THE OBJECTIVE
David Blázquez

La era de los 'fake videos'

La alarma causada por las fake news y su impacto en el comportamiento de los consumidores de información ha llenado los periódicos. Además de despertar la reflexión acerca del valor de la verdad, este fenómeno ha puesto de manifiesto, llevándola a su extremo, la tendencia humana a dar crédito, a priori, a la información que confirma una opinión ya adquirida.

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La era de los ‘fake videos’

La alarma causada por las fake news y su impacto en el comportamiento de los consumidores de información ha llenado los periódicos. Además de despertar la reflexión acerca del valor de la verdad, este fenómeno ha puesto de manifiesto, llevándola a su extremo, la tendencia humana a dar crédito, a priori, a la información que confirma una opinión ya adquirida.

La refinada capacidad de la Inteligencia Artificial para reproducir imágenes (cuerpos y expresiones faciales) e imitar voces supone un nuevo paso en la aventura tecnológica por difuminar los contornos que separan la realidad de la ficción.

Lo que hasta hace poco era privilegio de la industria cinematográfica y algunos diseñadores con potentes equipos informáticos comienza a ser un bien accesible para cualquiera. Aplicaciones como FakeApp permiten crear vídeos falsos intercambiando el rostro del protagonista por el de quien se desee, y lo hacen de manera tan realista que quien lo ve tiene la impresión de estar frente a un video verdadero.

T.S. Eliot acusaba a los hombres de haber “olvidado a todos los dioses excepto la Usura, la Lujuria y el Poder”. Como por desgracia era de esperar, el primero de los sectores en explotar y perfeccionar los fake videos ha sido la industria pornográfica: gracias a lo que han bautizado como deepfakes, en pocos segundos puedes convertir a cualquiera –también, por supuesto, una persona odiada- en protagonista de una escena pornográfica. Otro de los ámbitos en los que más interés despierta esta tecnología es, para dar la razón a Eliot, el de la política: las imágenes de discursos pueden ser alteradas para insultar a quien no ha insultado o prometer lo que no ha prometido.

“Si no lo veo, no lo creo”, dice el sentido común, vinculando la imagen y nuestra capacidad para discernir lo visto con la certeza acerca de los hechos. En efecto, el vídeo ha sido, desde su creación, la más fehaciente de las pruebas (“Una imagen vale más que mil palabras”, reza el refranero español). ¿Cómo se verán afectadas las relaciones humanas y sociales por los fake videos en un momento en el que el consumo de información en vídeo aumenta de manera significativa pero la “realidad” y fiabilidad de su contenido disminuye?

La posibilidad de que todo lo visto por vía de una pantalla pueda ser falso trastocará necesariamente nuestra forma de relacionarnos con las pantallas, llevándonos bien a una variante del escepticismo tecnológico -dejar de creer en toda imagen mediada- o a la credulidad partidista, es decir, a tomar como verdaderos solo aquellos vídeos que confirmen lo que pensábamos de antemano, descartando el resto como manipulados y falsos.

Por supuesto, los fake videos son solo un estadio intermedio en el viaje hacia la realidad virtual en el que están embarcados un buen número de ingenieros y visionarios en Silicon Valley. Una aventura en la que la manipulación continua de lo real y la huida hacia universos paralelos podría dañar gravemente nuestra relación con el mundo y con nosotros mismos -haciéndonos cada vez más manipulables- y trastocar eso que María Zambrano llamaba, en La vida en Crisis, el “misterioso nexo que une nuestro ser con la realidad, algo tan profundo y fundamental que es nuestro íntimo sustento”.

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