THE OBJECTIVE
Josu de Miguel

La muerte de Robert Boyd en Málaga

A la postre, Boyd fue el único inglés que acompañó a Torrijos en su frustrado intento por devolver la libertad a España.

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La muerte de Robert Boyd en Málaga

Tras la restauración de Fernando VII por los Cien Mil Hijos de San Luis, muchos liberales españoles tuvieron que exiliarse. El destino de buena parte de ellos fue Inglaterra, como cuenta Vicente Llorens en su libro Liberales y románticos. Fue así como la causa democrática española se puso de moda en el país británico, llamando la atención de literatos tan notables como Percy Shelley, Wordsworth o Tennyson. Este último, precisamente, fue quien reunió a una serie de amigos –casi todos universitarios- para ayudar a Torrijos y tratar de derrocar el absolutismo en España mediante la preparación y puesta en marcha de sublevación civil y militar. Entre los conjurados estaba Robert Boyd, antiguo oficial del ejército británico en la India y que había combatido también en la guerra de Grecia.

A la postre, Boyd fue el único inglés que acompañó a Torrijos en su frustrado intento por devolver la libertad a España. Tras ser hechos prisioneros en una emboscada en Fuengirola, todos los miembros de la expedición fueron ejecutados en Málaga. En el famoso cuadro del fusilamiento pintado por Antonio Gisbert, al que el Prado dedica ahora una estupenda exposición, el oficial británico está en primera fila y en el centro de la composición. Tiene las manos atadas y sus ojos están entrecerrados. Por suerte, su muerte no supuso un problema en términos burocráticos: fue el primer enterrado en un cementerio civil en España, legalizado previamente por una Real Orden de Fernando VII en abril de 1830, en la ciudad de Málaga. Con anterioridad, el fallecimiento circunstancial de otros protestantes había conducido a luctuosos episodios por parte de autoridades políticas y religiosas.

Llego a esta historia a través del libro clásico de Jiménez Lozano Los cementerios civiles y la heterodoxia española. En él no solo nos advierte de la dificultad de construir una ciudad política sobre los cimientos del dogmatismo, sino que apunta las transformaciones de ésta última en atención al cambio de significado de la propia muerte. El reciente debate sobre la eutanasia, cuyo apoyo crece entre la sociedad española, revela que la muerte resulta anacrónica en este mundo tecnológico: si antes se contestaba a su enigma mediante reflexiones religiosas, ahora se responde con la negación derivada del creciente uso de la incineración y de la instauración de mecanismos legales que permitan poner fin a una vida cuyo disfrute se vincula a los principios de bienestar y dignidad. La paradoja de todo este escenario, donde desaparecen el misterio y las preguntas filosóficas de fondo, es que la muerte -y no la propia vida- es la que ha dejado de pertenecer al ser humano.

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