Haruki Murakami
En contraste con la literatura japonesa de la generación anterior, en los personajes de Murakami hay una intenso grado de franqueza y una delicada honestidad en la introspección que siempre he encontrado muy refrescante
En contraste con la literatura japonesa de la generación anterior, en los personajes de Murakami hay una intenso grado de franqueza y una delicada honestidad en la introspección que siempre he encontrado muy refrescante
El gran culpable de muchas de mis noches insomnes se llama Haruki Murakami. La primera vez que me privó del sueño fue con ‘Norwegian Wood’, que leí recostado de un tirón hasta que salió el Sol. Al día siguiente, en la cotidianeidad del trabajo, seguía muy vivo en mi mente el recuerdo de Toru Watanabe, el personaje principal del libro, y su constante e indeciso baile entre las mujeres de su juventud -Midori y Naoko-, que dibujan dos maneras casi opuestas de enfrentarse a la vida y, sobre todo, a la muerte. En contraste con la literatura japonesa de la generación anterior, en los personajes de Murakami hay una intenso grado de franqueza y una delicada honestidad en la introspección que siempre he encontrado muy refrescante. Es la sutileza de las escenas narradas en sus páginas, la palabra justa y sin pompa, lo que hizo que, tras esta primera aventura nocturna con Murakami, siguieran muchas más.
Cuando llegué de mi primer viaje a Tokio, todavía hechizado por el ajetreo de Shibuya, los cuencos de ramen a altas horas de la madrugada y el latir de una ciudad tan diferente a las que había visitado hasta entonces, en esa primera noche de jet lag, empecé a leer ‘1q84’, la gran obra de Murakami, que le llevaría cuatro años hasta completarla. Pensaba que con la novela me podría perder de nuevo por ese Japón que ya echaba de menos, pero el viaje me llevó más allá, a ese punto de excitante desorientación que da el realismo mágico. El Japón y sus gentes están presentes en las mil páginas del libro, pero también hay dos lunas colgando en la noche, crisálidas que flotan en el aire, una misteriosa secta religiosa o la enigmática ‘little people’. Aun así, con dosis de magia y dosis de realidad, en el fondo, 1q84 es, sobre todo, una magnífica historia de amor entre los protagonistas, Tengo y Aomame. Recuerdo ahora con una sonrisa la escena final del libro. Bien mirado, nunca Murakami fue el culpable de mi insomnio, sino más bien un feliz acompañante.