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José Antonio Montano

Estatua ecuestre de Simón

«Supongo que seducido por el poder (arropado por su maquinaria), ha tendido a actuar más como hombre del Gobierno que como hombre de la ciencia»

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Estatua ecuestre de Simón

Manuel Mariscal | EFE

Yo no le tengo odio a Fernando Simón, le tengo incluso simpatía, pero es evidente que se ha equivocado. Maite Rico ha ordenado sus ‘profecías’ y leerlas hoy –a la ‘luz’ de los muertos– es escalofriante. “España no va a tener más allá de algún caso diagnosticado”, dijo el 31 de enero. Ha sido una especie de Nostradamus a la inversa: pronosticó normalidad y ha sucedido el Apocalipsis.

Esa es la cuestión: que hizo pronósticos. Pronósticos que no acertaron. Y el desacierto ha costado vidas y devastación. La mentalidad punitiva predominante –que aqueja a la derecha tanto como a la izquierda– lo acusa ahora de criminal. No es un criminal. Simplemente se equivocó. Con indudable incompetencia. Supongo que seducido por el poder (arropado por su maquinaria), ha tendido a actuar más como hombre del Gobierno que como hombre de la ciencia. En el mejor de los casos, es un funcionario fallido.

Un capitoste de la prensa (sin decir su nombre) lo ha llamado “bobo”. Tal vez ahí esté la clave. No creo que sea bobo, pero se le está empleando como bobo útil.

El movimiento hacia su exaltación –simétrico a aquel otro que lo acusa de criminal– prueba que el pobre Simón ya es solo un muñeco. Da igual quién sea, lo que haya hecho o dejado de hacer. Interesa como factor partidista. La incongruencia brutal entre sus resultados y la adoración que recibe indica que es solo una ficha en la guerra ideológica. Como en el viejo estructuralismo, solo importa su posición en el tablero.

El espectáculo es –otra vez en España– berlanguiano. Miles de muertos y han hecho camisetas con su cara y sus frases, le han dado el premio Castelar, van a inaugurar una plaza con su nombre. Solo falta que le hagan una estatua ecuestre. Sería la primera estatua de la era post-estatuas.

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