García Montero: la envidia, el rencor y el tiro por la culata
«Luis García Montero no conseguirá romper la Academia, ni dañar a su presidente. Ni alzando su aflautada voz, ni recurriendo a insidias, ni inventando enemigos»

El director del Instituto Cervantes, Luis García Montero. | Ramón de la Rocha (EFE)
«Nadie se baña dos veces en el mismo río.
Excepto los muy pobres.
Nadie se mete dos veces en el mismo lío.
Excepto los marxistas-leninistas»
Ángel González
El historial del insultador es largo y lleno de intereses. Calumnista menor desde su patio de Monipodio, desde sus púlpitos heredados, trabajos apesebrados, gabelas recibidas y obediencia sometida de un estómago agradecido. Rufianesco entremés cervantino para esconder picarescas y miserias de actitudes barriobajeras. Trampagos y Periconas, alguacil alguacilado, peleas pactadas para esconder andanzas prostibularias a bordo de un Peugeot o cogiendo un taxi en verso. Iracundo sin razón, o con razones oscuras. Incendiario sin control, sin saber apagar un fuego innecesario. Cuánto más habla, más se quema. Ya se dice en el Quijote: «Cuando la cólera sale de madre, no tiene la lengua padre, ayo ni freno que la corrija». Sus frecuentes iras le siguen impidiendo el uso de la razón. Sin autoridad, pero con mando, sigue chapoteando en su propio fango. Dando lametones en las botas del poder
En esos andurriales estamos desde el río hasta el mar. De Madrid a Arequipa, usando el cargo como navaja, como arma cargada de pasado, como rencor resucitado. Disparando como un ciego con una pistola a cualquiera que tenga la Constitución, la democracia o la libertad como consignas de convivencia. El tiro, otra vez, le salió por la culata. Como cuando perdió en las elecciones como candidato de la izquierda desunida. No sirvieron apoyos, músicas ni letras, de aquellos famosos amigos de la ceja.
Después se refería a sus propios traidores como una pandilla de «hijos de puta, mindundis y torticeros que se solo se mueven para defender su sueldo». Ni entendía ni aceptaba su derrota. Aunque decidió seguir levantado discordias, construyendo muros. Renovados muros de la patria nuestra. Simbólico regreso a un pasado de tiempos superados. De agitar las envidias, amenazar desde poderes mediáticos, tomar el nombre de otros en vano, reescribir la historia, reinventar el pasado y cancelar libertades.
Es secretario de Estado, director del Instituto Cervantes y rojo de toda la vida. Ahora sanchista convicto y confeso, muñidor de discursos, organizador de caseros encuentros en cenas con grasa de txistorras y lechugas como banderas. Parece una broma pesada, es una verdad tozuda. A Luis García Montero le sobran poemas e insultos. Le sobran cargos y le falta humanismo, lecturas, músicas, letras y otras artes.
No es hábil ni para el insulto aunque sea muy empecinado en su práctica. Todos somos fachas. Todos abandonamos el único camino, su sendero luminoso de aquellos marxistas leninistas que quisieron asaltar nuestras convivencias constitucionales, nuestra monarquía parlamentaria y nuestra mejor institución para hablar claro, para poder entendernos entre diferentes, para fijar, escuchar, renovar y abrir nuestra lengua. ¿Tocaba romper la convivencia del encuentro más importante de nuestro idioma? Lo hizo, con mucho ruido y pocas nueces.
«Llegó al ‘poder’ del Cervantes por el empeño de Carmen Calvo. Una carrera que se fraguó con el zapaterismo y terminó en el sanchismo»
No conseguirá romper la Academia, ni dañar a su presidente Santiago Muñoz Machado. Ni alzando su aflautada voz, ni recurriendo a insidias, ni inventando enemigos. «No pasarán» decían los marxistas. Y pasaron los del otro extremo y mandaron parar. Nos jodimos, peleamos y vencimos al dictador después de muerto. Ahora lo quieren resucitar los «hunos y los hotros» como decía Unamuno al que intentaron secuestrar desde las dos Españas. No nos dejaremos. No pueden ni con las armas, ni con las letras. Cervantes no está con ellos.
Al pensar en este personaje, de tantas viudas ajenas en su historia, tengo que confesar mis pecados de cercanía amistosa, aunque discrepante de otros tiempos. Yo era el «socialdemócrata» entre mayoría de «rojos» de croqueta y whisky, de sustancias y proclamas que me eran cercanas pero ajenas. El vino y el whisky eran suficientes para aplacar mi sed. No necesitaba otras aspiraciones. Allí seguí, con más o menos inconstancia, con cercanía física y distancia intelectual. No todos eran iguales, no todos se dejaban someter por el capataz de la experiencia, la cursilería poética o la incongruencia ideológica. Viví fuera, sin contagiarme, y a veces seguí viendo al clan de los vientos difíciles. No era obediente, ni comulgante, ni penitente. Mi distancia con el capo era evidente. No era uno de los «suyos». No era acólito del poeta de las hoces y los martillos, de las descalificaciones y las navajas.
Llegó al «poder» del Cervantes por el empeño de Carmen Calvo. Por la obsesión de aquella socialista dicharachera política. Una carrera que se fraguó con el zapaterismo y terminó en el sanchismo. La obsesión de Calvo, una de ellas, era retirar del cargo a Juan Manuel Bonet. Ya lo había fulminado del Museo Reina Sofía donde había sabido ordenar y abrir las vanguardias más allá del icónico Guernica. Bonet es uno de nuestros sabios cercanos, ni catedrático ni licenciado, simplemente el mayor experto en nuestras culturas contemporáneas. Después de dirigir el Cervantes de París –toda una renovación en aquel centro que hoy pena con otra dirección, otras banderas– fue nombrado, por el Gobierno de Rajoy, director del Instituto Cervantes. La mayoría de los que allí trabajamos estuvimos encantados e ilusionados.
