Sin noticias de Dios y otros enigmas
«El libro de Pedro García Cuartango, ‘El enigma de Dios’, es una invitación de vida y lecturas, un paseo por las fugas de la fe, por la creencia y la descreencia»

El periodista, filósofo y escritor Pedro García Cuartango. | Víctor Ubiña
«Yo no creo en Dios, ni en la poesía, ni en el amor,
pero los practico, como si tuviera fe en ellas y ella
porque los necesito, a ella sobre todos
Así, mi tragedia es que me digo que tengo fe en ellos y ella todos los días
porque son mis tres ideales inconseguibles»
Juan Ramón Jiménez
Juan Ramón Jiménez
Creo que todavía nos podemos salvar. No hay que traspasar esa puerta que nos haga abandonar toda esperanza. Hay que seguir con la comedia humana, demasiado humana. Ser capaces de soportar el pecado de las mentiras del «puto amo». Los aspavientos de esa pandilla de diputados y diputadas, con perdón, convertidos en malos actores, simuladores de una interesada manera de estar genuflexos. Los arrodillados no quieren que se les note. Intentan engañarnos apasionariamente que ellos prefieren morir de pie con el sanchismo que vivir de rodillas con la llegada de los malos.
Hace mucho frío fuera de ese calor fallero y fullero. No se quieren quemar prefieren seguir manteniendo a su «ninot indultado». Todos sacrificados para seguir en estas hogueras. En esta fiesta pagada con dinero del Estado, con nuestro «ninot indultado», nuestro muñeco, nuestro Ubú rey, que sigue siendo capaz de resistir entre los incendios, a la luz de las llamas, en un país canicular, incendiado, quemado, amnistiado hasta que no salgan más de tres pillos que se han subido a la nube del Dios sacrificado, uno y trino.
Ya veremos lo que hacen rufianes, cursis, separatistas, progresistas y sus compañeros de esta dantesca resistencia, cuando sean invitados a ver señalada su complicidad con el perdón por los pequeños latrocinios de una trinidad de listos pícaros. Llegarán cuartetos, quintetos, coros y llegará toda una orquesta. Y vendrán más días malos pero no nos harán más ciegos. Tenemos los ojos abiertos. Conservamos nuestro manual de infractores. Nuestra memoria de casas de lenocinio, de holganza y mal vivir. No se puede esconder el pasado. Ni a la sombra llamarla luz. Ni al mear decirle pis. Nuestros clásicos podrían ser retóricos, barrocos, católicos, pero sabían que la verdad, aunque amarga, hay que echarla de la boca. Y esconderla es necedad.
Hay que leer La servidumbre voluntaria del joven panfletario, perturbador, irónico y sagaz de Etienne de La Boëtie. El que fuera muy querido, siempre añorado, por su amigo/enamorado Michel de Montaige. Hay que leerlo porque no pasa de moda. Como hay que leer al mejor de los educadores, al que siempre nos invitó a seguir dudando. Es bueno tener siempre cerca los Ensayos de Montaigne, confesiones de un conservador que revolucionó nuestra manera de mirarnos, de vernos por dentro, de rectificarnos y equivocarnos. Con él sería imposible bajar a las miserias de nuestros políticos, a lo zafio de sus argumentos.
Nuestra manera de huir es seguir con Montaigne, tener en cuenta que «los discretos tienen que aprender de los locos, más que los locos de los discretos». Con él seguimos huyendo de los malos ejemplos, intentando imitar a los buenos. Aunque tantas veces no estemos seguros de quienes son los buenos o los malos. No es fácil en tiempos convulsos conseguir ese deseado estado de indiferencia tranquila. No es fácil pero se encuentra en algunos libros. Yo lo he encontrado en las páginas de Pedro García Cuartango, El enigma de Dios.
Este amigo y compañero, cómplice de películas y lecturas, soñador despierto, nostálgico de aquellos pequeños paraísos infantiles, con baños en la presa, lecturas bajo los árboles y películas en arcadias nocturnas proyectadas en limpias sábanas. La felicidad era ver películas de El gordo y el flaco, comer cangrejos rescatados del río, jugar al fútbol y soñar con besos robados a las chicas. El libro de Cuartango es una invitación de vida y lecturas, un paseo por las fugas de la fe, por la creencia y la descreencia.
