Una fiesta
«En la actualidad, cultura significa cualquier tipo de objeto, conducta, acción o pasión, y es aplicable a todos los entes mundanos y extra mundanos»
El pasado día 18 amaneció en Madrid uno de esos días cegadores con cielo de porcelana, tras tres jornadas de lluvia. Parecía una mañana diseñada por una mano maestra para la reunión anual de los amigos, lectores e incondicionales de Mario Vargas Llosa que cada año convoca la cátedra que lleva su nombre.
En esta ocasión tuvo lugar junto a la falda del Guadarrama en una admirable finca llamada La Jara de la Mira donde, sumado a otras virtudes, luce un pequeño coso para capeas. Allí nos agrupamos no menos de 300 personas. No pudo verlo Mario porque los doctores no le permiten un viaje de 12 horas así que sigue en Lima, pero le habría gustado verlo.
Había varias personas que habían tenido o tenían responsabilidades políticas, como Edmundo González, el ganador de las elecciones venezolanas en el exilio; otras que se dedicaban a la literatura o a las artes, pero también un torero, Cayetano Rivera, que fue quien abrió la capea e incluso se prestó a un revolcón, sin consecuencias, para darle mayor emoción al día. La vaquilla estaba atónita.
Los organizadores me habían pedido que diera un breve discurso y fui llamado al podio, donde no sufrí el revolcón de una vaquilla, pero tuve que lidiar con el cochinillo al horno de un chef con estrellas Michelin y me parece que ganó él.
Sólo para el recuerdo y para Mario, me permito reproducir aquí las palabras derrotadas. Fueron estas:
«Cultura ya no es una palabra sino la ruina de algo que en siglos pasados fue un monumento»
«Nuestro querido anfitrión me ha pedido que hable unos minutos sobre el asunto de la cultura y la libertad, pero me voy a centrar en la primera porque las dos nos llevarían una hora. La noción de cultura es una de las más usadas en el periodismo y en la vida cotidiana, hasta tal punto que ya no sabemos qué quiere decir esta palabra. De hecho, ya no es una palabra sino la ruina de algo que en siglos pasados fue un monumento.
Con la ayuda de mi colega, el sabio Pedro Álvarez de Miranda, voy a tratar de reconstruir su historia porque el sentido de las palabras cambia a diferentes velocidades según el uso que se hace de ellas. Así, por ejemplo, seguimos llamando ‘coches’ a unas máquinas sumamente complejas que no son, ciertamente, los viejos coches de caballos. Es cierto que tiran de ellas los caballos, pero son invisibles.
Durante muchos siglos, desde la Roma clásica por lo menos, la palabra ‘cultura’ se refería a las labores del campo, es decir, lo que hoy llamamos agri-cultura. Tardó mucho en pasar de los cuidados del campo, a, metafóricamente, el cuidado y cultivo esmerado de otras labores. Pero esa nueva acepción sólo aparece en español nada menos que en el siglo XV. Fue don Enrique de Villena el primero en usarla, en 1417. La metáfora tuvo éxito y pronto se impuso, así que era frecuente decir de un escritor que ‘se esforzaba en la cultura de su estilo’. Como si lo labrara y regara. Y se mantuvo igual hasta la revolución de la modernidad, con la Ilustración, la cual amplió su uso. El Diccionario de Autoridades (1726), el primero en poner algo de orden en la lengua española, dice ya una segunda acepción: ‘Metafóricamente, el cuidado y aplicación para que alguna cosa se perfeccione’.
Esta es una ampliación del campo semántico realmente grande. Ahora ya no sólo se puede cultivar la tierra sino también la ciencia, las letras, las artes e incluso la vestimenta pues es frecuente leer: ‘era un mancebo cultamente vestido’ (Torres, 1717). Este cuidado y cultivo pronto se desliza hacia su antónimo y ‘cultura’ se convierte en lo opuesto a ‘barbarie’ (Feijoo, 1728). La cultura deja de ser una acción, un trabajo físico, y empieza a ser una virtud.
