THE OBJECTIVE
Fernando R. Lafuente

La cara oculta del Paraíso

«Hay tanta literatura en Colin Barret, leída, sugerida, aprendida, que convierte ‘Morriña’ en una magistral y desasosegadora semblanza de nuestra sociedad»

Lo bueno de la vida
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La cara oculta del Paraíso

Extracto de la película 'Fallen leaves'. | Filmin

Un libro

Morriña. Colin Barret. Sajalin Editores, Barcelona, 2023. Traducción de Ana Crespo. 229 páginas.

El Paraíso tiene su cara oculta. Vidas sin rumbo, ancladas en la deriva de un presente que no vislumbra el futuro, o el futuro se conjuga con el verbo: esperar. ¿A qué? Puede suceder en cualquier ámbito del Paraíso de la Europa occidental. Más progreso, más gentes que se quedan al margen. Es una ecuación perversa que no atiende a sensibilidades, ni fracasos. El que se queda fuera no tiene manera de obtener un billete de regreso. Pero sigue su vida. Por ejemplo, en el condado irlandés de Mayo; en los relatos espeluznantes (y no precisamente de terror al uso, sino de un horror cotidiano), sin atisbos de fantasmas, leyendas o maldiciones. La maldición de esos personajes es la vida que a cuestas llevan, o sobreviven, ignorados. Ocho relatos conforman un libro imprescindible, Morriña de Colin Barret (Fort Murray, Canadá, 1982), aun cuando su formación literaria, y esto tratándose de Irlanda es decir mucho, se ha forjado en la verde Eire, autor de un libro elogiadísimo como es Glanbeigh (2013)

Una de las características más sobresalientes de estas historias es, sin duda, cómo ambientar los hechos en medio de una naturaleza que pareciera un lugar amable y placentero. Pero la vida está allí en otra parte. Debe ser cierto que hay otros mundos, pero están en este (Paul Eluard). Barret da una vuelta de tuerca a lo que a principios de los años ochenta del pasado siglo se denominó «realismo sucio», cuyo mayor representante fue el norteamericano Charles Bukowski (1920-1994), junto a Raymond Carver (1938-1988), o Richard Ford (1944). Pero en el caso de Barret irrumpe la tradición irlandesa. Valga sólo un ejemplo: Dublineses (1914) de Joyce. Un libro cumbre de la cuentística del siglo XX. Barret se adentra en las vidas errantes de sí mismas. Se trata de gentes sin historia, sin futuro, sin ánimos para romper la muralla invisible que les coloca, sí, en la cara oculta del Paraíso.

«Son personajes, poderosos en los perfiles trazados por Barret, concisos, directos, cercanos»

Familias, jóvenes, pandillas, delincuencia, lúgubres pubs, drogas, empleos precarios, abandonos, violencia, son el laberinto de la acción. Y personajes como Dylan Judge: «Era del municipio de Ballina, lo que se suele llamar un ‘conocido de la policía’. A los veintipocos ya acumulaba un buen número de condenas por delitos menores», la sargento Jackie Noonan, los fines de semana habituales para ella: «Una docena de infracciones menores de tráfico; una pelea a puñetazos, ya entrada la noche, entre dos primos adolescentes, delante de uno de los fish and chips de la calle principal». Pell Munnelly, con sus hermanos Nicky y Gerry; los Alp: «Eran hombres bajitos, de culo macizo y antebrazos brutalmente diestros. Aspiraban exageradamente por la nariz y encogían los hombros con aire circunspecto cada vez que una mujer se cruzaba en su camino (…) Pintaban, montaban instalaciones eléctricas, hacían de fontaneros, alicataban». Eileen y su definición de Los Pringados, «el nombre con que bautizaron a algunos jóvenes del pueblo, en concreto a aquellos a los que no se les pasaría nunca por la cabeza irse de allí».

Son personajes, poderosos en los perfiles trazados por Barret, concisos, directos, cercanos, hiperrealistas, de contornos tan precisos que producen en el lector la sensación de encontrarse ahí, junto a ellos, escuchándolos, atendiendo al descalabro inconsciente de sus vidas, seres abandonados, apartados del Paraíso, ellos que viven en un lugar que semejaría un ambiente bucólico y amable. Mundos herméticos, repletos de códigos vertiginosos en una barojiana lucha por la vida que no tiene nada de sentimental, ni de melancólica, ni de épica, sino que muestra el contrapunto de la sobrevivencia, sin más, y tirar para adelante hasta donde lleguen que no traspasara los límites del condado de Mayo.

