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Fernando R. Lafuente

Mitologías: el sufragio de los siglos

«El ensayo del profesor David Hernández de la Fuente es un recorrido por los mitos que conforman el imaginario histórico de España»

Lo bueno de la vida
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Mitologías: el sufragio de los siglos

Jura de Santa Gadea, de Marcos Hiráldez de Acosta. 1864. (Palacio del Senado de España, Madrid). | Wikipedia

Libro

Pequeña historia mítica de España. David Hernández de la Fuente. Alianza editorial, Madrid, 2024. 368 páginas. 12,30 euros

Una sociedad sin mitología es puro humo que se disuelve en el tiempo. Sin mitologías una sociedad es un oxímoron. Fue Leonard Cohen, en uno de sus primeros libros de poemas quien lo tituló Vamos a comparar mitologías (1956) y la propuesta, el desafío no deja de trascender el ámbito poético para instalarse en el horizonte histórico. Este ensayo del profesor David Hernández de la Fuente (Madrid, 1974) es un recorrido por las mitologías que conforman el imaginario histórico de España. Lo denomina ‘pequeña historia’, tal vez, como un modesto private jokes debido a su formato de bolsillo, pero es una gran historia mítica de España. Mitos, figuras y arquetipos configuran el volumen.

Primero, como cualquier obra de investigación que se precie de tal, comienza con una precisa, concisa y esencial definición, o  para evitar aquello de Unamuno que «definir es confundir», con una redefinición del mito, desde Platón hasta hoy mismo. El viaje invita a volver a los nombres que descubrieron en el cuento la estela del mito: los Grimn, Afanásiev o Propp, para concluir que In principio erat fabula, y llegar a uno de los grandes helenistas españoles y su interpretación del mito, Carlos García Gual: «Un relato tradicional que evoca la actuación memorable y paradigmática de unos personajes excepcionales (dioses y héroes) en un tiempo prestigioso y lejano.» Y sumarle la muy reciente de José Manuel Losada: «Un relato fundacional, simbólico y temático de acontecimientos extraordinarios con referente trascendente sobrenatural sagrado, carentes, en principio, de testimonio histórico y remitentes a una cosmogonía o escatología individuales o colectivas, pero siempre absolutas». 

Con ellos emprende el itinerario histórico de esa galería que constituye la que podría ser, sólo podría ser, la mitología nacional. Vivimos lo que el gran George Steiner advirtió como la era de la nostalgia de lo absoluto, enredados, que los dioses nos protejan, en lo relativo, de ahí que ya sólo el hecho de atreverse con este libro posea un mérito, sí, absoluto: las grandes  historias esenciales, no el archipiélago fragmentado de un conocimiento errático. Una columna vertebral que da sentido y sensibilidad a lo vivido, a lo soñado, a lo anhelado en el cincel que el tiempo diseña y determina. El repaso a mitos clásicos, mitos bíblicos y mitos centroeuropeos es básico para comenzar el viaje y ser conscientes de que el lector debe, se recomienda, hacer un uso «de forma flexible el adjetivo mítico en el sentido de que conforma un relato movido por hilos ideológicos que condicionan, como fuerzas inasibles, el proceso histórico de una sociedad o un pueblo.» 

Uno de los enormes valores de este ensayo es cómo se transgreden las inútiles, a veces, fronteras establecidas entre géneros, épocas y, ay, definiciones. Como señala el autor, con acierto y lucidez, el mito entendido «como narrativa en estado puro». Comencemos, desde la geografía legendaria. Sabemos que la historia y la política, no son sino geografía, y a la hora de establecer los mitos, la geografía es el comienzo, y legendaria su apellido. Siete capítulos, tal vez el número no sea casual, que describen en apuntes tan certeros como documentados, cada etapa, cada momento de esta mitología, nada pequeña, por cierto, de España. «Aquí yace la Hispania antigua», así comenzaba una obra, premio nacional de ensayo, Gárgoris y Habidis, una historia mágica de España de Fernando Sánchez Dragó (Madrid, 1936-Castilfrío, 2023), y en la Hispania romana, las páginas dedicadas a Séneca, «el mejor filósofo de Roma», resumen y abren las grandes personalidades. 

«Tres arquetipos, tres mitos que aporta España al mundo, por no citar al cuarto, el pícaro sobreviviente y desvergonzado de Lázaro de Tormes»

De la España medieval, ahora que estamos en la canícula de julio, claro, Santiago, o el formidable hereje Prisciliano, ajusticiado, tiene su retranca en Tréveris, o ese personaje que tanta literatura ha provocado, Don Julián, modelo de traidor, pero no el último, y la estatua imperecedera, con películas incluidas, de El Cid, como el guerrero eterno, ganador de batallas después de muerto para concluir con los atrabiliarios juegos del Grial por España. Pero si hay tres mitos que superan las barreras nacionales que son, también, tres arquetipos, y menudos son: La Celestina, con suavidad, alcahueta; el bueno de Don Quijote, loco preclaro, melancólico sublime y ese sin par sinvergüenza de don Juan. Curioso, tres arquetipos, tres mitos que aporta España al mundo, por no citar al cuarto, el pícaro sobreviviente y desvergonzado de Lázaro de Tormes

Si uno se embarca hacia América la nómina se dispara, y de qué manera, y de qué variedad de interpretaciones, para coronar otro de los mitos surgidos allende las fronteras, pero de próspera proyección: la inquisición y ese reguero tan pintoresco que se dio en llamar la leyenda negra. España es puro mito. Porque según pasan los años y los siglos, la cosa se anima, las mujeres guerreras que van de las serranías a un patriotismo, hoy conmovedor, y sus colegas los bandoleros que culminan con Carmen la cigarrera y sus óperas y películas, incluso se incorporará al diccionario universal un término, de pura cepa hispana: ‘guerrilla’, pronto adoptado por los exquisitos lores ingleses no sin cierta admiración y que llega hasta hoy, como tantos otros y, cómo no, cómo no olvidar en estos desdichados días esas dos Españas que, al decir de Machado, «una de las dos Españas ha de helarte el corazón». Y vaya que se lo hiela a algunos, o mejor, volvamos a Unamuno, tal y como está el patio de monipodio hispano, a (h)unos y a (h)otros. 