Pedro G. Cuartango de Miranda de Ebro -ese cruce de Castilla, País Vasco y La Rioja- histórico pueblo que es un perfecto ejemplo de la España del Ebro. De saber cruzar el río, pasar de una a otra orilla, sin abandonar nada, sin olvidar, con templanza o con ira -que también confiesa conocer-, sin renunciar al niño monaguillo que aprendió a rezar en latín, a cantar himnos con montañas nevadas, banderas al viento pero con el alma intranquila. Memorias de nosotros, de una generación de niños crecidos en el nacionalcatolicismo, que fuimos aparcando las misas, el latín, los cangrejos ¡ay!, la inocencia y la fe. Pero nos salvamos, creo, por nuestras lecturas, nuestros viajes y por seguir manteniendo viva y vívida nuestra incertidumbre.
«El libro de Cuartango es una autobiografía, una excelente guía de lecturas, un libro de reflexión ética, política y de crítica y denuncia»
Me siento cercano a Cuartango sin apenas vernos. Nos unen Dreyer y Rohmer. Nos aleja Sartre y nos ensambla la incomprensión de que alguien con la prosa, la inteligencia y la capacidad de Heidegger, fuera comprensivo con el nazismo. Nos parece increíble que el maestro de Hannah Arendt cayera en la banalización del mal. Como Jünger, como tantos de los que seguimos leyendo y admirando. Parece que es lógico reivindicar a Sartre porque estuvo del lado «correcto» del comunismo marxista, pero tenemos que disimular nuestro placer en leer a otros que estuvieron en ese otro lado negro de la historia. Yo quiero estar a salvo porque dudo.
No es un libro de buscar a Dios, de esperar a Godot, ni de evasión o descanso. Es una autobiografía, un confesionario sin confesor, además de una excelente guía de lecturas –Kafka, Flannery O’Connor, Carson McCullers, Cheever o Malcolm Lowry, tan nuestros- un libro de reflexión ética, política y de crítica y denuncia. Me permitiré un ejemplo: «Muy poco o nada se ha hecho para combatir las causas estructurales de la corrupción, pero hoy más que nunca los dirigentes condenados o procesados ocupan la atención de los medios de comunicación, que han convertido en noticia incluso su ingreso en prisión. Esa presencia de los villanos en la prensa, la radio y la televisión resulta en el fondo tranquilizadora porque cumple dos funciones. En primer lugar, muestra que la justicia castiga también a los poderosos que infringen las leyes. Y, en segundo término, la exhibición del mal contribuye a exorcizarlo mediante su banalización».
No hay que bajar la guardia ante los ambiciosos, ante los que han conseguido el poder- muchas veces por azar- y para conservarlo están dispuestos a todo. A venderse y vendernos, todo les vale para seguir en ese lugar solitario dónde no ves, no quieres ver o callas lo que ves. Uno de los lugares comunes de los dictadores es falsear realidad y cambiar el pasado. A veces lo consiguen pero no suele acabar bien. Vuelvo a Cuartango: «Lo que movía a Hitler era una desmesurada ambición muy vinculada a su narcisismo. Pasaba muchas horas mirándose al espejo y ensayando sus discursos. Rodeado por un grupo de mediocres halagadores, acabó creyéndose una persona infalible». Tome nota quien deba. Sin duda no estamos en las puertas de ningún fascismo, creo que conocer la historia nos cura de ese regreso al infierno, pero no olvidemos la historia. Ni desdeñemos los disfraces de los neodictadores.
«No hay que bajar la guardia ante los ambiciosos, ante los que para conservar el poder están dispuestos a todo»
Ni apocalípticos ni integrados. No seamos eco del pasado. Leamos a Cuartango. Volvamos a Montaigne, recordemos que «aún en el trono más alto del mundo, estamos sentados sobre nuestro culo».
Cuidemos nuestro culo, nuestro cuerpo y nuestras lecturas. Nuestros paseos y nuestras amistades. Dejemos a Dios en paz, en duda y cuidemos que no nos duelan las muelas.
Creo que este verano puedo prometer y prometo una cangrejada entre amigos en algún lugar de Segovia. En recuerdo del amigo Aurelio Martín y por la gracia de José María, asador y vinatero de nuestras felicidades. Quedas invitado Cuartango. Qué paraíso recuperado volver a los renacidos cangrejos. Aunque no sean los mismos. Ni ellos, ni la nostalgia, ni el cine. Qué grande fue el cine. Y qué hermosas las sardinas.