El juego de máscaras continúa: Bobby Tallis «tenía el físico escuálido, la gabardina tres cuartos y la fragilidad agresiva de un poeta, o al menos eso era lo que él creía, mientras recorría sin rumbo fijo los destartalados parques municipales, las medianas y los lúgubres patios residenciales de su barrio otra ventosa tarde de octubre. Iba fumando». O ese Danny del relato que cierra el volumen El 10, digno de La soledad del corredor de fondo (1962) de Alan Sillitoe. Hay tanta literatura en Colin Barret, leída, sugerida, aprendida, que convierte Morriña en una magistral y desasosegadora semblanza de la sociedad contemporánea, se muestre esta en el condado de Mayo o en cualquier otro lugar en el que estos ángeles perdidos vaguen a expensas de una vida sin más expectativas que despertarse al día siguiente y ya veremos.

Una película

Fallen leaves. Dirección. Aki Karusmäki. Intérpretes. Jussi Vatanen, Alma Pöysti, Janne Hyytiäinen. Finlandia. 2023. 81 minutos

Cuando uno se sienta en la butaca de la sala de proyección, o ahora en casa, puesto que esta película, Fallen leaves está disponible en Filmin y Movistar +, tiene la sensación de asistir a un cine de otro mundo, sin duda, mejor. Será una frivolidad, tal vez, pero uno admira cómo se puede contar una historia como esta, con tal intensidad, tal sentimiento, tal dureza, tal honradez en poco más de 80 minutos, cuando el espectador ya se siente saturado de contemplar filmes de dos, tres horas que apenas cuentan algo de interés.

«La magia de Karusmaki es que no tiene medida de comparación con ninguno de los cineastas de antes y de ahora»

No es una cuestión de ir a lo esencial, como si de un poema se tratara. No, aquí se asiste, sin pestañear, a un discurrir de los personajes, Ansa, reponedora en un supermercado y Holappa un obrero metalúrgico, o algo parecido, con una desesperante y solitaria adicción al alcohol, en el día a día, en sus anhelos sencillos, en sus soledades urbanas. Dos vidas cruzadas en busca de olvidar esa soledad que les depara su existencia anónima e invisible. Otros que sobreviven en medio del paraíso finés, Helsinki; otros que se mueven en el lado oscuro del Paraíso.

La desventura, el silencio, los aislados momentos de modesta felicidad que se procuran, el mundo interior que se trata de llenar, de construir, de alentar, constituyen la clave del filme. La magia de Karusmaki, con exquisitos private jokes cinematográficos (Chaplin, Breson, Jarmusch…) es que no tiene medida de comparación con ninguno de los cineastas de antes y de ahora. Su mapa fílmico surge de una mirada, y el cine, como advirtió Gonzalo Suárez, «es la mirada del director», única, singular, serena, crítica y, por ello, demoledora frente a los estándares que circulan por las salas.

La original dirección de actores traspone al espectador a un reto que le hace dudar de si lo que contempla es ficción o realidad. Aquí, incluso algo que podría entenderse como mera anécdota en el discurrir de la película, como son las actuaciones musicales, en el inevitable karaoke, forman parte de la trama. Del mismo modo que adquieren también discreta relevancia los objetos que rodean la atmósfera y el ambiente en los que se desarrolla esta obra maestra; también, la introducción de un humor, en medio del drama, que podría parecer fuera de lugar y, sin embargo, encaja y completa una historia en la que uno no sabe dónde está, qué país, qué tiempo, qué momento, hasta que el personaje de Ana escucha la radio. Otra genialidad de Karusmaki.

Una taberna

La mar del medio. C/ de Mon, 18. Oviedo

Ya que esta semana se conocerá, hoy mismo, quien obtendrá el premio Princesa de Asturias de las Letras en la muy literaria Oviedo, váyase uno a celebrarlo a La mar del medio, taberna cercana a la Catedral, a la figura de Ana Ozores, a Trascorrales, en un Oviedo siempre con aromas y vientos del Norte, ecos del Magistral y de ilustres como el propio Clarín, a uno se la descubrió ese enorme escritor asturiano que es Xuán Bello. La taberna es un lugar tan acogedor por su originalísima barra y la disposición de las mesas, todo de un ambiente familiar y marinero. Y claro, la cuestión es lo que allí uno descubre y saborea: las almejas, las parrochas (bocartes) y los fritos de merluza y de bacalao, además del inevitable pixin y los platos y el pescado del día. Atendido de manera familiar es un paso obligado para buscar la materia más cercana y, por qué no, tradicional y contundente. Exquisita.

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