The Objective
Javier Rioyo

De tabernas, cantinas, falsarios y mentirosos

«Tuve la suerte de ser amigo de algunos de aquellos reos sin culpa, sin justicia, sin razón. Y sin amnistía hasta que no murió el dictador»

El verso suelto
De tabernas, cantinas, falsarios y mentirosos

Taberna.

«Solamente temen ser despreciados aquellos que son despreciables»

La Rochefoucauld

El Duque de La Rochefoucauld, príncipe de Marsillac, aristócrata, valiente y apocado, caballero y caballeroso, supo gozar de los placeres de la amistad y la literatura. No quiso ingresar en la Academia Francesa por su timidez y su miedo a hablar en público. Un singular personaje seductor, intrigante, sutil y previsor. No lejos, ni cerca, de Mazarino. Compadre de Racine, Sévigné o La Fayette, nos dejó unas reflexiones escritas en las que ya nos avisaba que también los que presumen de virtuosos, desinteresados y generosos generalmente están impulsados por móviles vanidosos y egoístas. 

Fue un denunciador de hipocresías, falsarios y mentirosos. Despreció a los que nos pretenden engañar con apariencias, discursos y promesas incumplidas. Con esa tropa llevamos conviviendo demasiado tiempo. Intentaré seguir teniendo muy presentes sus máximas, sus pensamientos para no dejarme caer en tantos juegos de los burleros, los burladores y los despreciables que creen que por tener el «poder» tienen la razón. 

Nos decía el escritor aristócrata que «hay métodos para curar la locura, pero no existe ninguno para enderezar un espíritu desviado». 

Recuerdo bien que en los principios de los años setenta en la Biblioteca del Ateneo de Madrid leí una edición de sus Máximas -también literatura erótica, masónica, contemporánea y clásica- y desde entonces aquella compañía es uno de esos libros que conmigo van. Algunos llevan el evangelio, el libro rojo o el de Petete, a cada uno lo suyo. Yo prefiero esa edición de bolsillo en traducción de José María Espinás. Fue Espinás un inolvidable escritor, viajero por España, periodista y fundador de Els Setze Jutges. Un movimiento de cantautores catalanes que fueron importantes en nuestra deformada formación de seres libres, desiguales, también cercanos a Brassens, «Antoñete», Paco Ibáñez, Serrat o Machado. 

Fuimos muchos, o bastantes, que aprendimos a cantar, beber, besar, coincidir o discrepar en tiempos complejos, mejorables e injustos, pero teníamos nuestras claves, nuestras reuniones, nuestras citas e intercambios. Éramos una masonería sin masones. Ni comunistas ni fascistas. Sabíamos mentir mal y disimular peor, aunque siempre quisimos hacernos los listos. Ni supimos robar, ni fuimos corruptos, pero tampoco nos pensamos inmaculados. No quisimos ser débiles, preferimos ser sinceros y un poco gilipollas. Nos dejamos engañar, nos engañaron, pero no fuimos aplicados en esas artes que tantos beneficios y prebendas han concedido a los peores. Ni éramos los mejores, ni éramos de la nova cancó. Estuvimos más cerca de Pí de la Serra que de los cantamañanas nacionalistas. Pronto nos dimos cuenta que «si els fills de puta volessin no veuríem mai el sol» .

«Ni nos callaremos, ni nos callarán. Hablarán jueces y reos, fiscales y cómplices, convictos y confesos»

No es fácil parar a esos «hijos de Buda». Hay que seguir atentos y armados esperando la llegada que cualquier noche pueda salir el sol. Seguimos esperando a Jaimito y doña Urraca, a Carpanta y Barba Azul, a la mona Chita y Peter Pan, al conde Drácula y Tarzán. También a Roberto Alcázar y Pedrín, a Pinocho, Charlot, la familia Ulises, el capitán Trueno y Tintín. Y a Guillermo Brown, Popeye; a Mortadelo y Filemón, a Moby Dick y Guillermo Tell… os esperamos, hay sitio para todos. Para casi todos. No queremos que Frankenstein se quede sin entrar en nuestro bar de Madrid. Aquél en que, cuando Sisa fue Ricardo Solfa, en las noches, comíamos pipas, bebíamos gin tonics y cantábamos con César, nuestro pianista cojo que parecía un Tierno Galván disfrazado de fugas y nocturnidades. La nostalgia es una mierda con demasiada melancolía, aunque nos sirve para pensar tiempos de risas, miedos, derrotas y algunas victorias. 

Ni nos callaremos, ni nos callarán. Hablarán jueces y reos, fiscales y cómplices, convictos y confesos. No tenemos los jueces de los tiempos de García Calvo. Ni la justicia descansa al sol, ni todos los ministros ni exministros se están tostando en la playa. Alguno ya está disfrutando de la sombra reparadora de una celda. 

