a la que no les admite y sospecha de liviandad cuando se le admite. A unas las culpan por «crueles» a otras por fáciles. El macho sigue siendo un animal orgulloso. Bien sea conquistador por sus «gracias» o por sus pagas.
Somos necios, seguiremos necios si no sabemos expulsar de nuestro comportamiento, comprensión y simpatía por los puteros o admiración por los conquistadores.
Nuestra erótica hispánica, o transfronteriza, sigue recorriendo parecidos caminos de las civilizaciones pasadas. Da igual que el amor «legionario» se encuentre por las, más o menos discretas, páginas de contactos que por los puticlubs de carretera. Los clientes son parecidos. El negocio se puede llamar casa de lenocinio, holganza, burdel o sauna. Los usuarios tienen trajes diferentes, trabajos diversos, ideologías distintas; son gañanes o licenciados, cortadores de troncos o ministros progresistas. Y no, no es verdad que se sea feminista por ser socialista. Eso no se lo creen ni los bambis, ni los osos. Seguimos juntando, con estilo o con cutredad, «diablo, carne y mundo», por seguir diciendo a la manera de Sor Juana.
En el programa de Antonio Naranjo en Telemadrid, en su plural tertulia de análisis de la actualidad, me han tocado dos noches en que se habló más de putiferios y burladores, que de economía, cultura o política. El ruedo ibérico lleva un tiempo dedicado al espejo público e impúdico de una realidad que obliga a bajar al fango. Ese fango que señalaba en casa ajena el mismo que no supo verlo en su propia casa. El galán enamorado que no se enteraba ni de negocios cercanos, ni de aficiones tantas al sexo de pago de sus más allegados colaboradores y cómplices.
Cuando vi y escuché a la comulgante de Ábalos, la joven socialista de Málaga llamada Andrea, pensé en las enamoradas barraganas de aquellos frailes de antaño. No eran mujeres de la calle, ni del burdel, enamoradas o interesadas, pasaban a formar parte de la cofradía del religioso rijoso. Uno de los más admirables, paisano de Ábalos, se llamó Fray Diego de Valencia, hombre cultivado y fraile franciscano. Según el Cancionero de Baena, este maestro en teología fue «gran artista y mecánico en otras muchas ciencias», un enamorado de muchas putas y su cantor. Hombre jocoso y contento –y como dice Xavier Domingo de tantos buenos recuerdos, lecturas y viandas– «heredero de la clerecía goliardesca y rufiana».
«Qué increíble parece que ese clan de cuatro hayan sido los que han gobernado y administrado este país de todos los demonios»
Aquellos amantes de los deleitosos vergeles, aquellos libertinos que creyeron que todo vicio era obra piadosa, los arciprestes, frailes, jueces, alguaciles, reyes o siervos de los tiempos de arciprestes trotaconventos, de celestinas y de lozanas, nos son queridos por la literatura de nuestros clásicos. Si los hubiéramos podido escuchar en mensajes de móvil o en grabaciones oculta ya no serían nuestros «diablos enamorados», nuestros personajes reales que pertenecen al pasado. Las vidas y obras de nuestros puteros cultos, de nuestros puteríos para todas las clases, merecen otro capítulo. Yo les dediqué todo un libro. Del arcipreste de Hita a Dámaso Alonso, del Abate Marchena a Gil de Biedma. Otra historia, poco, nada que ver con la de estos alegres chicos del Peugeot!
Es tan difícil, imagino, hacer el amor en un Peugeot como en un Simca Mil. Y es muy naif creer que el apasionado Ábalos, ese valenciano de erotismo indisimulado, el que las paga o las enamora –que de todo hay en el huerto del poliamoroso– en aquellos largos días y noches de sus vueltas por las carreteras españolas, no hiciera alguna parada en esos lugares con neones que ofrecen placer a cambio de no preocuparte, no preguntar, por la oferente. Mayoritariamente chicas venidas del agobio y la necesidad, explotadas a cambio de unas monedas o de una residencia en la tierra. Una tierra de promisión que se convirtió en humillación. Una vida marginal sin derechos que para ser liberada de la ignominia, que por lo visto y oído, no estaba esperando a los progresistas, sanchistas, separatistas, bilduetarras, comunistas y demás ralea de suma y resta.