«La cultura se ha independizado, pero sigue siendo algo que se ejerce o cultiva en una sociedad con el fin de civilizarla»
Lo siguiente iba a ser que la cultura pudiera aplicarse a las naciones y Estados. Así, en el libro de Masdeu, titulado Historia de la cultura española (1783), este significado es ya tan amplio que devora un concepto antiguo, el de ‘civilización’. En consecuencia, se plantea que hay pueblos cultos y pueblos bárbaros, los cuales son bárbaros ‘no por su incapacidad nativa, sino por falta de cultura’ (Feijoo, 1728). No nacen tontos, pero pueden entontecer por falta de riego.
Observen que ahora la cultura se ha independizado, pero sigue siendo algo que se ejerce o cultiva en una sociedad con el fin de civilizarla. La cultura se ha convertido en un exorcismo, una medicina que se aplica a las enfermedades. Así: ‘A siglos de mucha cultura se siguieron otros de barbarie (Feijoo sobre Roma, 1750). La cultura, por tanto, es una virtud que se puede perder y habrá que volver a aplicar la medicina del cultivo para curarla.
Una consecuencia es que se pueden dar distintas culturas originarias: la egipcia, la griega, la romana o la cristiana, y distintos grados de aculturación y barbarie. El término ya ha usurpado por completo el ámbito de otro igualmente antiguo, ‘civilización’. Esta colosal ampliación del concepto sigue su camino como pedagogía o medicina para salir de la barbarie (Benveniste), y es ya una actividad exclusivamente intelectual y abstracta.
Luego nada cambiaría hasta la llegada del romanticismo, especialmente el alemán, cuando se imponga una nueva oposición: la de Kultur contra Zivilisation en la que la cultura, reunión de todos los valores intelectuales y espirituales, aparece como lo contrario de la civilización que es el conjunto de bienes y aparatos materiales, la red ferroviaria, las carreteras, los bancos, las fábricas, las fundiciones…
«A partir de la tecnificación universal la ampliación del concepto es absoluta y se puede hablar de ‘la cultura de los chimpancés’»
De inmediato se adopta en Gran Bretaña cuando uno de sus más populares escritores, Matthew Arnold, publica con enorme éxito Culture and Anarchy en 1867. La zivilisation alemana es así, para Arnold, una anarquía, no en el sentido actual, sino como algo caótico y sin reglamentos. Era la reacción predecible del mundo artístico e intelectual a la revolución industrial, es decir, al imperio técnico que se impondría en los siguientes siglos.
A partir de la tecnificación universal la ampliación del concepto es de índole absoluto y se puede hablar de ‘la cultura de los chimpancés’, de ‘la cultura del pulpo en Galicia’ o ‘la cultura del alma’, por no hablar de sus derivados como el ‘culturismo’ de los atletas musculados. El resultado es que, en la actualidad, ‘cultura’ significa cualquier tipo de objeto, conducta, acción o pasión, y es aplicable a todos los entes mundanos y extra mundanos. A ningún medio de comunicación le falta una sección llamada ‘Cultura’ donde cabe cualquier cosa: deportes, peluquería, fiestas populares, cantantes de ópera, raperos, moda, teatros, cines, circos, escándalos sexuales o religiosos, en fin, todo. La nuestra es la sociedad del espectáculo.
Ahora bien, concluyamos con una sugerencia afirmativa. A pesar de la desaparición de la cultura en un océano sin sentido, reuniones como la que hoy nos trae aquí pertenecen a la cultura, no en su sentido actual, sino en el antiguo. Estamos juntos para admirar el huerto que plantó y cultivó Mario Vargas Llosa y que nos ha regalado con generosidad asombrosa.
Viva, por tanto, este labrador de las palabras que tan extraordinarios frutos nos ha entregado».