Don Antonio
«Don Antonio Machado es un monumento, una figura totémica, no sólo de la literatura sino también de la moral, de la dignidad y de la inteligencia»
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Antonio Machado. | Fundación Miguel Hernández
Este año, la Real Academia Española le dedicará un homenaje a Machado. Hay dos Machado, Manuel y Antonio, pero hay un tercero que es don Antonio Machado, distinto de los dos anteriores. Los dos primeros son excelentes poetas, hermanos y dramaturgos, anteriores a la guerra civil, aunque Manuel tuvo cierta notoriedad en tiempos de Franco. En cambio, don Antonio Machado es un monumento, una figura totémica, no sólo de la literatura sino también de la moral, de la dignidad y de la inteligencia. Es posiblemente el emblema más poderoso del mundo intelectual y artístico en torno a la República.
Porque lo más sombroso e infrecuente de don Antonio es que vivió más interesado por la filosofía y el pensamiento de su tiempo que por la vida literaria, a la cual, sin embargo, conoció y juzgó sagazmente. Todo lo cual se encuentra muy bien reflejado en su discurso de recepción en la Real Academia Española, documento poco conocido y que se hará público a raíz del homenaje de la RAE antes citado.
Los avatares de este discurso son laberínticos dados los años que lo vieron nacer, y ya los contará Santiago Muñoz Machado cuando lleguen los fastos arriba mencionados. Baste saber por ahora que, habiendo sido elegido miembro en 1927, no presentó su discurso por inseguridad o timidez, hasta que, cuatro años más tarde, redactó uno con el fin de tomar posesión, pero ya no le fue posible leerlo, por lo que ha quedado en forma de borrador. Ese borrador, si bien es incompleto, resulta un documento profundo y emocionante. El tema, aunque no le puso título, es nada menos que el eterno interrogante: ¿qué es la poesía?
Comienza por una frase con reminiscencias cervantinas: «Perdonadme que haya tardado más de cuatro años en presentarme ante vosotros». Y pasa luego a decir que «las bellas letras nunca me apasionaron» y luego agradece la recepción «como un crédito que generosamente me otorgáis sobre mi obra futura». Don Antonio, que contaba entonces medio siglo, se ve a sí mismo como un anciano, pero, al mismo tiempo, animado a dar aún buena muestra de su talento en el futuro. Y es, a continuación, cuando expone el tema de su discurso: «¿Qué es la poesía?».
No voy a desvelar ahora el contenido del discurso que, por cierto, debería ser leído por los literatos actuales para percatarse de lo que es una inteligencia que, contra su mayor instinto, se mete en asuntos poéticos. Lo cierto es que don Antonio tenía un buen conocimiento del pensamiento de su tiempo y de la filosofía canónica. En su discurso cita con seguridad a Kant, sin duda su favorito, a Fichte, Hegel y Schelling, lo que es bastante notable para su medio social, y también, sin citarlo, habla desde una cierta impregnación nietzscheana.
«No le interesan las facciones vanguardistas, pero, en cambio, expone un inesperado interés por Proust y Joyce»
No acaba de definir la poesía, tarea quizás imposible, pero sí da una panorámica de la misma que resume su juicio. Don Antonio, como Ortega, conciben el juicio (sobre todo el artístico) como algo en movimiento y por tanto histórico. Así que, en consecuencia, comienza por una crítica y una alabanza del extremo subjetivismo de los románticos y la literatura ochocentista. De ellos solo menciona a Heine, pero es casi seguro que se refería a los ingleses y franceses, más que a los españoles.
Y pasa luego a la parte más singular, la de los modernos. Como es natural no le interesan las facciones vanguardistas y rechaza con gracia a los surrealistas, pero, en cambio, expone un inesperado y luminoso interés por Marcel Proust y James Joyce, ambos, para él, los auténticos poetas del siglo XX. Esto es perfectamente notable para su época y para el medio intelectual español en 1930. Y añade esta frase admirable: «Los poemas esenciales de cada época no siempre son la producción de los cultivadores del verso».
Casi igual de sorprendente es, algo más adelante, un comentario a la obra de Valéry y a la de Jorge Guillén, de quienes dice que «su frigidez nos desconcierta, y, en parte, nos repele». Este es un juicio muy poco frecuente en su tiempo e incluso en la actualidad, pero muestra la independencia de don Antonio, la seguridad de sus preferencias y el coraje de su posición pública.
No hay, en cambio, ninguna noticia sobre el conflicto que estaba viviendo el país de la república, menos otro párrafo que también me parece insólito en su momento: «Los periodos revolucionarios, como el nuestro, son, contra lo que generalmente se afirma, los más insignificantes y los más equívocos de la historia, porque en ellos lo interesante ha pasado ya o no ha llegado todavía».
Grande es el personaje de don Antonio para quedar encerrado en la cápsula de la poesía. Fue un desastre que acabara sus días tan pronto y tan mal en el paraje siniestro y desolado de Colliure. Muchas veces me lo imagino en aquellos últimos días, y lo que es aún más terrible, en compañía de su madre, Ana Ruiz, que no pudo sobrevivir a su hijo. Quizás su presencia en aquellas fatídicas fechas fue un consuelo, pero con más seguridad debió de ser un motivo mayor de desesperación.