Con Bonet volvía un director con independencia, conocimiento de todas las artes y sin sectarismo. Apenas duró un año. Había que nombrar a la gran esperanza del progresismo rojo a la izquierda del PSOE, al comunista que sabía leer y que sabría aportar su bagaje ideológico. Había que recuperar las banderas republicanas, las rojas. Volver a los himnos, el canto de su tripulación y la toma del discurso de la verdadera izquierda. Del progresismo en el poder.
«El Instituto Cervantes es una institución a la espera de una necesaria renovación»
En ese momento supe que todo sería peor. Conocía bien el paño y al sastre. No defraudó. Por su despacho y su programación, por su control de la cultura sin rumbo, sin ministerio ni ministro que no le obedeciera, siguió en su mejor estilo de querer guiarnos, reconducirnos por el «lado bueno de la historia».
El Instituto Cervantes es una institución a la espera de una necesaria renovación. Necesita independencia de la política, aumentar su capacidad para buscar financiaciones que permitan con mayor eficacia y libertad cumplir con el papel de reflejar nuestra pluralidad cultural, la riqueza de nuestra lengua y la difusión de nuestra realidad. Hay que seguir esperando. Seguir confiando en que encontraremos un intelectual, un gestor, un humanista del nivel de Muñoz Machado. No es fácil pero es posible. Es necesario. Es urgente.
Hace tres años publicó Muñoz Machado su muy interesante y renovador estudio sobre el tiempo y la obra de Cervantes. Aquella publicación fue muy alabada por Vargas Llosa, académico, taurino, humanista y liberal como su amigo Muñoz Machado. El artículo que le dedicó en El País nos animó a comprar y añadir a nuestra biblioteca cervantina uno de los estudios más renovadores sobre nuestro genio. Cuando lo comenté con el director del Cervantes, me espetó que era un «facha». No me extrañó. Lo mismo había asegurado, en una cena con testigos en San Sebastián, sobre Fernando Savater y Félix de Azúa. Dos fachas sin fisuras. Además, había que echarles de El País. Lo consiguió dos años después.
En compañía de otros directores tuvimos, en secreto, dos felices encuentros en buenas mesas con nuestro admirado escritor y pensador. Se reía con nuestros «problemas» para tener encuentros abiertos y libres. Yo así lo hubiera querido pero mis compañeros temían la reacción del «capo represor». Savater se reía, yo le hablaba de su sectarismo y el filósofo me decía que no solo era eso, que lo más importante es que era tonto. Hay otros muchos ejemplos de descalificación, censura, de imposición, no les aburriré más con las actuaciones de este iliberal de dudosa catadura democrática.
«Podemos seguir viviendo sin sus poemas pero no deberíamos seguir soportando lo arbitrario de su poder en nuestro mundo cultural»
Podemos seguir viviendo sin sus poemas pero no deberíamos seguir soportando lo arbitrario de su poder en nuestro mundo cultural. «En su miseria solo caben el insulto, la mofa y el recelo». Lo escribió Cernuda, poeta y exiliado. Lo recordamos nosotros y se lo recordamos a otros. No olvidamos lo que una vez nos dijo sobre él Ángel González: «Es un falso bueno… en todo».
Volveremos a Muñoz Machado y sus estudios sobre la democracia en Hispanoamérica. A su recuperación de un paisano de Pozoblanco, oscurecido durante años, Juan Ginés de Sepúlveda. Latinista mayor, cronista de indias y polemista. Amparado por el Cardenal Cisneros en la universidad de Alcalá. Defensor de Carlos V y Felipe II, de su actuación en nuestra conquista y colonización, lo que le llevó a interesantes enfrentamientos con las tesis de Bartolomé de las Casas.
Gracias a Muñoz Machado, a su rescate de este fascinante personaje culto y claro defensor de las instituciones. Gracias al presidente de la Academia por ser un ejemplo intelectual de la defensa de la libertad y la tolerancia. «No ha sido políticamente correcto nunca ser partidario de Sepúlveda, que aportaba justificaciones a la conquista de América y sí serlo de Bartolomé de las Casas, su oponente», así lo reconoció Muñoz Machado en su discurso por la investidura como doctor honoris causa de la Universidad de Alcalá, su universidad. La de Nebrija o Quevedo, la de la Biblia Políglota y el humanismo. Nuestra Complutense.
Es urgente que García Montero se ilustre. Es la hora de que emprenda un camino de comprensión y redención. Unas clases de humanismo y libertad. Mi consejo, yo soy buena persona, es que vaya por la senda de Nebrija y se apunte al máster del Colegio Libre de Eméritos: Humanidades contemporáneas: Actualizar el humanismo. Le vendría muy bien, además los profesores son el espejo que necesita para aprender y debatir.
Allí podrá dialogar con Fernando Savater sobre cultura, ilustración, humanismo. O con dialogantes ponentes como José Luis Pardo, Amelia Valcárcel, Cela Conde, Félix Ovejero –nuestro marxista insólito–, Anna Caballé –tú ya sabes– o nuestro admirado Darío Villanueva, el culto y quevedesco escritor gallego que fue director de la Real Academia Española. Hablará de corrección política y cancelación. Hay más. Todos te gustarán, te vendrán muy bien y te orientarán sobre tu futuro que seguro no será esplendoroso, pero será, aunque no pase por la Academia Española. Siempre puedes buscar por otro lado cómo le aconsejaron a Miguel de Cervantes, con perdón.