¡Qué personajes! Qué increíble parece que ese clan de cuatro hayan sido los que han gobernado y administrado este país de todos los demonios. Y que el jefe, el puto amo, siga jugando a los dados con lo que quiere hacer de lo que queda de nosotros. Amnistiar a los no patriotas que le permiten seguir creyéndose un dios no reconocido. Arreglar sus problemas con un puñado de votos y que le sigan permitiendo perseguir, burlar o denigrar a los que se le oponen. A nosotros, los ángeles caídos, los expulsados de su reino de este mundo. A nosotros, los que pasamos de su pantalla, los demonios captados por la fachosfera, los enemigos del progreso de un país distinto, peor, dividido y enfrentado.
Hay que ser muy tahúr, saber manejar el juego, dirigir las apuestas, repartir las ganancias y seguir manteniendo el tipo en compañía de sus cómplices e ignorar al resto. Hay que ser muy soberbio y autoritario para seguir pensando que por tu senda desfilarán los rebaños, los acólitos, los seducidos, remunerados y obedientes. A pesar de ello creo que ya está solo. En una soledad acompañada de otros compadres en un juego amañado. Tocado, no hundido, que tendrá que seguir jugando a los chinos. O a los rusos, venezolanos, caribeños o allí dónde sigan apostando Pepiño o Zapatero. En ese país de luz y color, lugar ideal de baldosas amarillas, de arcos iris y de amores no furtivos. Amores tan claros como sus turbios negocios.
«De aquellos mirones, de aquellos compañeros de viaje, de nocturnidades y alevosías es tributario»
Se dice en el Quijote que «siempre los fulleros son tributarios de los mirones que los conocen». Ahí está el problema. De aquellos mirones, de aquellos compañeros de viaje, de nocturnidades y alevosías es tributario. De aquellos polvos, estos lodos.
El otro día en La Haya, a un reconocido periodista más sincronizado que crítico, que al fin se encontraba más libre, que fue capaz de expresar algunas de las preguntas esenciales, no las preguntas que esperaba dada su cercana y cordial relación, sino otras que se vio obligado a contestar con una larga cambiada. Pero al terminar el periodista, y antes de contestar esbozó una sonrisa tan sincera como él mismo y le advirtió: «¡Vaya, Carlos, que pronto has cambiado de pantalla!». Tomé nota. Entendí que algo, mucho, se le había escapado de su mesa de casino, de su control del juego. Me sonaba a un: «¿tú también, Bruto?». Cuidado con los idus de julio.
Hay que estar atentos al juego de los compañeros de partida, a los jugadores de mus que han abandonado el tapete, a los dejados a su suerte y ahora mirones memoriosos. Hay muchas partidas jugadas y grabadas por desvelar. No parecen jugadores de chica, ni perdedores de sus puntos grabados en los amarracos de su pasado común. Cuidado con el órdago a la grande.
En esta carajicomedia ibérica, en este juego de mus, cada uno tiene sus cartas. No saber que llevan es arriesgado. El que lleve el comodín ganará la partida. La duda es si terminará en una de las barrocas y últimas películas de Berlanga o en una comedia familiar para todos los públicos de Santiago Segura. Unos nos sentimos más cerca del imperio austrohúngaro, otros de los carabancheles. Aunque no hay que descartar poder ingresar en el de Ciempozuelos o Leganés, como cantaba Javier Krahe. Aquí se juega, cerremos el garito. Estamos asistiendo al comienzo de una gran enemistad. Más cine por favor. Pero del otro, del bueno, de aquél de Qué grande es el cine, del cine de Garci. Ya vale de las más cutres de nuestro cine B o ZP. Ya vale.