No son los tiempos de Quevedo y sus grilletes, sus humillaciones y hambrunas. No hace falta viajar tan lejos para recordar las duras prisiones de antaño, solo saber leer y eso no es difícil en las cárceles de nuestra democracia. Ahora, felizmente, se puede pasar con garantías de poder leer, comer, pasear, tener encuentros, incluso se puede intentar esconder el pasado. Siempre que se acierte con el abogado. Escolti!

Ya no es en la Toja, ni en Fuenterrabía dónde los jueces descansan -aunque alguno tenga la suerte, el gusto, la libertad y el dinero para hacerlo- pero las cárceles, las prisiones abiertas para quién lo merezca, tampoco ya tienen que ver con aquellas que cantaba Chicho Sánchez Ferlosio con letra de nuestro Agustín: «En la trena lo tienen aún a Jaime la prenda/ de la buena compañía, en chirona está Paco Gil que así se sonreía,/ y Miguel en Carabanchel,/ en las Ventas, las tres Marías/ para Izquierdo, Aldecoa y Giral/ y Emilio y David son numerosos los días/ y también a la sombra está Josefa García». Tuve la suerte de ser amigo de algunos de aquellos reos sin culpa, sin justicia, sin razón. Y sin amnistía hasta que no murió el dictador. Recuerdo el canto y la letra de aquella balada de las prisiones.

«La taberna Garibaldi se quedaba ya muy carroza, muy ‘novecento’, muy de lavar pies y poco lavar capitales»

El mismo profesor que años después se dejó fotografiar con el cantinero Pablo Iglesias. Cierto que aquel infante de coletas y verborrea, paisano de Zamora, el de los mítines para incautos de todos lo públicos, todavía no había llegado a la gloria del Gobierno progresista/ sanchista. Ni al esplendor de ser capo/empresario/tabernario, ni propietario de su válgame deluxe y piscina en Galapagar. Nuestro profesor chiflado, nuestro peculiar ácrata, lo saludó afable y se fotografió antes de que los cachorros chavistas consiguieran asaltar el poder y montar «chiringuitos para rojos». Las fotos muchas veces son un peligro de vanidad, tontería y malas compañías. Ahora sus fieles, su santidad y su iglesia está de mudanza pero no se preocupen, también en tiempos convulsos saben seguir viviendo como un diablo en ese su cielo de colocados, atontados o embaucados. 

La barra del bar estaba llena pero «queremos más» y más, y más. Garibaldi se quedaba ya muy carroza, muy novecento, muy de lavar pies y poco lavar capitales. Un negocio es un negocio, sea de Agamenón o su porquero. El mundo del progresismo/ feminismo/ nacionalismo nos está esperando con sus euros y su sed de cervezas de rojos para rojos y fondo bancario. El pueblo nos ayudará, nos subvencionará «desde el río baja hasta el mar del centro».  Hay que seguir dando pasos en ese baile de leninismo de taberna y cañas. Primero tomamos Vallecas, después Lavapiés ahora lo intentaremos con alguna institución «amiga», céntrica, de docta historia de antaño y hogaño con pocas letras, poca vergüenza, con trucos, mentiras, juzgados, llantos. Sin cantina y como elefante en cacharrería. No hace mucho hemos hablado del Ateneo, el del Duque de Rivas o Galdós, el de la Pardo Bazán o Azaña, el de Sáinz Rodríguez o José Prat… el de tantos errores y tanta historia. 

El Ateneo de Francisco José Alonso, masón, culto, apasionado, joven amigo de Ridruejo y Tierno Galván, de José Luis Abellán o Vidal Beneyto, veterano ateneísta, receptor del bastón de mando de Manuel Azaña, paseante castellano, republicano y liberal, constitucionalista y peleón para que el Ateneo salga de las trampas, los juegos, maniobras de quien dicta normas, hace negocios, cierra cantina, subasta inmuebles, gobierna a dedo, a ceja, a tontas y a locas. Esa vieja táctica siciliana de que todo cambie para que todo siga igual. Atentos a la jugada del río al arroyo.

El Ateneo -siempre mejorable, tantas veces caduco, muchas veces manipulado- merece la suerte que también nos merecemos los ciudadanos que no queremos ser dominados. Ni por dictadores, ni por dictablandos. Ni por mediocres, incultos, soberbios, birladores, zafios, amenazantes o débiles hijos de la ira.

Mi querido duque, La Rochefoucauld, ya lo advertía, es difícil tener la fuerza suficiente para seguir a nuestra razón. Pero tenemos la fuerza que nos hace saber que «las personas débiles no pueden ser sinceras».

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