La evolución de Errejón
«A los supuestos cambios ideológicos de Errejón los llaman evolución ideológica y hacen bien porque tiene mucho más de adaptación al medio que de progreso»
A los supuestos cambios ideológicos de Errejón los llaman evolución ideológica y hacen bien porque tiene mucho más de adaptación al medio que de progreso. En realidad el cambio no lo es tanto. Es un cambio de lenguaje, digamos de retórica, de énfasis y silencios, excepto en el tema de Venezuela, que debería haber sido menor pero que siempre tuvieron por fundamental. Porque Venezuela es el experimento populista, revolucionario y liberador más parecido a Podemos y es por eso el que mejor les ha sacado los colores y las casillas. Venezuela no es una cuestión menor porque sus susurros en la oreja del tirano es lo más cerca que han estado de gobernar un Estado. O de, como dicen ellos, aplicar su programa de gobierno. Venezuela es el efecto más real que ha conocido la humanidad de sus grandes ideales y por eso que hay que volver a repreguntar sobre el tema, porque cada vez que hablan de ella y de su relación con ella se delatan. Incluso cuando lo hacen, cuando lo hace Errejón, para rectificar.
Así por ejemplo en la entrevista que le hizo Jorge Bustos hace unos días y en la que le dio, así lo dijo, la «la ocasión de retractarse de su famosa afirmación sobre las tres comidas diarias en Venezuela». Y vaya si lo hizo. Marcó literalmente distancias con Venezuela (“Cuando ves una situación de lejos hay que ser prudente”) y reconoció que Venezuela va camino de convertirse en un Estado fallido, que esa frase ya no es verdad y que no es un debate ideológico. Pero sí que lo es. El debate es ideológico y siempre lo ha sido. Porque el problema de Venezuela no son errores técnicos sino teóricos y morales y porque esa frase suya no era una mala frase en un mal momento sino un mal principio. Como frase no era, de hecho, más que el intento de excusar el fracaso de la revolución. Al menos, venía a decir, comen tres veces al día. Pero el hambre no fue nunca argumento o el motor del cambio. Lo fue en Madrid y Barcelona, pero Venezuela, con una cultura política distinta y unos pozos de petróleo más grandes, siempre permitió soñar a lo grande. Venezuela permitía soñar con asaltar los cielos, en construir la libertad. Y por eso su fracaso es un fracaso ideológico. Es el fracaso de un sueño y la constatación de que sobre un principio como el suyo nada recto puede construirse.
Si no tienen tiempo ni ganas de leer a Raymond Aron, basta con ver y entender qué le ha pasado a su queridísima Khaleesi. Podemos y sus equivalentes internacionales, con AOC a la cabeza, compartieron desde el inicio la fascinación por la «rompedora de cadenas», la liberadora de esclavos y todo lo demás y coincidirán ahora en decir que el problema es que los guionistas, el sistema, eran machistas o porque la pobre tuvo un disgusto y un mal día. La pregunta que hay que hacerles siempre es por qué crees que esta vez sí. Por qué crees que contigo sí. Porque el problema del revolucionario, lo dijo Gómez Dávila, es creer que la revolución fracasó porque no la comandaba él. Cuando en realidad el problema de la revolución es su lógica y no su liderazgo.
El problema que tienen Errejón y los podemitas con Venezuela es que solo pueden retractarse si lo hacen del todo. Si dejan de ser revolucionarios y populistas y abrazan a pecho descubierto la fe en la democracia liberal, el libre comercio y el Estado de derecho. Ese es el nuevo Errejón y la nueva izquierda que hay que esperar que encuentre o se gane “su espacio”, a codazos y a poder ser a muerte con sus antiguos amiguitos de la revolución bolivariana.