Iglesias y Errejón, tres años en guerra
El quinto aniversario de Podemos se recordará siempre por la ruptura definitiva entre Pablo Iglesias e Íñigo Errejón. Pero lo ocurrido es solo el capítulo final de una guerra fratricida, por momentos cruenta y por momentos larvada, que solo podía acabar abruptamente. Cinco años de historia y tres de guerra civil.
El quinto aniversario de Podemos se recordará siempre por la ruptura definitiva entre Pablo Iglesias e Íñigo Errejón. Pero lo ocurrido es solo el capítulo final de una guerra fratricida, por momentos cruenta y por momentos larvada, que solo podía acabar abruptamente. Cinco años de historia y tres de guerra civil.
Algo se rompió para siempre en Podemos en marzo de 2016. En un contexto de división creciente, de acusaciones mutuas y alejamientos personales, o mejor sería decir simple y llanamente de lucha de poder interno, un buen día Iglesias y los suyos encontraron en la sede de la calle Princesa un ordenador abierto. Allí había un chat de Telegram donde Errejón y otros dirigentes afines arremetían con fiereza contra el líder del partido morado. El famoso ‘Jaque Pastor’ que incluía las dimisiones en cadena que presentaron diez errejonistas en el órgano de dirección de la Comunidad de Madrid. Como represalia a esta suerte de complot, Iglesias fulminó al secretario de Organización Sergio Pascual, amigo íntimo y hasta compañero de piso en su día de Errejón. Este último desapareció de la escena durante unos días y a punto estuvo de dejarlo todo. Ya no había vuelta atrás. Ya nada sería igual.
La guerra estalló entonces. Lo de ahora es sólo la escaramuza final. En el camino a las elecciones del 26 de junio de 2016 se visualizó la ruptura y no solo porque Iglesias llegase a un pacto con Izquierda Unida frente a la opinión de Errejón. Los dos líderes hicieron parte de la campaña electoral por separado. Todos los que estábamos allí vislumbrábamos que la sintonía del pasado se había evaporado. Aún les unía un proyecto común, sí, y peleaban juntos por lograr el sorpasso al PSOE, pero las miradas, los tonos o las sonrisas ya no eran cómplices y sinceras, sino circunstanciales y afectadas. Las urnas avivaron el choque. Sibilinamente, el pablismo culpó al errejonismo del mal resultado por el tipo de campaña elegido. Y el errejonismo apuntó al pacto con IU como principal motivo. Pero eso ya era lo de menos.
Rita Maestre y Ramón Espinar lucharon por la secretaría general de Madrid con victoria ajustada para el pablista. Era solo un ensayo. Llegó el enfrentamiento irremediable de Vistalegre 2, en febrero de 2017. Aquella Asamblea Ciudadana fue mucho más dura de lo que captaron las cámaras, cuando las bases exigían «unidad» y unos y otros lo repetían y aplaudían. La tensión era insoportable. Había compañeros de filas que estaban desde el primer día en Podemos y ya no se hablaban. En las arengas que se hacían en privado, aquello parecía una lucha a muerte. Hasta algunos de los que escucharon a sus líderes se quedaron estupefactos. No faltó el juego sucio, pero sería demasiado prolijo de explicar… Los inscritos decidieron: Iglesias venció con contundencia. Como parece lógico, colocó a Irene Montero, Pablo Echenique y otros de sus afines en puestos de responsabilidad y orilló a los errejonistas. Hubo dolorosos despidos de trabajadores de Princesa afines al número dos. Tenía que manar sangre de semejante herida. Pero la infección seguía ahí, imposible de desbridar.
Iglesias fue generoso y ofreció a Errejón ser candidato a la Comunidad de Madrid, para enfado de no pocas personas entre Espinar y los suyos. El ex número dos nunca ha estado cómodo del todo en esa posición. Quería una autonomía total para colocar a los suyos y pretendía alianzas más allá de las siglas. Por ello, en abril de 2018 ya batalló sobremanera frente a los pablistas. En medio de aquel penúltimo embrollo, Carolina Bescansa filtró por error en su chat de Telegram, otra vez esa aplicación maldita para Podemos, un plan surrealista donde Errejón y ella acabarían controlando el partido. Esa filtración se produjo tras una reunión entre ambos en el Congreso donde él le pidió a ella que fuera su número dos en las elecciones autonómicas, pero los pablistas creyeron que, como aseguraba Errejón, este otro ‘jaque mate’ era una idea exclusiva de Bescansa.
Los medios de comunicación siempre dibujaron, o dibujamos, no hay que eludir la responsabilidad, un panorama en que Iglesias era el malo y Errejón era el bueno de esta película. La realidad siempre es más compleja. Y más aún en política, donde escasean los escrúpulos y abundan las ambiciones. Nadie ha sido inocente en esta guerra. El tiempo, imbatible, se ha encargado de demostrarlo. El pacto de Errejón con Manuela Carmena se fraguó a espaldas de la dirección nacional y, se mire por donde se mire, supone una puñalada a Iglesias. El errejonismo, siempre audaz, ha hecho un movimiento inteligente pero desleal. Esta guerra, sobre todo personal pero también política, solo podía acabar en separación.