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Félix de Azúa

Objeto volante no identificado

«El nuevo libro de José Antonio Martínez Climent, ‘El ángel del manzano’, es una bendición en este océano de escritores que sólo hablan de sí mismos»

La peseta cultural
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Objeto volante no identificado

Ilustración de Alejandra Svriz.

Hace dos años, en 2022, apareció un librito exquisitamente editado por KRK que respondía exactamente a su título Liturgia de los días. Su autor, José Antonio Martínez Climent, vivía apartado del mundo en una modesta finca junto al canal de Castilla. Allí había llevado a cabo su liturgia, pero no porque tuviera el menor deseo de apartamiento eremítico, sino porque el cuerpo se le quebró y tuvo que inmovilizarse. Hasta ese momento se había movido mucho. Entre sus viajes, casi todos impulsados por la biología y la zoología, constaba una larga estancia ártica en persecución y catalogación de rapaces.

En su primera liturgia lucía Climent una prosa como ya casi no se puede encontrar en España una vez muertos Benet y Ferlosio, una prosa que corresponde a la rapaz del ártico, para entendernos. Contaba Climent sus breves salidas a la puerta de la casa, el paseo de su perro, el cambio estacional o la floración del granado. Asuntos todos que sólo pueden sostenerse con una prosa tan sólida como la musculatura de Hércules.

Y ahora, según suelen decir en los programas de humor, lo ha vuelto a hacer. Su nueva novela (aunque llamarla novela es desde luego bastante trapacero) se titula esta vez El ángel del manzano y de nuevo la ha publicado KRK con un cuidado excepcional. Incluye cintilla. El libro lleva un subtítulo, Cartas a Félix de Azúa, lo que es a la vez una bella muestra de amistad y una mentira. Los capítulos tienen forma epistolar, sí, pero jamás fueron convertidos en misivas. Ahora bien, al figurar yo en la portada no tengo más remedio que ser comedido.

Razón por la cual sólo diré dos o tres cosas que yo sé de esta narración ártica, o quizás sólo una. Y esta sería la de que Climent es pagano (veo el sombrero del señor rector volando por los cielos): seguramente el último pagano que queda en Castilla, aunque bien puede verse del revés (el tiempo es un círculo que ocupa todo el cosmos) y entonces sería el primero de una nueva hornada. El anuncio de que vuelven Perséfone, Hermes, Ariadna y Mnemosine, que buena falta nos hacen.

Por si no lo saben, la palabra «pagano» viene de pagus, que es un lugar distinto del oppidum y del vico donde viven los ciudadanos. Como la gente del campo, los rurales, tardaron mucho en olvidar a los dioses clásicos y adoptar al Dios único, la gente de ciudad los llamaba «paganos» por el pagus y por los dioses que les quedaban, pero sin mala fe. Fueron los cristianos los que llamaron paganos, ahora sí, con mala uva, a todos lo que no eran milites Dei. Esto sucedía en el siglo III, pero en el VI aún coleaba el problema porque los del campo ya no eran paganos, ahora eran arrianos, o sea, herejes. En algunos países singulares, no aceptaron al Cristo hasta casi los tiempos de la invención del molino de viento. De ahí que los catalanes se llamen aún ahora «payeses», o sea, del pagus.

«Si algo le amostaza a nuestro autor es todo aquello que parece popular, pero ha sido inventado, impuesto y cobrado por el Estado»

Pues bien, nuestro Climent, que es un hereje, no ve el amanecer, sino los rosados dedos de la Aurora y así lo dice con toda tranquilidad para escándalo de los eclesiásticos menores. Y por supuesto no hace la menor concesión al neoagrarismo o a los ritos hippiosos, ni le duele la España vaciada, en resumidas cuentas, detesta las herejías modernas, porque si algo le amostaza a nuestro autor es todo aquello que parece popular, pero ha sido inventado, impuesto y cobrado por el Estado. Él es un hereje de otra estirpe y su prosa así lo muestra.

He aquí que sobre esto asoma la cabeza uno de sus maestros, Ernst Jünger, figura que nada tiene que ver, digamos, con Delibes o Lozano, autores a los que sin embargo respeta, pero Jünger es otro asunto, es, por así decirlo, un pagano de la Germania que también cultivó la liturgia del campo. Y un anarco, que es la figura moral que más se les parece a los dos. Pero, ojo, un anarco es lo contrario absoluto de un anarquista. Todos los calificativos acabados en «ista» son subproductos del Estado y por lo tanto ortodoxos.

Eso es lo que sé del libro de Climent. Y también que es una bendición en este océano de escritores que sólo hablan de sí mismos y de su pequeño círculo local, familiar y sexual. Climent, ya lo he dicho, es cósmico, o, más exactamente, ctónico, y no pierde el tiempo en bobadas.

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