Jaime Gil de Biedma, entre Castilla y la 'gauche divine'
«Inés García Albi y Andreu Jaume acaban de publicar un pequeño y hermoso libro, ‘La Castilla de Gil de Biedma’, que nos invita al paseo por su obra y sus realidades»

Jaime Gil de Biedma. | RTVE
«…Un pequeño rincón en el mapa de España
que me sé de memoria, porque fue mi reino»
Jaime Gil de Biedma
Desde muy jóvenes nos acercamos a los poemas de Jaime Gil de Biedma y no hemos abandonado su senda, sus caminos de vida, su corta, esencial obra. Sus poemas, sus diarios, su correspondencia, su vida contada por él, su biografía escrita por otros, sus estudios, traducciones, las cercanas lecciones, los versos dichos y escuchados en su propia voz, siguen con nosotros.
Tenemos más poetas —algunos de su tropa de bebedores, noctámbulos, cultos y lejos de toda cursilería— nos acompañaron, nos dejaron acompañarlos, los frecuentamos, los quisimos y los queremos. No tuvimos esa suerte con Jaime, pero nadie, ni él mismo, nos podrá arrebatar el sentimiento de cercanía, de comprensión del hombre, del poeta. Dos veces estuve cerca, lo escuché, lo saludé y supe callar. Ya era un mito cercano, un dios pagano de nuestras querencias humanas y poéticas. No podrán quitarme la memoria, ni el sentimiento. «Algo que ya no es casi sentimiento, una disposición de afinidad profunda con la naturaleza y con los hombres, que hasta la idea de morir parece bella y tranquila. Igual que este lugar». Bueno, sin exagerar, porque la verdad es que me encuentro mejor dotado para la vida que para la muerte.
Vivo sigo y paseante soy por su, nuestra, ribera de los alisos. Hace unos días me perdí por esos campos de su Castilla, de la mía. Por esa ribera que ahora es rescatada por una sobrina del poeta, Inés García Albi, en compañía del escritor, poeta y más cosas, que es Andreu Jaume.
Andreu e Inés acaban de publicar un pequeño libro, hermoso y artesanal, ilustrado por Marcos Ismasat, dedicado al poeta y sus tierras castellanas. La Castilla de Gil de Biedma nos invita al paseo por la obra, los poemas, las realidades de este «señorito de nacimiento» que encontró en el pueblo de La Nava de la Asunción, en sus cercanías, el paisaje más emotivo de su vida. Quizá no sea fácil comprar el libro, es de esos pequeños regalos de nuestra vida lectora, de nuestro fetichismo de buscadores, de nuestras recompensas para mantener un bien modesto, vago y con humor. Como un paseo campestre de Pla. Pero el que busca, encuentra.
Siempre seguimos esperando «la intensidad de un fogonazo, puede que solamente, y también una antigua inclinación humana por confundir belleza y significación». Necesitamos escapar de lo fétido de la realidad, de la información manipulada, de la mentira instaurada y de tener a los peores en los sitios más importantes. Viendo la realidad de nuestro país contada por algunos, por bastantes firmantes y otros por firmar, dan ganas de buscar ese refugio de vita beata que el poeta quiso y que no estoy seguro que pudiera cumplir. Tuvo una vida llena de contradicciones. Una buena vida del estilo de los privilegiados, ricos con ilustración, negocios prósperos, servicio de casa, palacetes de pueblo y propiedades en ciudades. Una familia que se resistió a ser los últimos de Filipinas y que supo hacer negocios legales con la eterna busca del placer humano. No confundir con saunas, ni prostíbulos, lo suyo fue con el dulce placer de fumar. Una feliz evocación de una vida de verano y humo. También con copas y amores furtivos, pagados y sin mirar carnet de identidad.
«Un amigo de vidas y lecturas, Carlos Barral, habla de su genio exaltado, de su ‘mala conciencia’ de pertenencia a los privilegiados»
Los poemas o los diarios de Jaime Gil de Biedma siempre nos ayudarán a ser mejores. No a ser más de izquierdas, ni progresistas, ni canceladores, ni moralistas. No, pero sí nos ayudan a vernos en nuestras contradicciones.
Un amigo de cercanías, vidas y lecturas, Carlos Barral, habla de su genio exaltado, de su inteligencia peleona, de su «mala conciencia» de pertenencia a los privilegiados. Además, ¡horror!, eran malos catalanes, ya sospechosos y ajenos a un catalanismo que comenzaba su proceso. Escribe Barral: «Escribir en castellano nos hacía cómplices de la Guardia Civil, de las fuerzas represoras de una cultura cuyo destino histórico y cuya condición política compartíamos, pero que no era la nuestra, a la que éramos inmediatamente extranjeros… para la sociedad literaria catalana resultábamos ser, aunque fuese sin consentimiento, instrumentos del ocupante, colaboradores de la cultura imperial y castradora». Ellos, cosmopolitas, capaces de hablar en varios idiomas, eran unos sospechosos españolistas.
