España de vacaciones
«Es agosto y que Pedro Sánchez se haya ido de vacaciones, acogiéndose a esta sacrosanta tradición nuestra de que pase lo que pase habrá verano, es una cosa que me resulta estupenda contra lo que, sorprendentemente, le ha parecido a todos los demás; incluso con oleada de rebrotes y todo»
En España las vacaciones son sagradas, un derecho constitucional no escrito al que se agarra todo hijo de vecino para que, incluso en tiempos de coronavirus, en agosto se pare el país. Ya en septiembre Dios dirá. En España, en agosto, quedamos trabajando los de siempre, los médicos, los que hacemos periódicos, los camareros y la oposición —estos últimos no es que hagan nada productivo, pero alguien tiene que quejarse del Gobierno incluso en agosto cuando no hay Gobierno—.
Desde hace un tiempo prefiero las playas tranquilas, como de padre de familia numerosa, de arenas kilométricas aguas uniformes y vecinos lejanos a las que tienen rocas y peces y un chiringuito y otras tantas distracciones, porque estas son en las únicas en las que se puede leer en paz. En lo primero que pienso al descubrir una nueva es en si se leerá a gusto o no. Ordeno las playas como los sillones, en función de su comodidad para leer, pero ese es mi verano particular. En el resto de España este 2020 habrá verano aunque sea a la fuerza, como el de la okupa del vídeo del otro día diciéndole a la dueña del piso que hable con su abogado… Una que ha decidido que tendrá vacaciones gracias a esta ley injusta donde la propiedad privada sólo existe para Irene Montero y familia desde que tienen casa en Galapagar.
Es agosto y que Pedro Sánchez se haya ido de vacaciones, acogiéndose a esta sacrosanta tradición nuestra de que pase lo que pase habrá verano, es una cosa que me resulta estupenda contra lo que, sorprendentemente, le ha parecido a todos los demás; incluso con oleada de rebrotes y todo. Irse unos días es la única forma de leer en abundancia que conozco. Y bendigo esta huida a controlar sus propiedades presidenciales de Doñana con la esperanza de que este verano lea algo que no sean sus propias memorias, escritas, a la sazón, por Irene Lozano. Si Pedro volviese de la playa habiendo leído algo más que a sí mismo todavía nos quedaría esperanza para cuando llegue septiembre.
Pienso en esto desde Portugal, «verano, ‘verão’, incendios, saudade…», que dice Juan. Aquí nadie lleva mascarilla, los españoles nos reconocemos porque somos los únicos que parecemos saber que el mundo está sufriendo una pandemia. ¡Qué civilizados somos! Da igual. Algún día la leyenda negra dirá que fueron los españoles —a los que les obligan a guardar cuarentena en el Reino Unido—, los que propagaron la enfermedad, que en vez de en Wuhan, todo empezó en un mercado de Tetuán.
Ya puestos a irnos de vacaciones, mejor hacerlo bien. Como don Juan Carlos, que aprovechará este tiempo, supongo, para leer historia de España y consolarse sabiendo que a los Borbones es a los primeros que el pueblo obligaba a irse de «vacaciones indefinidas» cada cierto tiempo cuando otros les engañan. Y los manda por ahí sin ni siquiera dar las gracias, o tratarles con respeto. Porque lo que se ha perdido en España, aparte de la presunción de inocencia —que hace mucho que la mandamos al exilio—, es el respeto a los mayores.
Eso sí, el verano, en Galapagar o en las Marismillas, que no falte.