No se pierda el lector el capítulo Para una zoología mítica de España. Es un paseo deslumbrante por el ciervo sagrado, el caballo que engendró el viento, el toro primordial (mal que pese a ciertos eruditos a la violeta), la mujer pez o serpiente, los monstruos marinos y demás. Un libro para el verano, aunque suene raro. Un libro para conocer, descubrir y aprender. Un auténtico ensayo de alta divulgación escrito con una soltura, un desparpajo, un lenguaje que, sin perder ni un ápice de sabia documentación, se lee como lo que verdaderamente es: un soberano ejercicio intelectual e histórico, de los que uno echaba de menos y agradece tanto y, de manera, tan apasionada. Brillante.

Cine

Horizon: An American Saga. Cap. 1. Dirección. Kevin Costner. Intérpretes. Kevin Costner, Sienna Miller, Sam Worthington. Estados Unidos. 2024. 181 minutos

Si vamos de mitos, uno que el cine ha levantado hasta el Olimpo contemporáneo: el western. Una del Oeste, para entendernos en roman paladino. Y si hay una película que ha despertado una buena polémica, desde diversas perspectivas y, por ello, enfrentadas interpretaciones, es Horizon. El magno (al menos por su duración) cometido de Costner. Hay división de opiniones. Y qué división. Una primera advertencia: más que una película esto es una serie (sí, de películas): Dos, éste es el primer capítulo (serán tres). Tres, su duración, tres horas, descubre, sin ser Pitágoras ni parecerse, que serían tres capítulos de una hora cada uno, las tres películas anunciadas. Cuatro que riza el rizo: si la series de televisión se nutren de la retórica cinematográfica, ahora el cine se nutre de la retórica televisiva (o serial). Como paradoja es buena. De ahí, también, los malentendidos. 

Costner demostró con Bailando con lobos (1990) y Open Range (2003, obra maestra) que de esto del western, del Oeste norteamericano, algo sabe. Al menos contarlo en imágenes. Dos historias bien distintas y distantes que reunían una genialidad cinematográfica, esta vez, bien reconocida. Con Horizon, sin embargo, empieza el lío. Nunca podrá ser un western clásico, porque es un western de ahora. Si será clásico o efímero, que lo cuenten los que vengan detrás. Es un western que, como bien destacó Borges, espléndido crítico cinematográfico en Sur, aún después de ciego, el western es la épica griega contemporánea. Y a eso vamos. O venimos. Serán cuatro capítulos, actualmente rueda el tercero en el Valle de San Pedro, Arizona. Y se iba a estrenar el segundo el pasado 16 de julio pero no ocurrió. Quién sabe por qué. 

Como en la vida de verdad, aquí lo que se cuenta son historias cruzadas, vidas que se entrelazan por azar, por el maldito destino, por qué estaban allí cuándo no debían estar o querían estar. Toda la mitología del western, ahora sí clásico, está presente, pero a su manera: colonización, tribus indias, construir ciudades que antes son meros poblados de violencia (véase la extraordinaria serie televisiva Deadwood), cambiar la ley de la que podríamos llamar Liberty Valance (la pistola) por el libro de leyes, la búsqueda de grandes horizontes, la América de las praderas y las grandes cordilleras, la conquista del oeste, y el empeño por el santo grial norteamericano, el oro, el oro y las peregrinaciones suicidas en su busca. Y como aperitivo de lo que vendrá, tengamos paciencia, el arranque de este primer capítulo, una soberana lección de, por cierto, cine clásico, casi sin querer. Atentos a la gran pantalla. Si es que se deciden estrenar la segunda parte. Uno no se la perderá por nada del mundo.

Taberna

Ca Aleix. Camino Cabanes, 205. Jávea

Cada uno para donde quiere o donde puede. Si pasa por Jávea/Xàbia (Alicante) y el arroz le pone el cuerpo más agradable, no lo dude, Ca Aleix. Mira que es complicado superar los arroces de múltiples establecimientos por esta zona. Los hay fuera de lo común. Aquí Aleix lo consigue. Clásico, del senyoret, pero si no, el de marisco; uno quiere variar, otra cosa, pues nos vamos al de carabinero; más clásico, la paella valenciana; algo diferente, el de alcachofas, blanquet (embutido local) y secreto ibérico (contundente); un arroz para valientes, al horno; además de los melosos. Pero no hay comparación con los primeros. Si la cosa va de no arrugarse desde el principio echarse, nada como el tuétano de aperitivo, o las cocas, el ravioli de yema o los buñuelos de bacalao. Hay mar y montaña, pero los arroces son lo primero y principal. Y que los santos y los dioses de apiaden de nosotros ante la tradicional canícula de estos días, tan erráticos en tantas cosas.

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