Sin abandonar la lengua de Jorge Manrique o de Cernuda sí mostró Gil de Biedma muchas veces una especie de mala conciencia por haber sido un privilegiado, por no haber recibido «más palos». Algunos de los de entonces, quisieron acercarse a los redentores, quisieron redimirse. Ni la religión, ni el franquismo- aunque nunca atentaran contra sus privilegios familiares- eran el lugar para su ser personas conscientes de miserias y desigualdades. Había que comprometerse. Había que olvidar aquellos «discursos, gritos, canciones» que llegaron al niño en la guerra y en territorio franquista. Un niño que se encantó con la lírica poética de los vencedores, aquellas proclamas de vueltas al Imperio, «promesas de otro tiempo mejor» que les «ofrecían un billete de vuelta al siglo diez y seis. Qué niño no lo acepta».
Tenía que dar un paso adelante. Por ejemplo, hacerse comunista, cotizar y ayudar al «partido», al PSUC. No pudo ser. No pudo ser diplomático, ni profesor, tampoco pudo pasar de ser un casi molesto «compañero de viaje» de las izquierdas. A algunos nos alegra mucho que fuera rechazado. El encargado en dar las explicaciones de por qué no era admitido en tan selecto club fue Manuel Sacristán, peculiar personaje de la cultura catalana. Nacido en Madrid, con simpatías falangistas, educado en Alemania, filósofo y escritor, se convirtió al leninismo vía catalanista izquierdista, comunista, feminista, ecologista, castrista, progresista sin fisuras.
«Hay una vieja sospecha de que fuera Manuel Sacristán quien provocó la detención de Gabriel Ferrater»
Un «santo laico» un referente de la izquierda desunida. Jaime Gil de Biedma no podría estar en ese club… por homosexual. Ya lo había dicho Lenin, no te puedes fiar de un homosexual. Son más susceptibles de ser detenidos y de cantar la traviata. Los «maricas» no eran de los suyos. Las cárceles del paraíso soviético, como las de los países islámicos, las de la posterior Cuba castrista están llenas de ejemplos de lo mal queridos que siguen los «desviados». También señalados en la Hungría del ultraderechista Orbán.
Vaya tropa aquella del filósofo Sacristán. Una iglesia con feligreses moralistas, monaguillos arrodillados, subidos a sus púlpitos y recibiendo el cepillo, eso sí, de los «compañeros de viaje», esos frívolos de la gauche divine, que aportaban sus diezmos. Pecunia non olet. A aquellos sacristanes no les gustaban aquellos comportamientos de poca moralidad, aquellos bebedores que preferían leer a Eliot que a Althuser. Que ayudaran discretamente, ni tan mal. Pero que no salieran en sus fotos ni en sus manifiestos.
Hay una vieja sospecha de que fuera Sacristán quien provocó- quizá involuntariamente- la detención de Gabriel Ferrater. Habían pasado los amigos unos días en la casa de La Nava y allí se presentaron varios jeeps de la Guardia Civil para detener a Ferrater. Ya no estaban, Gil de Biedma había vuelto a Barcelona y Ferrater se había quedado en Madrid. Después de registrar la casa de la madre de Jaime Gil en Barcelona, dónde tampoco estaba, se presentaron en la elegante casa de Jaime. Les recibió su criado Pepito y después de anunciarle: «Señorito, los de la brigada político-social están en la puerta», les hizo esperar, pasaron a un suntuoso salón, se sentaron tímidamente en un sofá, cuando el poeta apareció le preguntaron por Gabriel Ferrater, el amigo quiso saber por qué le buscaban, solo supieron decir que por algo importante. Se fueron con educación, pidieron disculpas y se marcharon sin una copa, ni un vaso de agua. Al día siguiente detuvieron a Ferrater en un tren en Guadalajara.
«Años después, Ferrater pudo cumplir su promesa de no llegar a los 50 años. Se suicidó porque se le repetían los jueves»
Ya habían detenido en Barcelona un «contubernio de monárquicos- Senillosa– y comunistas» como Sacristán. Ferrater que no estaba en el partido, era militante del vodka, la literatura y las lenguas, no se explicaba la razón de su detención. En el interrogatorio, después de preguntar por sus actividades en la universidad y de anotaciones sospechosas en sus notas, sobre todo en un cuaderno que se repetía una anotación: «Reponer vodka», algo que parecía una sospechosa clave filocomunista. No entendía nada. Hasta que le enseñaron un artículo: El humanismo marxista de Rafael Alberti, firmado por Ferrater. Cuando lo leyó negó que pudiera ser suyo, en primer lugar, por una prosa cursi. Y que Alberti no era poeta de su devoción. Le dejaron reflexionar en los sótanos de la comisaria. Volvió a leer el artículo y reconoció la prosa «orteguiana» de Manuel Sacristán. Como prueba les pidió que contrastaran sus escritos, su estilo, con el de aquel escrito. No lo hicieron. Siguió preso.
Hasta que, en un gesto de arrepentimiento, de generosidad o de valentía, el propio Manuel Sacristán se confesó autor del artículo. Ferrater se salvó. Años después pudo cumplir su promesa de no llegar a los 50 años. Se suicidó porque se le repetían los jueves. Sus amigos nunca olvidaron su manera de escribir, discutir y saber divertirse. Eran de izquierdas, de la gauche divine, pero no siempre la realidad y la vida les fue amable. «La realidad es una interpretación».
Años después, con apenas 60 años, murió de sida Jaime Gil de Biedma. Veinte años antes ya dejó escrito un poema para después de su muerte. Siempre recordando su tiempo en La Nava, sus inviernos, sus otoños, sus veranos: «Fue un verano feliz. El último verano de nuestra juventud».